miércoles, 28 de abril de 2010

España: 3 meses

Son varias las circunstancias que se han dado para que no pueda celebrar algún cumple mes en Albacete y, por consiguiente, de mi llegada a España. Tuvieron que pasar 3 meses desde aquel esperanzador 27 de enero en que, por primera vez, divisé la Península Ibérica a través de la ventana del avión para que yo pudiese sentarme a divagar respecto al importante hito que ha significado, para mi vida completa, el haber roto muchas barreras y haberme aventurado a volar tan alto como para llegar a la mismísima Europa. Porque esto que parecía un sueño irrealizable, es lo que se ha convertido en mi vida cotidiana desde ese día extraño, en que bajé del avión y corrí por las vías subterráneas del Metro de Madrid, repitiendo una y otra vez en mi mente... "estoy en Madrid, estoy en Madrid... ¡Estoy en España!" Es una emoción un tanto extraña, mirar a la gente, escuchar el nuevo acento y, mentalmente ubicarte geográficamente en una localización totalmente diferente a la de tu nacimiento, es decir, en el otro lado de la línea del Ecuador.

Aún recuerdo ese momento en que crucé la Cordillera de los Andes entre nubes, cuando la ventanilla se llenó de cristales de hielo. La inmensidad de la pampa argentina hasta divisar esa enorme ciudad llamada Buenos Aires donde haría la primera escala. Luego, la espera, buscando conexión para poder hablar a mi casa y avisar de que ya estaba en Buenos Aires, que pronto comenzaría el gran vuelo: cruzar el 'charco', el Oceáno Atlántico. Y eso sucedió a eso de las 23.00 hrs del día 26 de enero, con una hora de retraso. Cuando despegó el avión ya estaba oscuro y hacía un poco de calor, pero la emoción de este suceso me tenía inquieto. Luego, en el aire, comenzar a ver las ciudades de Brasil, enormes, iluminadas hasta la infinidad. Y dormir... hasta abrir los ojos y ver, entre nubes, algo distinto, un nuevo continente: no me lo podía creer y, a veces, aún no me la creo. Tenía tanto miedo de pasar por policía internacional y que me pusieran algún problema, pero todo duró menos de un minuto y... ¡ya estaba en España! Esperar la maleta y luego salir a encontrarme con los 3º - 4º de temperatura (a diferencia de los 33º que había en Santiago al partir y una temperatura similar en Buenos Aires). Y llegar a Albacete luego de correr por las escaleras del metro, ver caras extrañas (no fue precisamente muy cuidadoso con mis maletas y el ruido era algo digno de observar, incluso, para reírse). Correr al bus que ya estaba partiendo y que me esperó, generosamente. Mirar los copos de nieve que caían en la Estación Méndez Álvaro, escuchar un poco de música, estar atento a cada detalle del camino que veía... ¿por primera vez?. Y me daba vueltas en la cabeza, estoy en Madrid, rumbo a Albacete, estoy en España, rumbo a cumplir uno de tantos sueños.

El bus se detuvo en una estación por media hora: esa era la señal de que faltaba muy poco. Aproveché de llamar a Vero, para avisarle de que ya iba. Y poco tiempo después, el bus se estacionaba en el terminal de "Albacete". Bajé mis maletas y me encontré con una fría ciudad, inserta en los llanos. Era extraño ver en vivo y en directo imágenes que solo había visto en fotos. Iba tan apurado y cargado que en ese momento no pude dimensionarlo bien. No pude comunicarme con mi familia sino hasta el día siguiente, a las 9 de la mañana (5 am en Chile). Llamé por Skype y sentí la alegría de mi familia de saber que ya había llegado bien y que estaba próximo a comenzar mi nueva vida.

