miércoles, 26 de junio de 2013

Cosas de fin de semestre

Con el fin de semestre llegan de golpe todas las evaluaciones miles, el estrés, la ansiedad de todos por cumplir absolutamente todos los trámites administrativos habidos y por haber, además de ese sentimiento de querer mandar todo a la punta del cerro para poder tomarse las merecidas vacaciones. Y es que la profesión docente y el trabajo en contextos escolares realmente te hace merecedor de varias vacaciones en el año porque realmente te agotan: los alumnos que no quieren poner atención, los apoderados que luego vienen a decir que tú no les enseñas a sus hijos (claro, porque su hijo se dedicó a hacer cualquier cosa durante la clase) y los intentos de mejorar algo que, muchas veces, resultan en nada. La culpa al final es de nadie, porque existen entidades abstractas que dicen regular el sistema, cuando en realidad se trata de personas que trabajan tras un escritorio de una oficina con aire acondicionado que esconde la realidad: a veces pienso que al Ministerio de Educación le hace falta ver la realidad antes de pretender decirte todo lo que tienes que hacer.

Por lo que se puede inferir de mi párrafo anterior, hoy es uno de esos días en que no ando de muy buen ánimo, pero agradezco haber tenido esta tarde libre para poder descansar desde la voz hasta los pensamientos. He repetido no sé cuántas veces que "estoy chato" y quiero poder descansar, aunque quedan menos de dos semanas parece ser que ese final se me esta alejando. Veo la luz al final del túnel (y alguien me dice que no la siga, obviamente) mientras sueño que el segundo semestre será mejor, más placentero y que ya habré logrado adaptarme mejor al sistema escolar. No lo sé, sólo sé que ya tengo todo más o menos armado y eso me deja con la conciencia más tranquila: quizás logre mi anhelo de poder llegar y aplicar. Llega ese momento -como hoy- en que cuando nadie te pone atención, te pones a dictar y el que pescó, pescó: luego no lloren por sus resultados. Ahora, cuando tú pretendes enseñar (haciendo que los afectados vean las consecuencias de sus propias irresponsabilidades) y alguien te dice que tienes que darles más y más oportunidades, descubres el motivo de que los afectados no cambien su actitud puesto que es muy fácil: para qué me voy a hacer responsable si al final siempre aparece un milagro y me salva. Y parece ser que Dios se acuerda de todos sus hijos, pese a que las ovejas hayan andado bien descarriadas. 

Me he dado cuenta, también, que más que psicólogo que entienda a los estudiantes, lo que necesitan es un buen otorrinolaringólogo. Más otorrino que laringólogo, porque creo que no tienen problemas para emitir sonidos, pero el problema máximo de la hecatombe universal es el hecho de que no saben escuchar. No escuchan... no ponen ni una puta gota de atención. Y en estos momentos pasan por mi cabeza una serie de improperios que tantas veces me he aguantado, teniéndolos en la punta de la lengua, pero mi paciencia de santo está próximo a llevarme camino a la canonización. (Sr. Papa: soy profesor, creo que es mérito suficiente para que me otorgue la santidad). Enterarme de aspectos laborales ingratos que, de una u otra forma, te hacen pensar que el camino tiene muchas más opciones de las que pensabas y que es impensable quedarte estancado: como el universo, hay que iniciar el movimiento desde lo mínimo. 

Por otra parte, darte cuenta que "los clientes" no están satisfechos con tu metodología hace que te den ganas de decirles que se vayan a la misma mierda y que si ellos no se involucran en su aprendizaje, van a estar perdidos igual. Sé que suena cruel y bastante emocional de mi parte, pero realmente desmotiva que no se te aprecie de la forma que crees merecer. En fin, la vida no es solamente laburo sino que tiene otras aristas de color, como mirar las belleza de los cerros y calles del Puerto, ver la lluvia que se acerca (y que parece venir con rayos, centellas y flashes eléushricos que te pueden matarsh. No sé si he comenzado la rehabilitación o algo parecido, pero ahora que busco unas empanadas de queso fritas, mi cerebro inhibe el deseo y lo convierte en una fruta. Y es en serio: pensé en qué comer y acabé comiendo naranjas (y creo que iré por más) cuando también tenías unas apetitosas galletas dulces de chocolate. ¿Es el estrés? ¿El deseo de un verano tranquilo? Qué sé sho. 

