martes, 31 de mayo de 2011

Soñando.

Sueño tus calles, sueño tu silencio,
esos paseos primaverales por Atocha
en busca de historias más allá del tren.
Más allá de la Gran Vía
caminando hacia Cervantes sentado en su sitial,
buscando el mar escondido en la lejanía
y en las miradas hacia el cielo, soñando. 

Soñando, soñando, todo fue un sueño.
Qué lindo fue poder soñar.
Si me duermo, ¿podré volver a recorrerte, Madrid?



Fotografía: Estación Atocha,  Madrid, España.

lunes, 30 de mayo de 2011

Apuntando

Cuando la taza de café, hirviendo, se rompió, mi mente estaba detenida en el ave que volaba de un lado a otro. De norte a sur y de cordillera a mar, quizá buscando el lugar por el cual se ocultaría el sol esta vez. Nunca se sabe lo que vaya a suceder durante estos días y, en realidad, cualquier cosa sorprendente podía serlo y a la vez no, todo dependiendo del punto de vista. Fue por eso que decidí tomar el punto de vista de un niño pequeño que recién descubre el mundo y que, por lo tanto, todo le parece nuevo y sorprendente. Había nubes dispersas por el cielo en el momento en que vi el cometa que avanzaba, a toda velocidad, por la atmósfera: algunos de los que estaban a mi lado se pusieron de pie, perturbados por el ruido que hizo temblar las ventanas y caer más de alguna estructura. ¿Acaso se vendría un nuevo sismo? ¿Acaso una tormenta? Quizá, eso era lo único que estaba faltando. No me di cuenta que el café estaba avanzando por la mesa y que desde lejos se asomaba el garzón con un paño para evitarlo, sin que yo me diera cuenta de nada. 

Yo seguía pensando en el cielo celeste que a veces me despertaba. Seguía pensando en la lluvia que probablemente vendría. Estaba preparado para todo. Introduje la mano en mi mochila y vi que todo estaba en orden, solo faltaba el momento preciso. Miré mi celular: las 15.30. Entonces levanté la mirada y me percaté de que la taza de café estaba rota: yo no la había quebrado, pues estaba en el mismo lugar. Miré a todos lados y recién entonces entendí lo que estaba sucediendo. Corrí hacia el mini bar, pagué la cuenta -ante la mirada más que sorprendida de la cajera- y apunté con el revólver. ¿Dónde estabas? No te podía ver. Otro disparo que me rozó el brazo, que me rompió la ropa. 

Aferrado a la pared, con el arma en la mano, apuntaba a todos lados a la espera de ver la sombra y disparar de una vez por todas.

domingo, 29 de mayo de 2011

13. Cadena de silencio.


Cuando Beatriz soltó el cuchillo, tenía las manos y la ropa manchada se sangre. Se quedó en el suelo, agitada, sin poder hacer nada más que angustiarse ante lo que acababa de suceder: ante lo que ella misma acababa de hacer. Lo había hecho en defensa personal, sí, eso era, él la había querido atacar y ella se había defendido, no hay ningún crimen en intentar defenderse de una persona loca que intenta atacarte. ¿No es así? Andrés estaba en el suelo, inconciente, con heridas en todo el cuerpo y su ropa manchada. Estaba en un gran lío: huir en ese preciso instante, pero entonces pensarían que ella habría sido la asesina; llamar a la policía y decir lo sucedido, pero arriesgarse a ir a la cárcel ante lo inverosímil que resultaría la historia. Despertar a Andrés a golpes, cortar su cuerpo en pedacitos pequeños –estando él aún vivo- hacerlo desaparecer en algún basurero y decir que jamás había conocido a alguien con ese nombre, a lo más, que se trataba de un compañero de clase con quien no conversaba mucho por encontrarlo un poquito extraño.

Dejó el cuchillo en el suelo y fue directo hasta la cocina para lavarse las manos. Vio su ropa manchada: al menos traía una chaqueta con la cual cubrirse para que nadie sospechara de lo que había sucedido. Lo que más le causaba temor era el hecho de que nadie iba a creerle, después de todo, no sería la primera vez que tenía un conflicto un tanto violento con un hombre. Se sentó sobre las baldosas de la cocina –que estaban bastante sucias, al parecer, no las habría limpiado en unas cuantas semanas- y se echó a llorar de desesperación. Se acercó a una ventana y vio a un vecino que colgaba ropa, sin prestarle mayor atención. Era mejor que nadie se diese cuenta de que ella había estado ahí, así sería mucho más fácil desaparecer. Sintió pasos que la hicieron levantarse asustada y pegarse a la pared, mirando a todos lados: Andrés podría aparecer desde cualquier punto. Por el pasillo, vio una sombra que se acercaba, una mano que se apoyaba en la pared en la medida que un cuerpo extraño, sin rostro, iba apareciendo. Sintió temor.