Detalles tan pequeños como mirar por la ventana y, por primera vez, ver eso que te decían que es España. Sentir el invierno europeo, sentir que estabas en el continente viejo cumpliendo tus sueños. Y claro, es el mejor ejemplo de que los sueños se cumplen si luchas por ellos, que aunque creas que tus esfuerzos no son recompensados te equivocas: la vida sabe recompensar el trabajo, la vida sabe devolverte lo justo y en el momento preciso. Así es, como alguna vez me decía Matilde -una chilena que conocería en Londres, tiempo después-, "la vida se da cuenta de nuestro esfuerzo" y es eso lo que te hace disfrutar aún más tus logros.

Y me cuesta creer que ya se hayan pasado 3 meses desde este enorme vuelo, desde ese momento en que realmente la vida me ha dicho que sí se puede volar. Que no hay límites, que los sueños no tienen límites ni controles aduaneros: son libres de llegar al lugar que se propongan. Estoy viviendo ese sueño que vi tan lejano, que ahora ya es parte de mi vida y que, de alguna forma, quisiera que durara para siempre.


domingo, 25 de abril de 2010

Sentidos

“Si se supone que estoy viviendo uno de los momentos que esperé por mucho tiempo, ¿cuál es el motivo de esa angustia intermitente?” se preguntaba en esos momentos el caminante. Y es que eran tantas las preguntas que tenía en su mente a cada momento y tan pocas las soluciones que a veces enloquecía de solo contarlas. Lo mejor sería siquiera pensar en ello, simplemente vivir: darse un momento para respirar. Pero, ¿cómo dividirse físicamente para estar en 20.000 lugares a la vez? Como poder unir a todo la gente que tenía en su corazón en el mismo lugar. Por instantes, creía que las unidades aristotélicas del drama tenían su lógica.

“¿Por qué vienen esos sentimientos de angustia cada cierto tiempo, justo cuando creo estar alcanzando los momentos más sublimes de mi vida, cuando la vida comienza a sonreírme luego de todo el tiempo. Está claro que no puedo tener todo lo que quiero y debo de sentirme bendecido con todas las gracias que he recibido, muchos envidiarían mi vida. Lo que no saben es que yo, a veces, envidiaré ser otra persona. Pero, ¿otra vida sería la solución? Es que nadie en este mundo puede estar conforme con lo que es, ¿por qué, si lo tienes todo para ser feliz?”. La angustia le corroía la vista, miraba a través de los cristales sin saber a quién preguntárselo. Se sentía solo en un mundo inmenso, sabiendo que había mucha gente dispuesta a ayudarlo.

Caminaba por la ciudad, mirando las estrellas, las nubes, los astros que quisieran darle una respuesta. Seguía caminos que se abrían por doquier y por azar, sin rumbo fijo, sin saber dónde iba a llegar. Quería sentarse en algún lugar donde no hubiese nada de civilización, solo naturaleza. Quería sentir el frío de la noche, la soledad misma de sus propios latidos. ¿Por qué esa extraña sensación de querer llorar, sin saber cuál era el motivo de tu pena? Y le cantaba una y otra vez a esa extraña compañía: soledad. Sentía la necesidad de encontrarse con algo o con alguien, que le cambiaría la vida para siempre. De pronto, las lágrimas le caían por la cara sin motivo. Todo era silencio, todo era silencio. ¿Acaso algo tenía sentido?

Fotografía: Parques de Lisboa.

sábado, 24 de abril de 2010

Las ramas del camino

Caminamos, de pronto, entre avenidas surrealistas de la mente que de pronto se desdibujaban en callejones que aparecían entre las ramas de los árboles. Esa silueta extraña que aparecía de vez en cuando me hacía pensar en el pasado que caminaba junto a mis pasos, en todas esas cicatrices de guerra que llevaba en la piel y que, según el conjuro de aquel mago del fuego, no se borrarían jamás de mi cuerpo. Según él, era para que no me olvidase de que los golpes de la vida son para hacerte más fuerte. Y entonces miré una de esas extrañas cicatrices que se me extendía por casi todo el brazo, pensando en esa titánica caída de 30 metros de altura hasta llegar a las profundidades de un río en calma. Al regresar a la superficie, vi que todo ya estaba congelado. Recuerdo aquella vez como si hubiese sucedido hace tan solo un segundo.

