Si yo fuera un dinosaurio, sería verde y tendría alas. Alas muy grandes para elevarme por los cielos y alcanzar la atmósfera más alejada de la tierra; desafiaría la gravedad cada vez que pudiese hasta el grado de escaparme de la tierra. Recorrería los planetas cercanos y me asentaría en la luna para divisar qué es lo que sucede en la tierra: cómo es que el mundo cotidiano se ve tan pequeño desde allá a lo lejos. Un dinosaurio, un minidiós, con alas tan fuertes para recorrer el universo en una vida, sin saber si sería capaz de ver concreto el sueño de ver la extensión del todo y de la nada.
Un dinosaurio de color azul como el cielo que, en su vuelo de día domingo, se lanzaría a toda velocidad contra las aguas. Nadaría en las profundidades, me perdería en el universo que está allá arriba y que, como reflejo, también está acá abajo.
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