-          Tranquila, Beatriz. Yo ya estoy muerto.
-          ¿Quién eres?

La silueta difusa avanzó hasta la cocina y cerró, de golpe, la ventana. Beatriz permanecía en su lugar, aferrada a la pared, buscando algún objeto con qué defenderse: a la vista, solo habían unos cuantos platos sucios que podría lanzar, tal vez, infructuosamente contra su enemigo. Pero este no parecía ser enemigo, ni mucho menos, parecía poder hacerle algo. Era difícil determinar qué era. Vio que su mano le indicaba que lo siguiera, pero ella no se movió de su lugar. Sentía el sudor frío que le recorría el cuerpo y el latido del corazón que le agitaba el pecho. La silueta desapareció y, entonces, pudo reincorporarse.

-          ¡Quién eres, joder!

Se acercó al pasillo y vio huellas marcadas sobre las baldosas. Se armó de valor y siguió el camino, cruzando el salón sobre el cual yacía Andrés. Las cortinas que daban a la terraza estaban abiertas y pudo ver que los ventanales estaban entreabiertos. Era la primera vez que se percataba de que existía ese lugar que había pasado desapercibido en un primer momento. Pasó al lado de Andrés, casi corriendo, y llegó hasta ese lugar que le llamaba la atención de manera extraña. Corrió el ventanal e ingresó a ese lugar: el olor era muy fuerte. Había algo que se estaba pudriendo en su interior. Observó que la puerta de la despensa estaba abierta: unas cuantas botellas de alcohol estaban derramadas y el líquido goteaba hasta el suelo. Desde lejos observaba todas las reservas de alcohol que guardaban.

-          Este hombre es un borracho –pensó.

El viento comenzaba a soplar con fuerza sobre Albacete y los ventanales temblaban. Nubes negras avanzaban hacia la ciudad y, nuevamente, comenzaría una tormenta. Beatriz se acercó hasta la despensa y corrió lentamente la puerta hasta que, de pronto, sintió que algo pesado le impedía seguir avanzando. Introdujo la mano para correrlo y retrocedió asustada. No fue necesario continuar abriendo la puerta para que el cuerpo casi desnudo de un muchacho cayera de bruces sobre las baldosas. Beatriz dio un grito, horrorizada ante este nuevo hallazgo.

Andrés comenzó a reaccionar. Le dolía la cabeza y el cuerpo, luego de un golpe que no lograba recordar bien. Apoyó las manos en el suelo y se clavó los vidrios de la mesa que, solo entonces, se percató de que había roto al momento de caer. Vio que sus calcetines estaban enrojecidos y entonces se percató de las heridas que tenía en el cuerpo. ¿Dónde estaba Beatriz? Todo le daba vueltas en la cabeza. Levantó la mirada y la vio tras la ventana.

-          ¿Qué estás haciendo ahí, Beatriz?

Beatriz, al oírlo, retrocedió asustada, dejando el cadáver en el suelo y saltando hacia el salón con rapidez. Observó a Andrés, mientras buscaba el cuchillo con la mirada. El muchacho logró ponerse de pie y se quitó los vidrios que se le habían pegado a la piel, dando muestras de dolor al sentir las nuevas heridas que se le iban formando.

-          ¿Por qué me miras así, Beatriz? Al menos dame una explicación de todo esto.
-          Estás loco, hombre. ¡Estás loco! ¿No te das cuenta de lo que has hecho? ¿Qué significa eso? –apuntó al cadáver arrojado sobre las baldosas-. No me importa, en realidad. Solo me iré de aquí.
-          Cuando puedas salir, claro.

Andrés se levantó y fue en dirección a la terraza. El cadáver estaba de boca al suelo: eran evidentes las marcas de cuchillos en su espalda. Lo volteó para ver su rostro: era Camil. Sonrió al verlo nuevamente, ya que hacía tiempo que no sabía nada de él: había sido tan extraña su desaparición que, reencontrarlo como cadáver le daba una sensación de alegría de saber en qué había acabado. Tenía el rostro marcado por golpes, los labios rotos y los ojos morados.

-          ¡Lo encontraste! Yo pensé que ya nunca más iba a saber algo de él.
-          Eres un asesino, Andrés.