Pero este camino era un tanto distinto a aquellos parajes congelados, con la nieve abultándose a la altura de mis rodillas descubiertas. Cuando abrí los ojos luego de desvanecerme sin motivo, me encontré sentado en el cemento, desde donde podía ver una enorme avenida iluminada. Por allí transitaban muchos vehículos en distintas direcciones, cada quien con ese destino que yo no entendía. Nunca pude determinar la orientación de cada destino, simplemente, me puse de pie mirando las estrellas del cielo. "Estoy tan lejos" pensé, sonriendo. Eran enormes estructuras que se alzaban hasta las nubes, allá donde los aviones dejaban pasajeros y anunciaban su próxima parada. Eran tantos los caminos que aparecían a través de las ramas de los árboles que me aventuré a elegir uno entre tantos. La silueta se quedó a mi lado, escudriñando cada uno de mis movimientos: sabía que uno de mis tobillos estaba herido, por lo cual, me miraba con cautela. Le dije que me siguiera, pero permaneció en su lugar.

Cuando logré llegar a una de las ramas de al medio, una fría ventisca comenzó a cubrir de blanco los alrededores. Entonces levanté la mirada hacia el cielo y encontré una de las señales. Miré a la silueta y me asintió con la mirada. Me asusté muchísimo, pues era el camino que salía de la rama más alta. ¿Sería capaz de alcanzarla?

-Es ese el camino que debes tomar, el más difícil. ¿Y sabes por qué? Porque es el más alto, porque vas a necesitar volar.

Olvidándome del dolor de tobillo que volvía en esos momentos, cerré los ojos y comencé el ascenso, sin preocuparme del bullicio que parecía querer quitarme la concentración.

Fotografía: Salida de la Estación Méndez Álvaro, Madrid.

jueves, 22 de abril de 2010

Amaneceres y atardeceres

Quiero una noche de caminatas entre la bruma del amanecer, trasnochados y muertos de frío... tal vez, un poco bebidos. Quiero sentarme en la acera a contemplar el bailoteo extraño de las estrellas que no duermen, que se esconden tras las nubes que de pronto aparentan una tormenta de lluvia ficticia que al día siguiente será el sol de 20º que me hará correr a la sombra. Sï, quedarme abrazado a la sombra misma de lo etéreo, de lo abstracto, de ese ideal que no existe y que llamo a cada noche mientras duermo... o cuando no puedo dormir. Simplemente, sentado entre edificios, perdido entre pensamientos hastiados de soledades que ya no quiero más. Sí, soledades que olvido, pero que vuelven a pasearse desnudas frente a mi puerta tentándome al placer de ese cuerpo volátil que luego desaparecerá tan fácil como se ha entregado para legarme ese sentimiento de vacío que me inunda cada vez que tengo ese deseo.

Quiero una tarde perdida entre las voces inaudibles que no entiendo, que me hablan distintos idiomas; de palabras que no quiero escuchar. Quiero ese cielo, ¡sí, ese cielo majestuoso de tormentas grises que reflejan la inestabilidad emocional del mundo, la violencia de lo efímero y la apariencia misma de una irrealidad constante! Y creer que acaso algo de los sueños puede ser real, creer en esa irrealidad concretizada en un verbo en presente. Quiero un mundo de sorpresas; romper esa ventana y saltar al aire nuevo de mañanas de frío y nieve. Romper cada vidrio y escalar por esos muros, escalar por esas historias. Quiero formar parte de una historia.