Lo único que pienso en estos momentos es en tener toda mi planificación completa para poder elaborar material, llegar y aplicar y ser feliz. Desvincularme sentimentalmente de mi trabajo, ser solo un trabajador y nada más. Cuático, me resulta difícil, pero parece ser la solución, porque no estoy dispuesto a gastar la mitad de mi sueldo en tratamientos al colon, ni en el fonoaudiólogo. Prefiero gastarlo en una cerveza, un viaje, volver a nadar o en obras de teatro. Quizás en una salida en general. Dentro de mis deseos para el próximo semestre es cambiar el switch y no preocuparme de estupideces, ¿será posible?

martes, 25 de junio de 2013

El guardián de la noche

Y en medio de ese silencio sepulcral, los lápices arrojados en el suelo se levantaron de su lugar en dirección al estuche que anteriormente los había guardado. El muchacho, recostado sobre la mesa, no entendía bien cómo había sido todo: de un momento a otro, sus útiles escolares volaban por los aires a la velocidad de la luz. La sala de clases estaba fría como siempre, con ese hilo de luz que se colaba a través del cieloraso que no soportaría un próximo terremoto. Su mundo era confuso y su mirada, esquiva. No entendía nada, nada de lo que sucedía. 

Dibujaba cosas extrañas en su cuaderno cuando se dio cuenta de que, hacía mucho rato, el timbre de salida ya había sonado. Miró a través de las cortinas y se encontró con una luna enorme que se reflejaba sobre el mar. Se habría quedado dormido cuando todos ya habían partido de regreso a sus casas y se encontraba en la inevitable tarea de convertirse en el guardián nocturnos de la vieja escuela. Sus compañeros serían los fantasmas de antaño y el ruido de aquella gotera que, durante las clases, tantas veces le había quitado la concentración. ¿Qué dirían de él al día siguiente?

Cerró su cuaderno y guardó los lápices en su mochila: la clase de matemática ya había terminado.

domingo, 23 de junio de 2013

Super Luna en Noche de San Juan

El reflejo de la ventana y el silencio de las velas de una cena casi congelada. Corren los hilos sobre los cristales, el hielo que se avecina en las nubes parece ser la melodía de ensueño en que se acurrucan los amantes sobre la alfombra, donde le deseo ha sido más fuerte que la prudencia. Y en ese silencio del vapor de la piel agitada, se alzan las luces de una ciudad que nace sobre el horizonte.

- ¿Qué es eso que se ve más allá, detrás de las nubes?

Quizás serán los barcos adormecidos por el vaivén de las olas, acaso el recuerdo de un rumor oculto, quizás una historia perdida. Los marcianos escriben mensajes sobre la superficie de la luna que crece, se hace enorme, que parece que pronto va a caer sobre nosotros. ¿Seremos capaces de salir corriendo? La luna y su reflejo cantan canciones en el silencio de un pensamiento que no duerme. A lo lejos, se oye una trompeta desafinada, más abajo los pasos sobre la madera congelada. Hacia un lado, las risas de los vecinos en su jolgorio dominical y las copas de vino que vuelven a hacer brindis.

-¿Qué es eso que se ve más allá de las nubes, sobre el horizonte?

No lo sé, no lo entiendo. Los reflejos sobre las copas y las velas que decoran una mesa por la cual la cena ya pasó. Los cuerpos abrazados sonríen y el vapor sobre las ventanas revela esas palabras que ya fueron escritas y que, probablemente, puedan volver a suceder. Sonríen frente al espejo, ¿qué es lo que van a ver?

miércoles, 19 de junio de 2013

02. Queen's Walk

Las huellas iban quedando marcadas sobre esa nieve inexistente que, quizás, en algún momento volvería para poder ver. Los edificios, el silencio, las miradas, las caminatas y el ruido incansable del movimiento subterráneo: cada simple detalle se convertía en una de esas melodías de ensueño que lo acogerían en su regazo. Caminaba con lentitud, captando cada momento como un recuerdo.

