jueves, 29 de agosto de 2013

06. La siguiente parada

El hombre le hizo un gesto de que lo siguiera: el bus se detuvo en la siguiente parada. Descendieron del transporte y caminaron en dirección a una vieja casona que tenía aspecto de abandono: la pintura estaba corroída por el paso del tiempo y la madera parecía estar carcomida por las termitas. Cuando la puerta se abrió, el muchacho tuvo miedo de que la casa entera acabara viniéndose abajo con el solo hecho de poner un pie en el interior. 

- Deja tus zapatillas en un lado. Caminando con calcetines habrá menos ruido.
- Ok... -el muchacho respondió, sorprendido de que el secuestrador ahora le hablara en su propio idioma, con un acento nativo.

Caminaron por el pasillo: la casa era muy luminosa y su aspecto interno distaba mucho del exterior. Todo le hacía creer que allí dentro solía haber mucho movimiento. 

- Perdona por lo del bus. Traté de pasar lo más desapercibido posible.
- No creo que andar con una pistola en la vía pública te haga pasar muy desapercibido.
- Sí, ya lo sé, pero de otra forma no hubiese aceptado venir conmigo. Sé lo paranoico que eres.
- ¿Por qué lo sabes?
- Hombre, antes de que decidiéramos ir por ti, ya te habíamos estado investigando de hacía tiempo.
- Creo que tengo motivos para la paranoia.
- Algo así -rió, abriendo la puerta del refrigerador-. ¿Té helado, Coca Cola, una cerveza...?
- Estoy bien, gracias.
- No, en serio, hombre, debes tener sed después de todo este viaje incierto. Puedes sentirte tranquilo de que aquí nadie te va a rastrear.

Observó su celular y notó que no tenía cobertura. Lo devolvió a su bolsillo al momento en que aceptaba una cerveza fría que realmente le apetecía en ese momento. El hombre se sentó en una silla. 

- ¿Cuándo me vas a preguntar por qué estás aquí?
- Estaba esperando a que me lo dijeras tú... ¿o me equivoqué de película?
- Mmm... ni siquiera yo sé si esta es la primera o la segunda parte, pero en fin. Solo te puedo decir que tienes algunas habilidades, ¿o no?
- Supongo que todos somos buenos en algo.
- No nos veamos la suerte entre gitanos, por favor. Sabes de lo que te estoy hablando.
-Es que no sé si es una habilidad en realidad.

En ese momento, una sombra cruzó el pasillo, con un destello de luz que desapareció en un instante. El muchacho se vio notoriamente distraído por dicha aparición.

- ¿Todavía crees que no es una habilidad? A esta casa ha venido mucha gente: amigos de la familia, gente ofreciendo cosas, pero eres el único que ha visto al espíritu.
- O sea que, realmente, estamos hablando de un espíritu...
- ¿Lo dudabas? 
- No lo sé... lo siento... todavía estoy confundido. 
- Mantén la calma, si no, vas a enloquecer. 
- ¿Más aún?

El hombre le indicó que caminaran hacia la terraza. La imagen le parecía surrealista: no entendía como había ingresado por un primer piso y ahora se encontraba contemplando una panorámica del otro lado de Londres, ese que no conocía. Observó maravillado los techos de las casas y, a lo lejos, el río que dividía la ciudad. No sabía a ciencia cierta dónde se encontraba ni cómo regresaría a su casa, pero se sentía a gusto. Regresó la mirada a quien, en algún momento, supuso como un secuestrador.

- ¿Cómo puedo llegar a ella?

El hombre se mantuvo en silencio y apagó el cigarro que tenía encendido.

- ¿Realmente sabes por qué la buscas?
- Quizás, ella me esté buscando a mí. 

El hombre asintió con la mirada. La nieve acumulada sobre los techos londinenses pronto comenzaría a congelarse: los termómetros marcaban -3º C.

domingo, 25 de agosto de 2013

Cara de día domingo

Cuando digo que quiero escribir más, me doy cuenta de que la semana se pasa como si nada. No me he dado ni cuenta cómo han pasado casi tres horas y yo sigo sentado aquí, en pleno día domingo, oyendo el ruido de Valparaíso que parece que nunca se duerme. Los domingos son fomes y, al parecer, todo tiene directa relación con que mañana es día lunes y eso nos pone a todos con rostro de traseros: "careculo" como se suele decir. Caras de día domingo que, pese a ser día de descanso, te mantiene inquieto porque luego empieza la semana. Pobre lunes, nadie te quiere, por ser el primer día de la semana.

