Andrés se había pasado casi toda la mañana en el computador, revisando y respondiendo los diversos correos que había acumulado en varios días sin ánimos de conectarse a Internet. Hacía tanto tiempo que no se comunicaba con su gente del Pacífico que ya se había perdido de muchas noticias. Sin embargo, el hecho de la desconexión de su mundo real era algo que le parecía un tanto interesante y, en gran medida, era el motivo por el cual había tomado la precipitada decisión de viajar a España. Respondió los correos y hasta envío algunas fotos del lugar. Aprovechó el instante para revisar sus finanzas y sonrió al ver que todo iba viento en popa: su dinero continuaba en aumento de manera exponencial y tenía lo suficiente como para estar tranquilo por mucho tiempo. Incluso podría extender su estadía en Europa por mucho más de lo que hubiese pensando en un principio, aunque no sabía si era realmente eso lo que quería.
Apagó el computador y encendió la radio. Una voz que escuchaba por primera vez en su vida cantaba una canción que decía “cosas que siempre suenan a tristes, cosas que suenan a olvidar”. Era extraño, un poco alentadora, pero a la vez deprimente. De todas formas, era interesante. El interior del departamento estaba en completo desorden, por lo que ya tenía un panorama para ese aburrido día domingo en que comenzaba a salir el sol. Se acercó al balcón y, por un instante, tuvo la intención de arrojar un poco de agua a los transeúntes en la calle, pero luego se contuvo ante su idea tan infantil. Encendió un incienso y lo dejó sobre la mesa del salón, mientras ordenaba todo lo que había dejado por días. Luego comenzó a recoger la ropa que había dejado tendida. Miró hacia el cielo y se encontró con un sol bastante frío: añoraba ver la lluvia, rodar por el césped húmedo y quedar completamente empapado de pies a cabeza. ¿Cuánto tiempo faltaría para eso? Al parecer, había traído un poco de sequía en su maleta.
Era casi la 1 de la tarde y se sentó a beber un poco de cerveza fría que tenía en el refrigerador. La comida no le tomaría más esfuerzo que la paciencia de esperarla: Telepizza estaba a unos 10 minutos caminando desde su edificio. De pronto sonó el timbre del citófono. No se levantó, pensando que se trataba de un error. Sin embargo, volvieron a tocar y entonces se levantó un tanto sorprendido, pues no esperaba a nadie durante ese día. Levantó el auricular: era César.
- ¿Cómo estás, hombre? ¿Estabas ocupado?
- No, de hecho, acababa de ordenar. Tuviste suerte o te habrías enredado con cualquier cosa.
- Parece que te lo pasas en fiesta, tío.
- No creas. Paso solo casi todo el día, pero lo paso bien.
- Ya veo, ya veo.
- ¿Quieres tomar algo? Cerveza, jugo, coca cola…
- Jugo, por favor.
Andrés acudió a la cocina para traer el jugo que había pedido su amigo. Se sentó en el sillón y aprovechó la compañía para conversar un rato ya que, después de todo, estaba un tanto aburrido de ver la televisión.
- ¿Y qué tal te ha ido en el trabajo? Te desapareciste así de la nada
- Lo siento, Andrés. He sido un ingrato. Por eso aproveché de venir a verte en vez de llamarte, porque te tengo que comentar algo.
- ¿Algún problema?
- No, para nada. Es que tengo un amigo que acaba de llegar desde Barcelona y anda en busca de piso. Me acordé de que tú tienes harto espacio acá y pensé en que podrías querer alquilar alguna habitación. No te preocupes que no le he dicho nada aún, así que no te sientas comprometido. Puedo asegurarte que es una persona muy tranquila y no te va a traer ningún problema.
- ¿Viene a trabajar acá a Albacete?
- No, es estudiante.
- ¿Cuándo podrías traerlo acá para conocerlo? Me parece una buena idea de la de alquilar a alguien.
- Gracias, Andrés. ¿Puede ser esta tarde?
- Claro.