Fotografía: Calles de Lisboa, Portugal.

martes, 20 de abril de 2010

La noche y un caminante

En el silencio de la noche se detiene un caminante. La noche está oscura casi como todas las noches, las nubes en el cielo dan cuenta de una tormenta que acaba de pasar y, entonces, él se detiene a observar esas gotas que han quedado dispersas en el suelo. A veces se ha encontrado con esos pedazos de cielo repartidos en las miradas de los escasos transeúntes que circulan en esas calles, pues ya es tarde y la gente duerme: la máquina los requerirá temprano por la mañana para hacer funcionar cada uno de los mecanismos que dan la energía del proceso, del movimiento. Pero el transeúnte solo piensa en la musicalidad extraña del silencio, esa musicalidad que tantas veces lo ha llevado a los mejores sueños... o a las más terribles pesadillas. Pero esta noche quería elegir un sueño, quería cerrar los ojos y conectarse con ese mundo que habita por debajo del cemento y los alcantarillados subterráneos por donde habita el eco de una ciudad que sigue viva, pero oculta. Allí, casi al lado del Hades griego, donde avanza el fuego del centro de la Tierra, dando nuevas formas.

Entonces se detiene a observar una extraña luz en el cielo. Fue como si, de pronto, sintiese pasos que se acercaban tras los suyos: dio vuelta, pero no había nadie. Aceleró los pasos, un poco asustado de lo que pudiese suceder, y entonces vio que esos pasos adquirían forma: una sombra lo seguía. Vio pasar un carro de fuego a su lado, en el que iba un joven en llamas que gritaba por ser salvado. ¿Acaso ese sería su destino? se preguntó. Siguió corriendo, un poco más agitado y asustado, pero se dio cuenta de que sus pies no avanzaban: era como si su cuerpo se hubiese congelado en esa baldosa. Entonces sintió la gélida respiración a sus espaldas. Una brisa fría comenzó a acariciarle el rostro, mientras esa voz fría le hablaba al oído: lo llamó por su nombre.

El libro que llevaba cayó al suelo, mientras su mano congelada quedaba con los dedos entreabiertos.

Fotografía:
Calle Ramón Casas, Albacete, España.

viernes, 16 de abril de 2010

Empanadas de queso!

Suena el despertador a las 09.30 am. Mi subconciente me dice: ¿Realmente quieres ir a nadar el día de hoy? La alarma vuelve a sonar, a las 11.30. Y me dio toda la locura por ordenar y ordenar toda la casa, desde lavar hasta el último tenedor sucio perdido en algún rincón hasta trapear el suelo... todo para que mis visitas no dijeran que me departamento es un despelote... que, si somos certeros, la mayor parte del tiempo sí lo es. Y se me pasa volando el tiempo hasta que ya son las 13... corro a la ducha y luego Eroski. Son casi las 13.45 y yo voy corriendo por sus amplios pasillos muy bien cuidados y limpios que invitan al consumo... gaste todo el dinero que le queda en su tarjeta, gástelo todo, ¡gástalo, tío! Pase por el lado de la maquinita del demonio, pero solo le hice un desprecio y continúe mi camino hacia el supermercado.

Busqué por los pasillos los ingredientes: apareció el harina, el aceite... ¡el queso! Paso por la caja y pago, me anuncian que las bolsas no serán gratis a partir del 26 de abril: digamos que se están comprometiendo con el medio ambiente o que quieren ahorrarse el gasto en bolsas. Opto por la segunda. Y entonces llego de regreso, son las 14.05 y no han llegado. Leo un mensaje de Mariana que me dice que van a llegar un poco más tarde. Ok... ese 'poco' más tarde se tradujo en que llegaran a las 15.15, teniendo en cuenta que habíamos quedado a las 14.00. En fin, comenzamos la maniobra de construcción culinaria, de un almuerzo que acabaría siendo casi como una once, o casi como una cena.