Me contento al ver que agosto se está yendo... leeeento, al fin y al cabo. Recuerdo que el inicio de este mes no fue precisamente alegre, pero ya se está acabando. Agosto, con esa oscuridad de video electropop, con ese enigma de edificios encendidos en el amanecer, con las luces de los cerros de Valparaíso que mantiene a la ciudad despierta durante la eternidad. Quiero que llegue septiembre, quiero descanso, quiero que muchas cosas cambien. Quiero soñar con que la vida de adulto no es incompatible con lo que siempre soñé hacer, quiero creer que podré llegar a hacer lo que quiero. Eso me motiva a seguir adelante y esperar que los cuatro meses que quedan se pasen volando.

sábado, 17 de agosto de 2013

Tardes de sábado

Sí, creo que ya he dicho como mil veces que el tiempo se me está pasando mucho más rápido de lo que pensaba y la metáfora del abrir y cerrar de ojos ya parecer ser un cliché de mi blog, sobre todo en las últimas entradas. Me he dado cuenta que la cantidad de entradas de este año van muy por debajo de lo que llevaba el año pasado, pero todo se explica en la vida de adulto y sus consecuencias: trabajar, trabajar y no tener mucho tiempo para hacer lo que te gusta. Pero son costos, una cosa por otra: tener dinero a fin de mes para gastarlo en lo que se te plazca -más o menos- y para luego pensar en proyectos mayores. Y ese cambio a la vida de adulto te hace buscar nuevos horizontes tales como dejar la casa de tus padres y proyectarte en pareja, crear un hogar y disfrutar otras cosas que antes no se podía. Pero, el hecho de no vivir con tus padres, no deja de hacer que tu familia sea importante y que verlos nuevamente, ahora en tu casa, tenga esa misma sensación de siempre.

Ya había pasado mucho tiempo desde la última vez que los habíamos invitado a venir (y, tarde o temprano, siempre acaban cobrando sentimiento). Así se dieron las cosas que hoy sábado vinieron a casa a conocer los nuevos detalles, ya que siempre hay algo nuevo. Mi mamá se alegraba al decir que cada vez el espacio tomaba más forma y que lo estamos "arreglando a nuestra pinta". Me agrada ver que mi familia se da cuenta de que su hijo menor ya está creciendo y que todo el tiempo de formación ha dado algo de frutos, aunque eso no implica que me salve de la nostalgia al verlos venir con su sonrisa y su cariño que, en definitiva, todavía esconde esa sensación de no creer lo que sucedió. Claro está que nunca se imaginaron que llegaría tan pronto ese momento en que los polluelos empiezan a volar hacia su propio nido y creo que, cuando me toque vivir ese proceso, será bastante complejo. 

Fue una tarde muy agradable que se me pasó volando, recordando viejas anécdotas que se unen a las de la actualidad. Creo que fue extraño despedirme de ellos a eso de las 20.00 horas y sentir que, luego de su regreso a casa, me viniera todo el bajón de ánimo. No es solo el hecho de que estar con gente te llene de sensaciones diversas, sino que el estar con los tuyos y luego te dejen es lo que te produce una sensación de angustia similar a la de infancia. Acaso será eso de que nunca dejamos de ser niños y que, por muy adultos que nos creamos, somos igual de vulnerables y tenemos los mismos miedos. Solo puedo decir que me siento profundamente feliz de mi familia y de lo que me han enseñado para llegar a ser lo que soy: creo que cualquier momento es especial para celebrar el cariño de siempre.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Días mejores

Hay días completamente normales, pero que uno puede convertirlos en intensos: eso dice Juanes en una de sus canciones más populares. No sé si hoy fue un día intenso, normal u otra cosa; solo puedo decir que fue un día considerablemente mejor que el de ayer. Tampoco sé si tendrá algo que ver en el hecho de que cada día intento que me importe menos, de hacer lo que pueda y el resto se lo dejo a los demás que están involucrados en el proceso: siento que estoy en un momento en que debo ser fuerte, porque a la larga es todo parte de un camino donde hay cosas difícil y otras más simples, pero que confío que a la larga se traducirá en una inversión de experiencia. 