El aludido echó a reír. Examinó el cuerpo que yacía en el suelo y comprobó lo que era evidente: estaba muerto. Introdujo los dedos en algunas heridas para comprobar que fueran certeras, ya no había sangre. Su piel estaba seca.

-          No sé qué habrá sido de ti, amigo Camil. ¿Por qué te fuiste, así de la nada? ¿No sabías defenderte de la vida? Eras como un hermano para mí, tal vez, por lo mismo, nunca supe entenderte. Te parecías tanto a Jaime que era como si fueras él, reclamándome por todas las cosas que hacía.
-          ¿Qué estás diciendo?
-          Déjame hablar con Camil, ¿no te das cuenta que no lo veía hace mucho? Al menos, tengo que despedirme de él. Espérame un poco que ya seguiré contigo.

Las palabras de Andrés le helaban la sangre. Tomó su teléfono móvil, guardado en su bolso, y apretó números sin saber qué hacía. Andrés se puso de pie y arrojó el teléfono por la ventana.

-          No vas a llamar a nadie, ¿entiendes?

Beatriz retrocedió asustada. Andrés continuaba observando el cadáver con interés, sintiéndose feliz de aquel hallazgo. ¿Habría sido él quien lo había asesinado? ¿Quién sería su próxima víctima? Observó al muchacho muerto sobre las baldosas: le parecía haberlo visto alguna vez, a la pasada, mientras se dirigía a la universidad. Lamentable final para él. Andrés tomó el cuchillo que estaba en el suelo.

-          ¿Cómo puedo asegurarme de que no vayas a ir por ahí diciendo lo que has visto, Beatriz? ¿Cómo me voy a asegurar de que esto no se sepa?

Tomó a Beatriz y, acercándole el cuchillo hasta el cuello, la mantuvo prisionera. El olor a muerte que había en el departamento ya había pasado a ser invisible.

-          ¿Tú ya sabías la verdad, no es cierto?
-          ¿Qué verdad?
-          De esto. Por eso también habías visto a Jaime.
-          ¿Qué estás diciendo?

Beatriz sintió el cuchillo que se le acercaba la piel. Era inminente que el filo se clavara en su piel para luego convertirse en otro cadáver más que, seguramente, acabaría guardado en la despensa junto al otro muchacho, como una reliquia, a la espera de que algún visitante los encontrara de improviso, para convertirse en uno más, en la eterna cadena de silencio.

sábado, 28 de mayo de 2011

Estrés

Con todo el estrés del último tiempo, cualquier se puede sentir molesto. Incluso Hello Kitty.

Fotografía: Calle Andrés Bello, Quilpué.

viernes, 27 de mayo de 2011

(Des)focalización

On the dancefloor o tal vez fuera. John Lennon cantando Imagine en el escenario de un pueblo que dice brillar y que a mí me parece cada vez más frío. Quiero nieve, pero en Quilpué no cae nieve. La plaza nueva -que ahora es vieja... o vieja que ahora es nueva, no sé- no tiene ni un sentido, está llena de gente, pero yo no estoy dentro. La luz está encendida, pero la calle está apagada. El cajero BancoEstado sigue fuera de servicio. ¿Todavía estará la tienda CargaBip sin el servicio CargaBip habilitado? ¿Todavía estará la fotocopiadora e impresiones sin, precisamente, fotocopiadora ni impresiones? Seguramente pisé varias monedas al caminar por las dunas y me quedé con ganas de haber caminado descalzo: todavía me saco arena de la cabeza. Niebla sobre el mundo, pizza, Italia, eu falo um poquinho de português. Torbellinos perdiéndose en el vacío, levantando las aguas, causando luces en el cielo, pintando ventanales y vitrales de belleza neoclásica. El vidrio es de azucar, quiero tomar té. Nadie me dice qué película ver. Nadie me dice que deje de comer. Aun no han sido capaz de determinar si, efectivamente, es focalización interna o focalización externa. Omnisciente... I wish!

jueves, 26 de mayo de 2011

El agua de la vida.

 A toda la gente valiosa que, con actos pequeños, hace de mi vida una experiencia maravillosa. 
Si bien es cierto que la práctica docente es algo que quita bastante tiempo, es una clara instancia de aprendizaje. Cada vez me convenzo más de que una clase no es solo para los alumnos, sino que todos pueden aprender y, es más, creo que el profesor es uno de los que más aprende: aprender a llevar a la gente, descubrir las potencialidades de los alumnos cuando te preguntan cosas que no sabes responder y que te obligan a investigar un poco más, cuando ves que están atentos a lo que dices y te preguntan nuevamente si no entendieron, cuando ves que de los intereses de la gente uno puede llegar muy lejos. Además, en base a los mismos comentarios y reflexiones que se van estableciendo dentro de la sala.

