domingo, 6 de marzo de 2011

1. Sentimiento de culpabilidad.


Cuando Andrés ingresó a su casa, ya era pasado las 6 de la mañana: la fiesta había sido increíble y, luego de pasarlo tan bien, le urgía descansar un poco para poder continuar con el resto de las actividades que tenía durante el resto del fin de semana.  El anterior bullicio de la calle Cumming ahora se convertía en el pasadizo de fantasmas dormidos y uno que otro borracho deambulando por las calles, a la espera de ser encontrado por alguna patrulla de carabineros que procedería a su detención. La calle Almirante Montt estaba silenciosa como de costumbre y no era una sorpresa que sus propios pasos hicieran eco en las paredes, simulando que alguien seguía sus huellas; en más de alguna ocasión se volteó para comprobarlo y sonrió al ver que solo era su imaginación. Pero no todas las veces había sido igual y, de alguna manera, seguía en su mente el espíritu de la duda respecto a la posibilidad de que alguien, efectivamente, estuviese siguiéndolo desde la Plaza Aníbal Pinto o quizá desde Bellavista.
           
            Ingresó silenciosamente y encontró toda la casa a oscuras. Había un olor extraño, como a humedad, que provenía desde el segundo piso. Cerró la puerta con cuidado y caminó lentamente por su casa para no despertar a su hermano, aunque era muy probable que Jaime continuase de fiesta en algún lugar. Era divertido pensar que con tan solo 17 años, su vida nocturna estuviese casi a la par con la de Andrés. Revisó su celular y vio que no había mensajes ni llamadas perdidas, por lo cual era probable que estuviese en su habitación. Quizá ese sería el motivo del olor a humedad: no sería la primera vez que encontraba los restos de una fiesta y uno que otro incidente en el baño. Fue a la cocina a tomar un poco de agua y encontró el refrigerador vacío: un punto más a la teoría de la fiesta. Se quedó un instante de pie, mirando a través del ventanal: las luces de Valparaíso comenzaban a apagarse en la medida que el sol iba iluminando los cerros.

            Encendió la luz y encontró algunas sillas en el suelo y los sillones desordenados. Había un plato con restos de maní y varios DVDs arrojados sobre la mesa: seguramente se habría quedado hasta muy tarde viendo televisión. Subió la escalera en dirección a su habitación, sintiendo un extraño escalofrío con el crujir de los peldaños de la antigua escalera de madera. Sintió pasos que provenían desde una de las habitaciones: su hermano debía de estar despierto. Todo estaba muy silencioso hasta que, de pronto, el sonido de Light my Fire le produjo un sobresalto.

-         Sí, llegué hace rato ya. No, no sentí nada. ¿Fue fuerte? ¿En serio? Voy a preguntarle a Jaime si es que lo sintió, pero yo no me di ni cuenta. Creo que venía caminando. Ya, que estés bien. Chau.

Guardó su celular en el bolsillo y se dirigió hasta su habitación para dejar su chaqueta. Caminó hacia el cuarto de su hermano, que estaba a dos piezas del suyo, y vio que en el suelo había marcas de barro. Golpeó suavemente la puerta.

-         Jaime, ya llegué. Oye, perdona por lo de ayer, sé que me puse un poco pesado, pero igual a veces te pones demasiado desagradable e igual me aburro de tener que ser el que limpia todo.

Jaime no respondió, pero la luz seguía encendida. Andrés decidió ingresar a apagar la luz de la habitación de su hermano ya que este siempre olvidaba hacerlo antes de quedarse dormido. Abrió la puerta lentamente para no despertarlo y para comprobar si, efectivamente dormía: muchas veces se quedaba callado cuando estaba molesto por alguna situación. La luz del velador estaba encendida y, a su lado, un enorme cuchillo continuaba manchando de gotas rojas el alfombrado. Andrés retrocedió asustado y sintió que le temblaban las piernas: apoyó la espalda en la pared y se dejó caer hasta quedar sentado sobre el suelo de madera, con una extraña sensación de no poder hablar. Jaime yacía en el suelo con los ojos abiertos y el cuerpo ensangrentado. Sus boxer blancos estaban teñidos de rojo, mientras una enorme mancha de sangre se extendía sobre la alfombra. También había rastros de sangre sobre la pared, por lo que suponía que la primera puñalada debía haber había sido en ese lugar.

La ventana estaba abierta y la brisa de la mañana le llegaba directamente sobre el cabello. Andrés ya no pudo contener el llanto: el cuerpo de su hermano estaba lleno de heridas que, al parecer, habían sido producidas por el cuchillo ensangrentado que parecía apuntar hacia el recién llegado. Su mente divagaba en imágenes extrañas, difusas y confusas que lo atormentaban. Era como si estuviese viendo el asesinato de su hermano: lo oía gritar a cada puñalada, pedir auxilio mientras le rompían la ropa y lo golpeaban contra la pared. Los asesinos no habían tenido piedad: le habían cortado los tobillos para que no pudiese correr y, de paso, le habían apuñalado varias veces las plantas del pie. Andrés sacó el celular de su bolsillo con las manos temblorosas y en un acto de locura que no entendía, empezó a ver las fotografías de la fiesta de la noche anterior. Le pesaba no haber llevado consigo a su hermano: revisó una fotografía que tenían juntos en el Lago Llanquihue, hacía  solo algunas semanas atrás. 