Las luces de la ciudad se empezaron a encender, al momento en que el reflejo difusa de la capital generaba un atractivo espectáculo sobre el Thames. Cruzar nadando las gélidas aguas del hemisferio norte, sumergirse hasta encontrar los tesoros ocultos bajo sus arenas o, quizás, dar un salto hacia los barcos detenidos a la espera del momento oportuno para partir. El Westminster Bridge estaba cerca, pero las luces provenían desde Lambeth. ¿Acaso sus sospechas respecto a Trethmore podían llegar a ser ciertas? Se cuestionaba una y otra vez lo que estaba próximo a suceder que, posiblemente, también habría sucedido en algún momento previo: la historia es cíclica y tarde o temprano, todo vuelve a su punto de origen. Pensaba en los espirales, torbellinos, en la música de un bar, en el vaso de vodka naranja que le había producido cierta resaca al despertar. Las luces provenían de todas partes, pero estaba seguro de que nadie más podría percatarse de la situación.

- Lith, ¿eres tú?

Y se atrevió a romper la regla del idioma oficial, con cierto temor a que algún transeúnte se detuviera a observarlo. Debía pasar lo más desapercibido posible, tarea que no resultaba del todo difícil en un ambiente de grandes urbes europeas inundadas de vidas humanas chocando entre sí para poder encontrar espacio dentro del transporte subterráneo. 

- Lith, ¿eres tú?

Su voz era casi inaudible: cualquier actitud podía despertar sospechas y esa situación era lo que debía evitar. La temperatura rodeaba los cero grados y sacar las manos de los bolsillos era impensable, pese a llevar guantes y vestir muy abrigado. Sentía la humedad del ambiente y todo le hacía pensar en una próximo nevada que acabaría ocultándolo dentro de un montón de hielo. El Queen's Walk parecía un lugar completamente seguro para dar un paseo a la espera de la señal.

Fotografía: Queen's Walk, London, England

miércoles, 12 de junio de 2013

Imágenes de la vida

Hacía algunos años, solía sacar alguna cámara digital que encontrase en mi casa para ir en busca de alguna fotografía extraña. Siempre buscando alguna toma, alguna perspectiva, algún momento que pudiese ser digno del recuerdo, aunque más bien, esa captura tenía intenciones estéticas y supuestamente artísticas: después de todo, el arte puede ser muy diverso y libre. Expresar el mundo a través de ese mismo mundo, crear un nuevo lenguaje en base a ese lenguaje ya existente, dando fiabilidad a la infinitud discreta y funciones diversas. Recuerdo el computador de escritorio y la cámara Sony que de un día para otro murió, de todo el tiempo reuniendo dinero para poder comprarme la Canon que llevé en mi viaje a España donde el mundo posó para mis recuerdos... y para la creación de nuevas ficciones. Recuerdo esas caminatas por un Valparaíso cubierto de niebla, en que las luces de la avenida Brasil me resultaban tan sombrías como solemnes, tan desiertas y cálidas, tan musicales y nostálgicas, proyectándome a ese mundo adulto que veía venir tan a lo lejos, quizás en un futuro lejano. 

Recuerdo esa nostalgia adolescente y la incertidumbre de no saber qué sucedería en esos cinco años de universidad; está claro que al inicio de mi carrera me seguía sintiendo como un adolescente en busca de su camino. Cuando escuchar a Javiera Mena, Gepe o algún otro grupo secreto te convertía en un ser extraño. Cuando escribir era algo absolutamente cotidiano y cada experiencia, cada palabra nueva se podía convertir en el punto de inicio de un nuevo mundo. Recuerdo el contraste que pasó por mi mente cuando un día me alejé de la gente para recostarme en el césped de un parque, en Albacete, para mirar las estrellas. Quién iba a pensar que ese adolescente que en algún momento observaba los satélites del cielo casi antártico, casi en el último punto del continente sudamericano, iba a tener la fortuna de observar los astros desde otro punto. Me sentí enorme y pequeño a la vez, que las imágenes podían cargar tantas historias, que mi mundo era mucho más complejo que una simple mirada o la poca seriedad con que suelo tomarme las cosas. Sentí que mi mundo iba en expansión, como un big bang inacabable. Sentí que estaba dispuesto a seguir soñando para cumplir sueños, porque el tiempo sabe premiar los esfuerzos. Esfuerzos silenciosos que me llevaron a ver por mis propios ojos algunas imágenes que veía en libros, como lo fue el Parliament y el Big Ben de Londres, cuando las campanadas del reloj me indicaron que lo había logrado. 