Cuando yo pensaba hacer la masa, Mariana ya tenía todo dispuesto para comenzar a hacerla ella. No me queda otra que acatar, pensé. Entonces llama Omar para que lo vayan a buscar. Salgo corriendo hasta encontrarlo. Regresamos y continuamos, es el momento de picar el queso. Lo picamos, lo picamos... comienza el relleno de la masa y veo con emoción cómo se amontanan las empanaditas. Hasta que llega el momento de freir... la famosa freidora que estaba perdida en el medio del universo de los cajones, aparece como una solución. Aunque sucede que esa solución nos costó algo así como 3 litros de aceite. Al fin y al cabo, ese aceite podría ser reutilizado, supuestamente. Y comenzamos a freir... freir... cuando probé la primera de ellas, fue como volver a rememorar los viejos tiempos. ¡Empanadas de queso... y en España! Cosa que pensé que nunca sucedería y que tendría que soportar, tortuosamente, hasta volver a Chile.

Nos sentamos a comer nuestras empanaditas que en poco rato ya habían desaparecido. ¡Magia! Al fin cumplí mi capricho...

... y fui feliz.


martes, 13 de abril de 2010

Tentaciones del día a día

Hacía tiempo que no escribía nada de la vida misma, sin que ellos signifique que la vida misma no sea un objeto de observación interesante. Cabe destacar al gran Larra que con el solo hecho de hablar de la vida misma escribió grandes artículos de costumbres en que la ironía y la crítica se dejan entrever a través de sus palabras. Y como a partir de lo cotidiano surgen demasiadas cuestiones, hoy me he visto envuelto en una de ellas, lo que claramente podría dar para otro artículo de costumbres. No aspiro ello, pero si resulta, bien.

La vida acá en Albacete parece ser muy apacible y tranquila, con un clima inentendible: un día hay un sol de casi 20º y en la tarde se pone a llover sin motivo aparente. ¿La inestabilidad primaveral? Claro, estamos en una llano y no hay reguladores... siempre todo se va a los extremos. Un día muy tranquilo como hoy me levanto y voy a nadar como casi siempre, para ver si funciona eso de estar bien para el verano y creer en esa ilusión de que siendo atractivo, todas caerán a tus pies. No sé si creo en esas leseras, pero me pareció divertido el eslogan. Sucede que llego a mi departamento -'piso' como se dice acá en España- para dejar las cosas y luego me doy cuenta de que no me quedan cosas para preparar lo que quiero: tortilla de acelga. Así que me dirigo al Albacenter que queda a una cuadra y media de acá. La aventura comienza en ese momento en que, ilusamente, salgo de mi casa sin saber lo que me iba a suceder en ese centro donde se esconde el monstruo comercial llamado Eroski... que intenta convencerte con tus buenos precios, sus promesas nunca cumplidas (se supone que si tienes que hacer cola, te dan descuentos... pero siempre que voy hay colas... claro, la crisis).

Llego al Eroski y las tiendas me sonrién con su habitual anhelo de consumo para el cliente. Doy vueltas alrededor como si se me ocurriese comprar algo nuevo, que muchas veces sucede. Pero no, esta vez fui bastante certero en mis compras, referidas a la lista que he confeccionado para tal cometido. Congelados: acelga, marca Acme (no, marca Eroski), la más barata. Luego voy por los huevos, que nunca he entendido por qué está en el sector de los vinos. Todo bien, paso por la caja y me sonrién al decirme cuánto es: 3,12 €. Me preguntan por los 12 céntimos... nop. Los 2 céntimos... nop... y entonces me recuerdo de que tengo tantas malditas monedas chicas en el banano y que nunca las llevo conmigo en el momento preciso. Salgo del supermercado con la ilusión de poder comer mi tortilla de acelga.