-         Andrés.
-         ¿Qué pasa?
-         ¿En qué tanto piensas?
-         No, en nada.
-         Dime, entonces, de qué te estaba hablando.
-         Lo siento, no lo recuerdo.
-         Concéntrate.

Estaba muy cerca de la ventana y se entretuvo mirando los copos de nieve que comenzaban a caer sobre el cemento. La clase acabó solo 5 minutos después y pudo salir rápidamente de la sala, en dirección al exterior. Guardó su carpeta y folios en su mochila y se acomodó la bufanda para luego salir al exterior. Sonrió al ver la nieve que alcanzaba unos 25 centímetros a la salida de la Facultad de Humanidades y la fuente de agua que estaba congelada. Era cerca del mediodía y el frío en el exterior era increíble. Sintió pasos que venían tras él: era Beatriz.

-         ¿Dónde vas tan apurado?
-         No me siento muy bien el día de hoy, no sé qué me pasa.
-         Has estado muy distraído últimamente. ¿Cuál es tu problema?
-         Créeme que si lo supiera, me preocuparía un poquito menos. ¿Te parece si caminamos? Voy por la Avenida de España.
-         Vale. Yo voy hacia la punta del Parque.

Las luces del enorme edificio del Corte Inglés parecían iluminar la neblina que se formaba mientras caían los copos de nieve sobre sus cabezas. Beatriz hablaba de la vida y de cosas de la universidad, mientras Andrés hacía como que la escuchaba y sonreía. Era una mujer muy atractiva con esos ojos verdes y ese cabello castaño que le caía sobre el abrigo negro se llenaba de nieve. Pero, definitivamente, lo que más le gustaba a Andrés era el acento español de esta muchacha que si bien era al que ya estaba acostumbrado a oír, en ella se manifestaba de una forma que le agradaba.

-         ¿Y de cuándo que has llegado acá a Albacete?
-         Llevo solo 2 semanas.
-         ¿Y por qué esta ciudad tan perdida en medio de la nada? –sonrió Beatriz.
-         Precisamente por eso, quiero estar en medio de la nada, ordenando mis pensamientos.
-         ¿Huyes de algo?
-         Hemos llegado a la Calle del Ángel, hasta aquí llego yo. Nos vemos mañana. Hasta luego.

Beatriz notó que su pregunta había sido un poco incómoda para Andrés, por lo cual prefirió hacer como que no había pasado nada. Andrés continuó su camino mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. Lo mejor sería llegar a su departamento lo antes posible para tomar algo caliente y relajarse: en esos momentos sentía unas ganas enormes de lanzarse a la carretera o a la línea del tren. Ya le había dicho el médico que eran arrebatos que debía controlar. Sentía que lo echaba demasiado de menos y que el sentimiento de culpabilidad por lo sucedido le iba a pesar por el resto de su vida.

Cerró la puerta con llave ante la inevitable sensación de paranoia de la cual estaba siendo víctima. Era algo que no controlaba y ya sabía que era capaz de hacer cualquier cosa en esos momentos, por lo tanto, lo mejor era evitar acercarse a cualquier persona por la seguridad de todos. Se quitó el calzado y se arrojó descalzo sobre el sillón, con la calefacción a una temperatura agradable para relajarse. Bebió té y se quedó en silencio. La imagen de su hermano estaba colgada en la pared, atormentándolo. Se paró de golpe y la arrojó al suelo, golpeándola con el pie mientras el vidrio disperso le hería la planta.

-         ¡Por qué te moriste! ¡Tú no tenías que morir, Jaime!

Se dejó caer sobre la alfombra, llorando, con el té hirviendo sobre la mesa. No le importó la herida que se había hecho en el pie ni mucho menos que la alfombra comenzaba a ensuciarse. A su mente venían los recuerdos de aquellas tardes de antaño caminando por la bahía de Valparaíso y las largas conversaciones que tenía con su hermano. Recuerdos con los que intentaba levantarse el ánimo: momentos que ya no podrían volver. Y no se sentía capaz de volver a esos lugares que vieron toda esa historia que ahora lo atormentaba.

Fotografía: Valparaíso de noche, desde el Cerro Concepción. 

1 comentario:

Ada (sin h) dijo...

Cristian!
renovaste la apariencia de tu blog!
hace taanto que no visito los blogs amigos :S culpa del verano y su desconexión obligada

ahora pasaré más seguido

abrazos