Y todos los días se aprende algo nuevo. El caso de hoy es que, revisando una prueba de "El Caballero de la Armadura Oxidada", recordé la historia del caballero que, en un momento, debe beber del agua de la vida. En un principio, le parece amarga y desagradable, pero en la medida que sigue bebiendo, le encuentra sabor y hasta le parece placentera. Creo que hacía tiempo que no escuchaba una metáfora tan bella -después de la domesticación en "El Principito"- en la literatura. En este caso, la metáfora de la vida que muchas veces no parece amarga y terrible, pero en el momento en que empezamos a aceptarla, a ver lo bueno que tiene, nos convertimos en el caballero que descubre que el agua tiene un sabor que le es agradable. 

El tema es descubrir lo bueno que tenemos en la vida y aprovecharlo. Disfrutarlo. Darnos cuenta de que hay muchas más cosas buenas que malas: hay mucha gente que vale la pena y que, seguramente, superarían con creces a los que no valen. Y, aún así, si la gente valiosa fuera menos, por el solo hecho de que existen es que la vida ya tiene sentido, por ellos, por ti. Por toda la gente valiosa con la cual cuento y que a veces uno olvida, es que hoy me siento optimista frente a la vida: agradecido de tenerlos. Por ayudarme a encontrar el sentido a todo.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Desahogos

Pensando en ese futuro que se acerca, es inevitable recordar el presente que, muchas veces, aparece bastante confuso. Quisiera hacer tantas cosas -y haber hecho tantas otras- que por pura estupidez mental, timidez o cualquier otra excusa me he autocensurado. Y cada vez me voy dando cuenta de que debí haberlas dicho, no haberlas callado: a veces es necesario perder el miedo a 'quedar mal' y, efectivamente, mostrarme firme en eso que piensas, en ese terreno que te pertenece y que gente pretende franquear tal vez sin mala intención pero que, de todas formas, no le pertenece. Quisiera haber dicho tantas cosas que ya ahora no puedo decir porque, de hacerlo, sería una forma poco honesta y, por lo tanto, prefiero esperar hasta el momento preciso en que pueda decirlas o, simplemente, olvidarlas. Olvidar tantas cosas, hacer como que nada pasó, aunque sé que muchas cosas que creí certeras ya no lo son tanto: hay cosas establecidas que en el momento actual, se establecen precisamente en base a la pérdida de su base, es decir, en torno al inevitable cambio que, posiblemente, haga rememorar eso que fue y que con el tiempo he aprendido a valorar desde lo bueno.

Después de todo, cada suceso de la vida es experiencia. Todo es una instancia educativa y cada día uno puede aprender algo: de una persona, de una situación, incluso por el solo hecho de bajarte de la micro y encontrarte con un cielo estrellado que no habías visto desde hacía días. A veces uno tiene los pies tan metidos en la tierra que se olvida de que allá arriba en la atmósfera hay muchas más cosas que ver, que sentir, por las cuales sentirse alegre. Quizá sean muchas más las cosas que me permitan una sonrisa que las que ahora me la están quitando y, más que evidentemente, no les he permitido ocupar el espacio que me permiten. 

Me cansé de tantas cosas que sé que voy a tener que seguir intentando hacer. Aunque he de decir que la fe que le tenía a ciertas figuras geométricas ha comenzado a desvanecerse: ¿acaso en algún momento ha existido? Y si es que ha sido así, al parecer la barrera ha sido impuesta desde dentro, no desde fuera. Me aburrí de hacerme ver por gente que no quiere ver más allá de sus ojos, por gente que no se atreve a ver otros puntos de vista. Me aburrí de creer que siempre voy a tener la razón y que todo va a tener que funcionar a mi pinta. A partir de este momento, voy a cumplir con mis obligaciones y no pediré nada más a cambio, ya no tiene sentido, porque lograron convencerme de lo que yo ya tenía claro. No necesito que me vean: ya hay gente que me ha visto y esa es la gente que vale la pena.