Fue inevitable recordar todos los años de amistad que tenía con César, desde la primera vez que había visitado Albacete, hacía unos 5 años. Si no fuera por él, quizá Andrés nunca habría optado por una ciudad que, en principio, no conocía en lo más mínimo. Recordaba ese viaje a Barcelona y esa larga conversación que habían tenido en la Barceloneta, mientras nadaban en el Mediterráneo. Hacía poco rato había llamado para pedir la pizza, por lo que invitó a César a quedarse. Mientras Andrés iba a buscar la pizza que llegaba hasta su puerta, indicó a César que le preguntara a su amigo si le parecía bien ir durante ese mismo día. Se pasaron unas horas conversando mientras devoraban la pizza y el helado de postre.
- ¿En cuánto vuelves?
- No creo que en más de 1 hora. Albacete no es tan grande –rió César.
- Muy bien, te espero. De todas formas, es domingo y está todo cerrado, así que no me queda otra –bromeó Andrés.
Andrés aprovechó el tiempo en que estaría solo para revisar el departamento y ver que el resto de las habitaciones también estuviesen en orden: su habitación era la única que estaba ocupada y el resto eran solo habitaciones vacías en que una cama sin hacer era el signo máximo de ausencia humana entre esas paredes. Revisó que todo estuviese en orden y que no hubiese dejado guardado ningún objeto en el interior de esos armarios ya que siempre solía dejar olvidado su calzado en alguna habitación, cuando se quedaba pegado en la ventana y le daba calor en los pies. Regresó al salón y observó el retrato de su hermano que estaba, nuevamente, en la pared. El nuevo marco parecía ser mejor que el anterior y la foto le traía muy buenos recuerdos.
Al poco rato, el citófono volvió a sonar: César había regresado con su amigo. Abrió la puerta para entrar al edificio y los esperó en el interior del departamento, dejando la puerta entreabierta. Era de costumbre que los días domingos fueran bastante silenciosos, por lo que no le llamó demasiado la atención percibir el ruido del ascensor desde el momento que había bajado –al ser llamado por los pasajeros- y el momento en que subía, deteniéndose en las plantas inferiores antes de llegar a la suya. Oyó las pisadas que se acercaban hasta la puerta y se levantó para recibir a los recién llegados.
- Hola, soy Camil.
- Hola, pasen – indicó cordialmente Andrés.
Los recién llegados se sentaron en el sillón mientras Andrés les ofrecía algo para beber.
- ¿Hace cuánto que llegaste, Camil?
- He llegado hace 2 días. Ya te habrá dicho César que ando en busca de piso y, bueno, quería saber qué posibilidades tengo.
- ¿Qué tan bullicioso eres?
- No suelo hacer mucho ruido, en realidad.
- Vas a tener que acostumbrarte a que este departamento… perdón, este piso es muy bullicioso los fines de semana –todos empezaron a sonreír.
Conversaron durante largo rato, mientras se ponían de acuerdo en detalles simples respecto al departamento. Camil se veía muy simpático, lo que agradó bastante a Andrés. Finalmente quedaron de acuerdo en que se instalaría al día siguiente.
- Supongo, César, que ahora me vas a venir a ver más seguido –rió Andrés.
- Eso espero, hombre. Hasta luego.
- Hasta luego. Nos vemos mañana, Camil.
- Gracias, Andrés. Hasta luego.
Desde que había llegado, nunca se le había pasado por la cabeza la idea de arrendar el departamento para alguien más, pues se sentía a gusto teniéndolo para sí mismo, pese a que su tía –quien le había facilitado el departamento- nunca se lo había impedido. De hecho, le había dicho que sería una buena idea para no estar solo y para que no le costase tanto costear las cuentas, situación que no le preocupaba demasiado en esos momentos. Camil parecía ser una buena persona, por lo que no le costaba imaginarse que se llevarían bastante bien: desde que lo había visto entrar, le pareció haber visto a Jaime. Nunca era malo tener algo de compañía.
Esa sería la última noche que tendría el departamento para sí mismo, por lo cual sería bueno aprovecharlo. Encendió velas y un incienso en medio de la mesa de vidrio del salón, para luego apagar las luces. Era el momento de pensar en algunas cosas que quería y debía hacer en un futuro próximo para ver si, de esta forma, lograba convencerse a sí mismo de que ya había superado todas las culpas del pasado.
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