Pero algo sucede en el camino que me detiene, como si una luz divina -más bien, diabólica- me condujera hacia una máquina de recarga de teléfonos móviles. Ilusamente me acerco e introduzco el número de mi móvil con la fe de que la tecnología me iba a entregar una recarga fácilmente en cuestión de segundos. Todo bien, me llega un mensaje anunciándome la recarga... hasta que de pronto la máquina colapsa. Me llega un nuevo mensaje diciéndome que mi saldo es 0 €. ¡Qué mierda te pasa, máquina (en este momento se procede a la censura de la serie de improperios -pronunciados en chileno-, para no producir molestia en los lectores)! Y estuve como 10 minutos esperando que sucediese algo... pero nada. ¡¡Máquina del demonio, me has conducido al pecado, has seducido mis sentimientos consumistas prometiéndome una compra rápida y sin rodeos!!

Me di vuelta por todos lados, pregunté a todo el mundo. Llegué a hablar con uno de los guardias, quien me atendió amablemente. Me pidió mis datos y me preguntó lo sucedido... intentaron comunicarse con el tipo que está a cargo de las máquinas, pero el muy inepto tenía su celular apagado. ¡Así que la ineptitud es un mal internacional! Me fui, al menos, tranquilo de que me hayan escuchado el problema... pero no con muchas ilusiones de recibir la recarga. Es como si me hubiese confesado y el cura me hubiese dicho que mi penitencia es pagar 10 €... ¡por pecar de consumista! Y ahora me siguen llegando mensajes de promociones por la carga... ¡pero si no me han dado la carga! O sea que ni se ponen de acuerdo... en fin.

¡Qué es del pecado del consumismo que lleva a tantos seres humanos, infieles del buen camino, por la seducción del pecado... camino a los infiernos! ¡Maldito consumismo que nos corroe por completo y nos lleva a las tinieblas, al fuego del infierno y amenaza con convertirnos en salchichas que luego venderán en la calle con hot dogs! ¡Sálvanos, Dios mío, de tantas provocaciones demoníacas! Y ahora, como recomendación, váyanse a confesar, ¡corriendo! miren que el fin del mundo parece estar cerca.

Mmm y de penitencia... ¡10 € por todos sus pecados!

domingo, 11 de abril de 2010

Estación

El tren se detuvo en la estación y las puertas se abrieron: vi gente que entraba y otras que salían. Para algunos, ese era el final de su destino y para otros, simplemente, el comienzo. Yo era un pasajero más dentro de todo ese tumulto de viajeros con las miradas perdidas tras la ventana. El paisaje de la ciudad era algo inspirador, casi como el mejor dibujo extraído de las pinturas de la mente. Probablemente, algo así como un sueño que se cumplía a gotas, a gotas que caían sobre una enorme laguna que se iba formando a mis pies. Las gotas que corrían por mi piel fría, que se pegaba al vidrio, dejándolo humedecido. La pareja de viajeros que iba frente a mí me miraban sin entenderme: hablaban en inglés, pero no sabían que yo también entendía su conversación secreta.

Y fue en ese preciso instante en que me detuve, mirando mis zapatillas gastadas por todo el camino. La suela estaba llena de tierra y hojas; me recordaba la juguetona caminata por las praderas, huyendo de los guardias que nos querían recordar a la fuerza que no estaba permitido caminar por el cesped. Daba igual. Nosotros éramos niños recorriendo un mundo nuevo. El tren seguía en la estación y las baldosas trazaban un camino de huellas que se perdía más allá de un enorme macetero trizado, a punto de colapsar. Las avenidas no eran las mismas que en el pasado, ahora parecían tener más vida. Parecían tener más historias. Algunas de esas historias las dejé plasmadas cerca de las líneas del tren, en esa juventud prematura, antes de volver a nacer. No recuerdo cuál era mi nombre, pero eso ya ni importa. Cerré los ojos frente al vidrio and we don't care about the young folks, talking about the young style.

Fue en ese momento que me di cuenta que los kilómetros que había viajado significaban más que un número de 5 cifras. En ese momento comencé a entenderlo todo, casi todo.

