Y todo lo que sucede es un interminable torbellino de inexistencias. ¿Acaso las dudas pueden ser consideradas como existencias? No hay el más mínimo rastro de claridad en el camino y todo se concentra en un séquito de palabras que, compartidas, crean un universo infinito que se conecta en el instante mismo del intercambio. Una transferencia de expresiones, una transferencia de visiones de mundo que, en su conjunto, son capaces de establecer, por un instante, la ilusión de que somos capaces de ver la realidad en su totalidad.
¿Y por qué esa extraña sensación de angustia? ¿Por qué esas extrañas ganas de huir del mundo? ¿Por qué el refugio en el silencio? Cuando el miedo es capaz de bloquear el mundo sonriente del cual puedes formar parte. Cuando escribes tantos personajes enloquecidos que tú mismo empiezas a ser uno más de esas entidades desequilibradas. Esconderse en el interior de una coraza y desde allí observar el mundo pues, de todas formas, nuestro rostro puede ser una máscara. Y que las palabras no siempre tienen relación con su emisor físico. ¿Quién dice que soy yo el que escribí esto?
¿Quién puede asegurarlo?
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