No me estoy situando en una trinchera desde la cual voy a atacar, en lo absoluto. Simplemente, establezco mi posición desde fuera, desde donde siempre he estado y desde donde voy a estar, dispuesto a ayudar. Si no quieren ver que hay otras formas de ver el mundo, entonces no me exigan que entiende y lleve a cabo su cosmovisión.

martes, 24 de mayo de 2011

Chuva

Me quedo esperando, otra vez, ver la lluvia caer. Pero la lluvia no quiere venir. La lluvia se oculta tras las nubes que lentamente se van disipando ante nuestras miradas ansiosas de lluvia, angustiadas de tanto ver el sol cuando debiese haber frío.

¿Dónde está la lluvia?
Onde está a chuva?
Where's the rain?



lunes, 23 de mayo de 2011

Escribir

Escribir cuando el mundo te deja sin palabras.
Escribir, aunque ya no sepas qué decir.

Aunque, de pronto, tu presencia se vuelva a transformar en ausencia
y la única escapatoria sea el jolgorio, la enajenación, la distorsión,
cuando todo el silencio de la ciudad desaparezca en diversión.
Escribir cuando ya no sabes qué hacer,
cuando la vida misma confunde las vías a seguir
y piensas en una y otra y otra opción. Tantas cosas. 
No saber qué hacer.

Escribir, porque puedes escapar por un instante,
porque puedes ver que el tiempo pasa.
Escribir, porque te sientes enfermo y no mejoras,
escribir para creer que todo está perfecto
y creer, por un instante, que todo lo que quieres será de ese modo que tú quieres.

Escribir, por sentir el placer de ver una letra
y cuyo signo evoque un significado.

Escribir, para evocar.

Escribir, destruir el mundo y volverlo a levantar.

domingo, 22 de mayo de 2011

12. Allá voy


El desorden de cosas tornaba de tensión la atmósfera que, de por sí, ya era lo suficientemente inestable como para pensar en algo concreto. El dolor en su espalda era algo con lo cual ya casi no podía lidiar: el paso de los años parecía quedar de manifiesto en ese único gran detalle que a veces le impedía ponerse de pie por algunas horas. Ese era el momento en que, arrojado en el suelo sobre las baldosas tibias de la primavera albaceteña, sentía que sus costillas se clavaban en el suelo y le destruían, suavemente, la piel, estableciendo un incómodo roce con la ropa. Seguramente, al sacar la cabeza por la ventana, se encontraría con una brisa de aire cálida que podría quemarle hasta las pestañas. Pero, desde el suelo, era poco lo que podía hacer. Su hermano, incluso desde su estado intangible de muerto, era capaz de controlarlo todo y decidir qué era lo que cada persona debía hacer.

-         Ya basta con todo esto, Jaime.

Apoyó las manos en las baldosas para levantar el resto del cuerpo, pero sentía la presión de los pies de Jaime sobre su espalda. Se volteó para observarlo y se encontró con la sangre que le ensuciaba la ropa y que caía como un río hasta el suelo. La imagen la produjo terror, aunque esa ya era una sensación a la que se estaba acostumbrando. Jaime lo observaba con esa mirada seria de siempre, la misma que lo había caracterizado desde el momento en que cerraban la tapa de su féretro. Ese mismo rostro sombrío y agobiado de dolor era con el cual aparecía siempre, de manera invencible, para recordarle una y otra vez ese extraño suceso.

-         Siempre te he apoyado en todo, Andrés. Pero no en esto.
-         ¡Por qué no me dejas en paz de una buena vez!
-         Porque sé lo que estás planeando y no te voy a permitir que lo hagas. No otra vez.
-         ¿Qué sabes tú?
-         No nos veamos la suerte entre gitanos, Andrés. No intentes creer, acaso, que vas a lograr engañarme. Bien sabes que lo sé todo.

Andrés sintió un aire gélido que le soplaba en la cara. Cerró los ojos y reposó el cuerpo contra la baldosa ante la imposibilidad de mover un solo miembro. Estaba completamente controlado por Jaime que, a cada rato, parecía presionar su espalda con mayor fuerza. Los distintos objetos arrojados por  toda la habitación cambiaba de lugar de manera constante, como si la tierra estuviese temblando, aunque “acá no tiembla” pensaba Andrés. Se arrastró algunos centímetros, pero sentía los lápices  y demás objetos que avanzaban en su contra, como queriendo retenerlo en el interior de ese lugar. Su habitación se estaba convirtiendo en su propia cárcel, de la cual no podría salir, dentro de la cual estaba siendo torturado. No había peor tortura que el encierro, sabiendo que estaba a tan solo pasos de abrir la puerta y correr por el pasillo en dirección al oxígeno del exterior.