Fotografía: Estación de tren, camino de Sintra a Lisboa.

sábado, 10 de abril de 2010

La vida

La vida me sabe a fantasías;
a eternidades ensoñadas que concuerdan en una esquina,
que dan vueltas alrededor
y luego se pierden en una rotonda
sin saber bien dónde debe llegar.
Pero perderse en esos caminos nos lleva a nuestro propio destino.

La vida, a veces, me da un poco de vértigo,
cuando camino por puentes en altura
y las calles se ven en las profundidades.
La vida, también, me produce ganas de saltar al vacío
-sin que ello implique un intento de suicidio-
solo por el deseo de saber qué es lo que esconde.

La vida es un callejón en movimiento.
La vida hay que viajarla en el techo de un autobús,
para no perderse el más mínimo detalle de su atmósfera.


Fotografía: Calles de Lisboa, Portugal.

jueves, 8 de abril de 2010

Que no

Le dijo que no y lo repitió varias veces por si acaso alguien no hubiese querido escucharlo. Pese a que todos lo miraban con un rostro severo y atento, simulando haber captado la totalidad de este mensaje, volvió a repetirlo. ¡No! Lo gritó con toda la furia posible, haciendo temblar el ventanal endeble que había en una de las paredes. Su gorra de general quedó sobre una de las mesas mientras los otros jóvenes permanecían sentados a la fuerza; otros guardias daban vueltas alrededor para asegurarse de que las amarras en los tobillos permaneciesen firmes, al borde de hacerles sangrar la piel. Eran 4 los muchachos que permanecían con los pies descalzos manchados de sangre, firmes en el suelo.

-Por dónde podemos comenzar la faena. ¿Te parece si comenzamos aquí? -tomaron a uno de los jóvenes del pelo y le empujaron la cabeza hacia atrás, dejando el cuello hacia adelante. Un cuchillo carnicero mostraba su brillo cuando se acercaba a la piel.

-No lo hagas. Te daré lo que quieres -habló un muchacho con la ropa destruida y el pecho manchado de la sangre de sus propias heridas.

-No me lo creo.

-Sólo ven y tómalo por ti mismo. ¿Nos dejarás en paz luego de esto?

El guardia se acercó al muchacho y le apretó el cuello con una mano: ahí estaba el collar de finos metales que tanto gustaba. El muchacho lo miraba con desprecio, a la espera de ser liberado; golpeaba el suelo con los talones imitando el tic tac de un reloj.

El procedimiento fue muy rápido y la mancha de sangre a los pies de la silla fue el único alboroto. El muchacho, ya libre de amarras, cayó al suelo, con el pecho abierto. El guardia llevaba en su mano el corazón que goteaba. Y por si a alguien le quedaba alguna duda, volvió a repetir el severo '¡No!' de un principio, mientras abría el cajón y lo guardaba junto a la colección de asesinatos que allí escondía.

-Lo que entra aquí ya no sale más... y ya será el turno de cada uno de ustedes.

miércoles, 7 de abril de 2010

Recuerdos

Desde acá te recuerdo,
entre ventanas humedecidas por el frío primaveral,
por las noches de estío que se asoman
y las estrellas plagadas de sueños que cuelgan entre nubes,
nubes condensadas de palabras hacia ti.

Sentado frente a la luz de la luna,
sentado bebiendo una taza de café,
pensando en las caminatas vespertinas de antaño,
en las cosas del pasado y el futuro,
en tu mirada de bellos colores que perpetua mi imaginación
y proyecta los más bellos deseos;
mundos cristalinos abrazados junto a ti.
Nuestros mundos reunidos de la mano,
mi cuerpo abrazado junto al tuyo.