No estoy de acuerdo en que te digan que para hacerte profesional de tu área debes "sufrir" y aguantar que te pasen a llevar. Es cierto que soy joven y recién me estoy iniciando, pero no por ello uno debe dejar que piensen que eres cualquier cosa. Hace falta muchas cosas para que el ambiente pudiese ser mejor, pero es lo que hay y no me sirve de mucho las quejas a través de este medio cuando en realidad lo que hay que cambiar es en base a acciones, las cuales no puedo llevar a cabo por mí mismo. Hoy me di el tiempo de abrir una puerta y mirar el mar desde la altura: el oceáno Pacífico es tan profundo y ese horizonte me hace creer en la infinidad del universo. El sol, el aire, el calor: otro día de agosto con más de 20º C, cuando debiese estar alrededor de los 15º C. Cambio climático o alguna otra locura del universo. Es inevitable pensar respecto a qué sucederá cuando lleguemos a primavera, si la temperatura será cercana a los 30º C y moriremos en el intento.

Después de mucho darle vueltas al asunto y pensarlo más de una vez, decidí buscar mi traje de baño y volver a la natación. Y heme aquí volviendo del agua: fue genial el reencuentro y darme cuenta que pese a haber pasado el tiempo, era como si todo siguiese normal. Claro está que ya no me movía como antes por la falta de práctica, pero en un tiempo volveré "a las pistas". Es algo que me motiva y relaja. Todo para que, de aquí adelante, vengan días mucho mejores.

martes, 13 de agosto de 2013

No me atrevo a decir

Ayer me llamó la atención una persona que fue capaz de hablar, sin temor a lo que pudiera suceder. Claro está que esa persona está segura de que su puesto no será modificado y que, en definitiva, decir lo que pensaba no hubiese resultado un mayor problema, sin embargo, el hecho no deja de ser destacable ya que muchos nos vimos beneficiados por sus comentarios, dentro del ámbito laboral. Dentro de esa admiración que siento por aquella persona, debo manifestar mi propia molestia e incertidumbre ya que también hay muchas cosas que yo quisiera decirle a la vida, pero que no me atrevo. Y no es tan fuerte el hecho de no atreverse, sino que sentir que no puedes por temor al futuro. 

La autocensura es casi tan fuerte como la censura social: hay tantas cosas que quiero decir, pero que prefiero callar porque incluso este espacio podría ser rastreado. Quizás hablar en claves, metáforas, como alguna vez hice. Solo sé que a ratos me dan ganas de mandar todo a la mierda, vivir un poco de esa incertidumbre adolescente y dejar, de una buena vez, todas esas cosas que no me hacen sentir tranquilo. Hay una situación en particular que me incomoda y que no sé cuánto tiempo más pueda ser capaz de tolerar, quizás dos años, quizás tres... pero de ninguna forma sería capaz de tolerarlo por toda la vida. El hecho de pensar en esa posibilidad me produce depresión ya que me hice sentir estancado, estancando en un momento en el cual, definitivamente, no estás desarrollando todo tu potencial. 
 
La diferencia entre el "intentar ser" y el "ser" radica en sentirse capacitado para convertirse en eso que se busca, pero ahora, me siento totalmente imposibilitado porque, nuevamente, estoy dudando de haber tomado el camino correcto. Dicen que la vida siempre te da señales cuando algo no va bien y creo, en este caso, es muy fácil darse cuenta de dichas señales: no me parece casualidad que sea la única cosa que me desagrade. No me parece casualidad que, lentamente, eso ya se esté empezando a notar. No me parece casualidad que me desagrade tanto que mi cara ya no disimule mi molestia ante ciertas situaciones que me parecen, francamente, injustas. Y no se trata de ser egocéntrico ni autorreferente, pero por más que intento proyectarme, mi meta comienza a achicarse. Y es que los capricornianos buscamos tener metas concretas: en estos momentos, mi meta es alcanzar esa potencia y no dejarse estancar. ¿Cuánto tiempo tomará eso? Tengo miedo de cuál pueda ser la próxima señal.