Sintió un grito fuerte, desgarrador, que lo hizo temblar y cerrar los ojos. Ya lo recordaba y no sabía bien por qué. ¿Hasta cuándo iba a negar lo que había sucedido? ¿Hasta cuándo iba a tener el recuerdo de su hermano perturbando la armonía de su nueva vida? Abrió los ojos y vio a su hermano retrocediendo asustado. Miró a todos lados, pero no había nadie más: no podía ver quién era ese individuo que tanto atormentaba a su hermano, incluso en algún momento pensó que se trataba de él mismo, pero no podía ser. Vio a Jaime chocar de golpe contra la pared y luego caer al suelo con violencia, empujado por esa mano que aparecía desde la nada. Todo sucedía automáticamente, sin control, sin sentido, sin fin. Solo oía ruidos de golpes y expresiones de dolor por parte de su hermano. Ahora eran dos manos las que lo retenían en el suelo, de espalda, mientras le rasgaban la polera y lo mantenían en el suelo solo con ropa interior. Apareció un cuchillo que, luego de haber girado el cuerpo inmóvil de Jaime, comenzó a dar clavadas en su pecho: una y otra vez, una y otra vez, otras vez y una, salpicando sangre por todos lados, ante la resignación del muchacho que ya no tenía energía, siquiera para quejarse. Andrés se tapaba los oídos y miraba al suelo: no quería ver más, no sabía por qué lo estaba viendo. Jaime no iba a dejarlo en paz.

Fue un último grito y todo se silenció de golpe. Las cortinas temblaron y los objetos, dispersos en el suelo, retrocedieron. Andrés pudo darse vuelta y mirar el techo, respirando con agobio. Jaime ya no estaba, pero en su lugar había una gran mancha de sangre que teñía las sábanas.

-         ¿Hasta cuándo?
-         Hasta que lo asumas.

La voz provenía desde la nada. Jaime estaba en algún lugar, sin intenciones de mostrarse. Andrés pudo levantarse y vio que todas las cosas volvían a su lugar. ¿O es que acaso en ningún momento habían estado desordenadas y todo había sido producto de sus ilusiones? ¿Qué tan mal de la cabeza estaba? Después de todo, no era un tema que había superado del todo.

Beatriz había tomado el cuchillo, esperando cualquier cosa. Su aspecto trémulo destacaba su palidez: en qué momento se le había ocurrido ir a meterse al piso de alguien que, en sí mismo, era lo suficientemente extraño como para no despertarle confianza a nadie más. Chocando con todo lo que encontraba en su camino, se dirigió a la puerta que iba a dar al pasillo y huir a través de la cocina, sin embargo, la puerta estaba cerrada con llave. Corrió hacia la otra puerta que iba a dar directamente a la salida, pero esta también estaba cerrada. La única opción sería romper el vidrio, aunque esto no le aseguraría poder huir a través de los pequeños espacios que dejarían los cristales. Sintió que enloquecía: corrió hacia el balcón, pero luego se detuvo, asustada de ver la altura. Tampoco sería una buena opción la de saltar. ¿Pero qué más podría hacer? Tenía el cuchillo en su poder, a la espera de que Andrés apareciera desde algún lugar.

Sintió las pisadas que se acercaban hasta ella. Se apoyó en la pared y sintió que vibraban de manera extraña: él se estaba acercando.

-         ¿Beatriz, estás ahí?

Beatriz no dijo nada. Sintió que el pulso se le aceleraba en la medida que los pasos parecían acercarse. Empuñó el cuchillo ensangrentado, pensando que, tal vez, la sangre de una víctima podría acabar confundiéndose con la de un victimario que también sería otra víctima… o tal vez la víctima del victimario, el victimario de la víctima, el asesino del asesinato que asesina a la víctima… o tal vez él no había hecho nada y todo era un mal entendido. Seguro se había querido suicidar y luego del corte, habría querido ocultar el vestigio de su momento de no lucidez.

-         ¿Beatriz? Sé que estás ahí. Respóndeme. Solo necesito saber que estás.

La muchacha permaneció en silencio, temblando a cada paso suave que oía sobre las baldosas. Se escondió detrás del sillón, al momento en que vio la figura de Andrés que se acercaba a la puerta. Sintió que el corazón latía al ritmo más acelerado que jamás hubiese tenido en su vida, al momento en que oyó la llave que abría la cerradura. La puerta se abrió con un chirrido; contuvo todas sus intenciones de lanzar un grito y de abalanzarse sobre él para apuñarlo.