Y los álbumes de fotos crecen, van en aumento y son miles los momentos que recuerdo. Mi mundo se expande, mi mundo no acaba. Añoro esos momentos en que sentía inseguridad de captar una imagen por temor a que no fuese "bonita" o que no lograra lo que yo quería, ese temor a no verme bien en una imagen. Esa inseguridad, a veces, también la extraño, aunque eso no quiere decir que en la actualidad esté dicho: hay muchas cosas por ganar aún. Las cosas han sucedido tan rápido que apenas me doy cuenta cuando ya es un nuevo domingo, cuando el verano se va y la lluvia nos vuelve a sorprender con ese sonido golpeando las ventanas que, ahora, ya tienen una vista diferente. Imágenes, momentos, recuerdos, movimientos. Mundo, vida, existencias diversas. 

Volver a cargar las pilas de la cámara y salir a recorrer este Puerto querido, con sus fantasmas, paisajes, adoquines, neblina, silencio. Con sus colores, con su nostalgia, con eso que me identifica tantas veces: esa nostalgia del futuro. Esa búsqueda; porque, al final de cuentas, seguimos siendo caminantes en busca de ese destino que siempre se vislumbra tras un nuevo horizonte.

domingo, 9 de junio de 2013

Punto de referencia

Y se pasa el tiempo con ese silencio extraño de ver cada día la ciudad iluminarse. Se pasan los días, quedándome ese sabor a que el tiempo se hace poco: despertar, trabajar, comer, trabajar, moverse de un lado a otro, dormir. Siempre hay un momento para abrazar, sonreír y besar, siempre hay un momento para ver que la vida es hermosa, pero de a poco caigo en cuenta de que la vida de adulto me obliga a dejar ciertas cosas de lado. Quiero dormir tranquilo sin la presión de que debo levantarme para ir a trabajar, quiero descansar sin saber que hay algo por hacer. ¡Quiero vacaciones lo antes posible! Y eso que falta tan poco, ya siento que estoy a punto de quedarme dormido.

Pese a la locura y el cansancio, me doy cuenta que otro domingo más ha pasado. Otro domingo desde que me acordaba que, el domingo anterior, el ruido de la ciudad me había recordado que ya era domingo. Así es, un punto de referencia. 

sábado, 8 de junio de 2013

Concepciones de la amistad

Al parecer, no todos tienen amigos tan valorables. ¿Cambiar un amigo por un ron Mitjans? Perder una amistad por una resaca inevitable... uff...

Fotografia: Volcán Villarica, Los Pinos, Quilpué.

domingo, 2 de junio de 2013

Días de junio

De pronto, despierta ese silencio en la niebla que desciende al pie del cerro: la bruma matinal se confunde con la helada que se cuela a través de los cristales en donde más de alguna vez he dejado mi marca. Dibujos, sonrisas y hasta huellas de pisadas. Sí, porque durante la noche, he caminado por las paredes y el cieloraso hasta alcanzar el tejado desde donde la ciudad se puede observar en su inmensidad. Y ese olor a fría humedad, a veces, me invita a quedarme dormido en medio de la noche, desnudo, enroscado en una cálida frazada de la cual muchas veces escapan mis pies que buscan un poco de esa gélida libertad con que los dedos recorrerán los rincones ocultos.

A veces caía nieve y, sin dudarlo, me lanzaba a correr bajo ese manto que impedía ver más allá de mi propia nariz. Mi cuerpo se cubría de blanco como si llevase una sábana, pero mi piel ni siquiera tiritaba: el frío del invierno era ese calor que energizaba cada uno de mis músculos al momento de avanzar y observar esas historias que se escondían en cada callejón. Las luces del cerro, las olas del mar, la brisa, el aire y el viento, mi sonrisa ciega que flotaba sobre ese mar a la deriva en busca de ese horizonte desde donde vería el amanecer. 

Entonces, mis pies humedecidos por el sereno de la noche chocaban contra los cristales de la ventana, mientras las luces de la ciudad iluminaban mi mirada que caminaba hacia las alturas.