viernes, 9 de agosto de 2013

Días de agosto

Las ventanas todavía amanecen empañadas en la mañana y las luces de la ciudad se mantiene alerta cuando falta poco para las 7 de la mañana. Al parecer, hay un poco más de luz al momento de despertar, lo que anuncia esa cercanía con la primavera de colores, viento y alegría que llega durante todos los años. Es inevitable no recordar las primaveras en que solía deprimirme producto del florecimiento de sentimientos, situación que ahora es totalmente opuesta ya que los sentimientos de dicha época se exacerban para bien y suelo sentirme muy feliz de la vida. Todavía anuncian mínimas de 3-4º, temperaturas que no dejan de resultarme sorprendentes para estar en la costa: yo pensaba que no bajaban de los 6º por influencia del mar y todo lo demás, pero ya me he dado cuenta de que los fríos han sido intensos. Sin embargo, me gusta el invierno y este en particular, ha sido digno de disfrutar.

Agosto es el mes 8 del año y es inevitable ver que hemos pasado la mitad, comienzan los descuentos para llegar al final. ¿En qué momento sucedió todo? ¿Cómo fue que se pasó volando todo? ¿Cómo es que estos meses que se vienen aspiran a pasar volando? A veces me pongo a revisar en mi agenda con la finalidad inevitable de mantener todo ordenado y me doy cuenta de que el tiempo, efectivamente, es poco y que cuando te dicen que el segundo semestre se pasará volando tiene mucho de acierto. Es algo que me motiva, porque cuando ya estás a mitad de año lo único que piensas es en las próximas vacaciones. Ese ciclo de la vida de verano, otoño, invierno, primavera y otra vez verano a veces es inentendible, pero todo tendrá algún sentido. A veces pienso tantas cosas mientras recorro la ciudad que quizás podría escribir bibliotecas enteras con todas las locuras que pasan por mi cabeza en un segundo. 

Me gusta agosto, esa oscuridad misteriosa y enigmática que lentamente nos lleva a la primavera de septiembre, a las fiestas patrias que nos llevan a de cabeza a los fuegos artificiales de diciembre. Lentamente me he ido acostumbrando al ritmo de la vida 'adulta', a la cual aún no logro tomar el peso: no sé si será un  bueno que todavía me sienta como un "practicante" dentro de mi trabajo, sentir que sigo aprendiendo, que soy un alumno más y que la imagen de profesional-adulto todavía me parezca distante. Creo que, al fin y al cabo, intento disfrutarlo como un pasatiempo remunerado que durará algún tiempo y que luego será la catapulta a otro pasatiempo mejor, en el cual pueda sentir más valoradas mis habilidades. Me gusta agosto con esas luces de noche, con esa extraña sensación a la noche del video Can't Get you Out of my head y las luces de los edificios que encienden y apagan como a las 3 de la mañana.

Agosto, silencioso, avanzas sin hacerte notar demasiado. Ya pronto estaremos a mitad de mes y... el tiempo sigue volando.

jueves, 8 de agosto de 2013

05. 24 to Pimlico

Tenía la cadena en sus manos, junto con algunos rastros de nieve que se le habían pegado a los dedos al momento de capturar la cadena. Algo le hacía intuir que dicho elemento tenía más de alguna relación con los sueños de las últimas semanas. De todas formas, sentía un poco de temor al pensar en la paranoia que lo estaba rodeando a partir de toda la serie de extraños acontecimientos que no lograban tener cabida dentro de la lógica. Era como si, de un segundo a otro, su vida hubiese retrocedido más de 10 años a su infancia, cuando ver objetos paranormales era tan común como salir a la calle a comprar un paqueta de galletas con chips de chocolate. Mantuvo la cadena durante algún instante, observando con intriga las iniciales grabadas en el metal: no tenía respuesta y las pocas razonas que aparecían en su cabeza carecían de las más completa lógica aunque, después de todo, ya no tenía idea cuál era la lógica del mundo. Era como si su brújula interna hubiese experimentado un peligroso cambio de polaridad que, en cualquier momento, lo derribaría nuevamente al suelo: volver a las pastillas, a las inyecciones diversas y una serie de malos ratos que lo tuvieron esclavo de las salas de hospital por casi 5 años. Contuvo la ansiedad que empezaba a apoderarse de su torrente sanguíneo, tragó saliva y se puso de pie: el exterior no era lo suficientemente cálido como para permanecer en pijama.