Fotografía: Provincia de Tetuán, norte de Marruecos.

lunes, 5 de abril de 2010

Aventuras de Semana Santa: Marruecos y Portugal















Todo comienza a las 3.15 de la madrugada del 28 de marzo, rumbo a Madrid. Llegamos al aeropuerto a eso de las 8.30 de la mañana, en busca de un lugar donde tomar desayuno: Mc Donald's. El vuelo comienza con retraso, tanto del embarque como de la partida misma (algo así como 1 hora y media entre ambas). Ese es el costo de las aerolíneas de 'bajo costo', valga la redundancia. Son casi las 3 de la tarde (hora local en Marruecos) cuando llegamos al aeropuerto de Casablanca. Arrendamos un vehículo y comenzamos a recorrer las autopistas de un Marruecos enloquecido por el tráfico. Llegamos a encontrarnos con Mariana y Claudia con más de 1 hora de retraso respecto a la hora acordada... momentos en que ellas ya se disponían a partir en busca de un hotel. Y comienzan nuestras aventuras por la nocturna y turística Casablanca.

Al día siguiente partimos rumbo a Marrakesh, donde estuvimos dos noches. Calor, sensación de estar perdidos, vendedores acosadores, precios muy baratos y caos en el tráfico son algunas de las características de una ciudad muy verde y bella, con estructuras muy buen cuidadas y con un característico color rojo, así como Tetuan lo sería de color blanco. Y de Tánger regresamos a Madrid, el 1 de abril a eso de las 2 de la tarde.
Y la nueva aventura comienza a las 10 de la noche, rumbo a Lisboa, en bus. No es muy grato viajar casi 10 horas en bus, pero era la única opción antes que encerrarse nuevamente en Albacete. La entrada a Lisboa a través de un puente de casi 17 kilometros no es algo que pase inadvertido. Me desperté cuando por los parlantes el conductor anuncia la llegada a la estación 'Oriente', a las 6 de la mañana, con un frío considerable. Ahora el siguiente problema sería buscar el hostal. Las chicas se tomaron el poder y me prohibieron organizar el viaje, así que simplemente obedecí. Divagamos sin rumbo fijo en el metro hasta que por coincidencia, dimos con una persona que justo bajaba en el lugar dónde se encontraba nuestro hostal. Tuvimos mucha suerte. Tomamos el turibús que daba vuelta por la ciudad, tomando fotos de todo lo que pudimos: Lisboa se presentaba ante nosotros como una ciudad muy bella y, especialmente para mí, como un lugar en el cual me sentía muy en casa. La similitud con Valparaíso era ineludible.
Fueron solo 2 noches en que el cansancio se hizo notar solo al final, solo 2 noches para tantas cosas, para tantos caminos, para tantas fotografías. Dos noches que se hacen muy pocas para recorrer una ciudad tan hermosa como lo es la portuguesa Lisboa que me recordó a mi amado Valparaíso chileno. Desde la sorpresiva salida noctura al Bairro Alto, en que las calles de adoquines y las edificaciones antiguas muy bien cuidadas daban un toque muy pictórico, hasta la accidental llegada a una plaza cuyo nombre nunca supe, pero que me recordó uno de los tantos sueños con lugares desconocidos que tuve cuando era niño... y me emociona recordar ese momento que me pareció un reencuentro. Tampoco puedo dejar de lado que, para llegar a esa plaza, debimos ocupar un fonicular que ascendía por el cerro: yo, feliz, como un niño divertiéndose en sus juegos. Y es que Lisboa me daba la bienvenida, Lisboa me daba permiso para recorrer sus calles y, de alguna forma, me hacía parte de sus historias.

Quiero creer que hay algo más que mera coincidencia -o gusto- lo que me hace recordar a Lisboa con tanto cariño, siendo que estuve solo 2 noches. Será la simpatía de su gente, el carácter cosmopolita de su cultura o lo bien que lo pasé. Quiero creer que esta no ha sido la primera vez que mis pies tocan ese suelo portugués -y espero que no sea la última-, sino que ya había algo, en vidas anteriores, que me mantenía ligado a esa tierra y que, en cualquier momento, me volvería a llamar para despertar nuevas historias.