-         Beatriz, no te escondas. No hay motivo. No voy a hacerte nada. ¿Qué es lo que te hace pensar que quiero hacerte algo? No debes estar muy lejos y será fácil encontrarte. Ah, ya entiendo, quieres jugar a las escondidas. ¡Qué entretenido! Pero te voy a encontrar, porque conozco este lugar mejor que nadie, no por nada llevo viviendo varios meses. Cuando te encuentre, me vas a tener que dar un beso, esa va a ser tu penitencia. ¿Entendido? –se quedó en silencio esperando su respuesta, mientras avanzaba hacia uno de los sillones- ¿Entendido? Claro, eres inteligente y no me vas a responder porque eso me daría buenas pistas de dónde estás. Pero sé que debes estar por aquí.

Beatriz escuchaba los pasos que se le iban acercando cada vez más mientras contenía la respiración. Era evidente que no iba a poder permanecer ahí todo el tiempo ya que, en algún momento, iba a ser encontrada: el lugar no era lo suficientemente grande como para poder pasar desapercibida. Empuñó el cuchillo. Vio los calcetines blancos de Andrés, mientras avanzaba por el resto del salón buscándola. Le pareció extraño ver que no traía nada consigo, sin embargo, su imagen inocente le daba desconfianza. Nunca confiaba demasiado de una persona que aparecía tan indefensa.

-         Beatriz. Ya sé dónde estás –mintió Andrés, para ver si ella salía-. No sigas escondiéndote, si ya te vi.

Andrés se fue acercando hasta el sillón, momentos en que la muchacha sintió que era el momento de defenderse. Cerró los ojos y tragó todo el aire que pudo –ese aire que le hacía falta por haber estado tanto rato respirando el mínimo para no ser descubierta- y miró el cuchillo que aún tenía un poco de sangre.

-         Aquí estoy, Andrés.
-         Hasta que te decidiste a hablar. Ya sabía que no ibas a aguantar mucho rato.
-         Claro que no he aguantado lo suficiente. Pero tú aún no me has encontrado.
-         Allá voy, allá voy –reía.

Cuando vio los pies que se acercaban hasta ella, sin mirar hacia delante, lanzó una puñalada al aire, que fue acompañada por un grito de su víctima. Miró nuevamente y vio que el calcetín blanco se había manchado de sangre. Se levantó rápidamente para ver a Andrés: arrojado sobre el sillón, observaba su pantalón roto y la mancha carmesí que afloraba desde su piel.

-         ¿Qué te pasa? –preguntó.

Sin embargo, antes de que pudiese dar un paso hacia él, Andrés se puso de pie y se abalanzó sobre ella para inmovilizarla. Beatriz, que mantenía el cuchillo en su poder, no escatimó en clavarlo nuevamente sobre su enemigo que, esta vez, recibió una estocada en el costado derecho. Fue tal el forcejeo entre ambos durante la lucha que, luego del ataque, terminó con ella en el suelo y con él arrojado sobre la mesa de vidrio que se rompía al instante en que el cuerpo caía. Sobre las baldosas y con el cuchillo aún en sus manos, fuertemente apretado, Beatriz apuñaló nuevamente a Andrés, produciéndole una herida el tobillo que le impediría moverse por un buen tiempo.

sábado, 21 de mayo de 2011

Borrachos sofisticados.

Un aplauso. Al menos, ha aumentado el nivel del alcohol. Borrachos urbanos sofisticados.




Fotografía: Pasaje Melgarejo, Valparaíso.

jueves, 19 de mayo de 2011

Se me acaban las palabras

Se me acaban las palabras
y desde ese silencio impertinente
se consume el mundo entre piras de fuego.
Allí han de venir a danzar los códigos celestiales
y aquellos infernales,
esa mezcla del Hades y del jugo de soya
que avivan el seso en busca de despertar.

Abrir los ojos por la mañana, 
correr a apagar el despertador
y, de pronto, ver que ya se ha pasado la noche y todo vuelve a comenzar.
Sueño, sueño... ¿soñar?
Sueño, sueño... (bostezo).

martes, 17 de mayo de 2011

El futuro.