Cerró la cortina con el corazón acelerado: eso solía ser un mal indicio. Recordó las pastillas que siempre mantenía guardadas dentro del cajón del velador: ese "por si acaso" le sonaba como una puñalada en las costillas. Sabía que debía mantenerse lejos de los medicamentos, que debía ser fuerte una vez más como lo había sido durante aquellos 10 años de tranquilidad. ¿Por qué todo volvía a perder el sentido? Se cuestionaba tantas cosas mientras volvía a su asiento para tomar la taza y arrojarla al lavaplatos. Salió de la casa 30 minutos después, abrigándose lo suficiente como para cruzar la ciudad cubierta de nieve. La estación Lambeth North funcionaba con normalidad y la sonrisa de la muchacha que le vendió el "one-day-ticket" le pareció motivadora, aunque algo de surrealista existía en su ropa. Pese a llevar algún tiempo asentado en la capital inglesa, todavía no lograba acostumbrarse del todo al sistema: los buses que circulaban en dirección contraria a la que estuvo acostumbrado por más de 20 años, los inviernos extremadamente oscuros y el frío que congelaba hasta sus huesos. Recorrió los túneles que cruzaban la ciudad y, al salir de la estación, contempló la rueda que parecía inmóvil a lo lejos: seguramente, sería el mejor lugar para lanzarse al vacío cuando se acabaran sus intenciones de responder lo que no tenía respuesta.

Se despertó de pronto al sentir que alguien pasaba a llevar su hombro al interior de un bus, en el cual iba sentado en el segundo piso. No recordaba cómo había llegado allí, si acaso se había subido en Victoria o en Picadilly Circus. Cualquiera que lo observase pensaría que estaba drogado, pese a que jamás en su vida había consumida estupefaciente alguno. Levantó la mirada y se encontró de frente con la pantalla negra que anunciaba: 24 to Pimlico. El tráfico en el centro de Londres era un caos ya que existía demasiado parque automotriz para tan poco espacio. Recorrer la ciudad era casi como realizar una salida turística a diario, teniendo el tiempo suficiente para conocer cada uno de los detalles del Parliament. Bebió un poco de agua para acabar de despertar, cuando notó la mirada de un pasajero que observaba detalladamente su presencia. Se incomodó de pronto, apartando rápidamente la vista de aquel extraño que mantenía su mirada fija en cada uno de sus movimientos. El bus continuó hasta la siguiente parada y cuando algunos pasajeros descendieron, el hombre se acercó y se sentó en el asiento aledaño. La situación se tornaba bastante tensa, pero era poco lo que se atrevía hacer. Quizás solo sería paranoia de su parte producto del insomnio que lo aquejaba desde hacía tiempo: en cualquier momento se daría cuenta de que todo era completamente normal y que no existían motivos de qué preocuparse. Sin embargo, el hombre sacó un teléfono y, sin quitarle la mirada, comenzó a marcar un número. La siguiente parada del bus parecía estar lo suficientemente distante como para hacer de ese momento una eternidad, sobre todo cuando el hombre se acercaba y se sentaba justo a su lado.

- Finally, I've found you.
- Sorry?
- Don't feel sorry, man -ironizó, guardando el teléfono en su bolsillo y señalando el arma que guardaba dentro del pantalón-. Are you coming with us?
- Not really...
- Come on...

El bus continuaba recorriendo calles, doblando en las esquinas y  esquivando al tumulto de vehículos que se detenían en las calles como para obstaculizar aún más el camino. La voz de la máquina continuaba con su anuncio infernal, mientras el arma se acercaba cada vez más a un lado de las costillas del muchacho, muy bien cubiertas por un grueso abrigo para soportar el frío. El hombre logró establecer la llamada, pero sus palabras le resultaron completamente inaudibles: era como si sus oídos hubiesen bloqueado completamente los estímulos auditivos ante el temor de lo que podría suceder. Solo entonces notó que, a la altura de la muñeca, el extraño hombre llevaba tatuadas aquellas enigmáticas letras que se habían transformado, quizás, en el motivo de su insomnio. El bus no se detenía: 24 to Pimlico.

miércoles, 7 de agosto de 2013

Días de lluvia

Una de las cosas que me gusta del invierno es la lluvia y despertarme por el ruido del agua golpeando el techo es una manera bastante agradable de salir del sueño: debe de haber sido algo así como las 4 de la mañana cuando me enteré de que las nubes ya dejaban caer su contenido sobre Valparaíso. A las 7.30 de la mañana me encontré con la calle Condell cubierta de posas y las gotas salpicaban haciendo atractivas ondas en las lagunas que se formaban en cada esquina: llegar al trabajo era como las historias de gente del sur, que tiene que cruzar verdaderos ríos para poder estar en un lugar. Guillermo Rivera estaba convertida en un torrente caudaloso que arrastraba, desgraciadamente, algunos restos de basura que la gente inculta no se digna a arrojar en los basureros.

Me gusta la lluvia, creo que lo he dicho en más de alguna ocasión, pese a que la humedad pueda traer consigo algún resfriado. Me agrada ver que la ciudad se llene de líquido, porque dicen que el agua es vida, además que sirve para limpiar el aire de las posibles alergias. Aunque todo me parece tan extraño después de haber tenido un día lunes con 25º C (la temperatura más alta registrada en agosto, en los últimos 100 años) y ahora con lluvia. Sabía que la asistencia iba a ser baja, porque la lluvia no era tan débil como me imaginé que iba a ser: el mayor grupo fue de 12 alumnos (de un total de 46), por lo que era muy poco lo que se podía hacer. Al final, me dediqué a ver películas toda la mañana y creo que pasé un rato muy agradable. Me sorprende que sea día miércoles y mi voz se mantenga muy bien cuidada, cosa poco común para mí en el último tiempol.

¿Cuándo volverá a llover otra vez? Creo que el agua me ha traído muy buenas vibras.

martes, 6 de agosto de 2013

Escribir

Sabemos que ningún trabajo tiene el 100% de cosas buenas, sin embargo, hoy tuve la oportunidad de vivir una de esas cosas que hacen que sea un poco más entretenida: fuimos al Teatro Municipal de Valparaíso a presenciar una adaptación de La Celestina, a cargo de la compañía Tranvía. Siempre me resulta interesante ser espectador de teatro debido a la cantidad de signos que se pueden observar a través del movimiento, del lenguaje, de las luces, etc. Me parece un acto comunicativo bastante complejo que logra capturarme y que, claramente, estremece mis sentidos (y no exagero cuando digo que, muchas veces, me ha producido unas catarsis geniales).

Y entre esa divagación de ver a los personajes en "las tablas", recordé que alguna vez yo también fui parte de un grupo de teatro, en el cual disfruté mis últimos momentos de estudiante secundario: ya van 7 años de aquella época en que escribimos obras dramática que, posteriormente, tomaban vida y que nos hacían reír y llorar. Obras dramáticas que se transformaban ese teatro inexperto, principiante, pero que nos dejaba tantas satisfacciones al ver que la gente vivía la emoción que buscábamos. Recuerdo la encarnación memorable de ciertos personajes que escribí en mi escritorio, cuando por mi vida los cuestionamientos existenciales propios del adolescente me tenían en una faceta creativa que, a veces, extraño. 

Recordé, por sobre todo, que decidí seguir la carrera que seguí como un medio para profundizar mis habilidades en la escritura y heme aquí, con cada vez menos tiempo para escribir. ¿Qué es lo que está sucediendo? ¿Será un seña de la vida para decirme que quizás ese no era mi camino? Si fuese así, ¿quién me explica por qué siento que mi cuerpo completo se estremece cuando imagino una historia y la veo tomar forma a través de palabras? Quiero ordenarme, volver a escribir... necesito tiempo, necesito orden: confío en que ya retomaré el control.