Hace unos días, al momento de llegar a la casa de Lili en Santiago, conversábamos respecto a mi futuro, pregunta que me ha perseguido bastante durante el último tiempo y que parece ser un tema de conversación recurrente. Y es que, efectivamente, es un tema importante, teniendo en cuenta que me quedan tan solo 3 semestres (contando el que va en curso) para egresar de la carrera y enfrentarme a la 'realidad', un golpe que puede resultar bastante fuerte. Mi primera respuesta fue que quiero seguir estudiando: obtener un postgrado, magíster, doctorado, diplomado y qué se yo qué otra cosa se me puede ocurrir en el camino. Ante esa respuesta, vino otra referida a si me sentía con el ánimo de seguir estudiando y creo que, definitivamente, sí. El estudio constante puede producir un evidente agotamiento, sin embargo, es la única forma de mantener las neuronas activas para seguir desarrollando conclusiones investigaciones. Y, de todas formas, creo que me ayudaría a sentirme activo y actualizado.

La siguiente persona que me lo pregunta fue Jeff, director del programa Middlebury College en Chile, durante la actividad cultural en Cajón del Maipo. Uno de los motivos por lo que acepté trabajar con el programa es por el hecho de que estos estudiantes llegan con la intención de desarrollar competencias comunicativas en Español como lengua extranjera, área en la que me encuentro bastante interesado y que me gustaría seguir. Le manifesté mis intenciones y se mostró muy interesado, mencionándome programas de postgrado y especialización en el área, a fin de poder desarrollar mi profesión en base a este trabajo. Me pareció genial, ya que me interesa más que la enseñanza en establecimientos escolares.

Si bien, la idea de hacer clase en colegios tampoco es una idea que rechazo, no es lo que me hace sentir total y absolutamente cómodo, aunque no es algo que descarte para desarrollar por un tiempo. Lo que sí dejo claro es que no me siento capacitado para desarrollarlo toda la vida: quiero hacer literatura, cine, arte... y en el sistema educativo actual parece ser demasiado difícil.

Es una interrogante importante, teniendo en cuenta que ya es momento de actuar. Cuando llegue ese momento, espero tener la fortuna de contar con todas las herramientas para saber optar por lo mejor y poder proyectar mi vida en torno a eso, sin dejar de lado los intereses que me han motivado toda la vida y poder cumplir mis sueños, que es lo más importante. Quiero llegar muy lejos y creo en ese sueño.

domingo, 15 de mayo de 2011

11. Olor a muerte.


Beatriz se había sentado en el sofá, esperando el vaso de jugo que traía Andrés para calmar un poco las tensiones. El jugo tenía un sabor extraño, situación por la cual el dueño de casa se disculpó, ya que se le había quedado abierto antes de salir y, probablemente, eso habría afectado en su composición. Ninguno de los dos era capaz de articular una sola palabra –a excepción de la explicación del mal sabor del jugo-, buscando excusas para correr la mirada cada vez que, por casualidad, coincidían en algún punto inexacto de la existencia. Todo estaba tan silencioso como si el salón estuviese vacío. Andrés, mecánicamente, tomó una escoba y comenzó a barrer las baldosas, ante la mirada enajenada de su acompañante, que seguía en silencio, con la mirada fija en el vaso de jugo.

Acaso este vaso de jugo tendrá algo, no me lo creo. Es solo paranoia, es solo el susto. ¿Acaso es real lo que he visto a la entrada? ¿He sentido presencias al interior de este piso? ¿No es parte de la locura de haber bebido un café con un tipo que, de por sí, ya se ve bastante extraño? El jugo tiene algo extraño, insisto. Pero, ¿cómo puedo explicar eso que se ha aparecido en los cristales? ¿Cómo explicar la sensación de persecución, la sangre, los cuerpos moribundos, los cadáveres con vida? Albacete está convertido en un mundo extraño desde que he conocido a este individuo. Lo mejor sería que me fuera de este lugar cuanto antes e hiciese como si jamás lo hubiese conocido. Sí, parece que esa es la mejor opción. Acabaré esto y me iré para no regresar más, para pasar a ser una persona más en la calle, alguien con quien comparte estudios y nada más. Yo debo desaparecer de aquí. Este lugar huele extraño, huele como a… no, es imposible, no podría ser, no está tan loco, pero sí que huele como a encierro. Sí, es eso, a humedad, a podredumbre. Algo se está pudriendo en algún lugar. Debo irme cuánto antes. El jugo sabe muy mal, ¿por qué? ¿Acaso los componentes no son de tanta calidad como dice en la etiqueta? El jugo está delicioso, es lo mejor que he probado en mi vida. Creo que podría… quedarme un rato más. Después de todo, Andrés ha sido muy amable, un gran amigo. Debiese quedarme aquí. ¡Pero qué buen zumo! Que aroma a podredumbre, pero limpio. Sí, todo reluciente.

Andrés se sentó en el suelo y lanzó la escoba contra las paredes. Abrió la ventana y se quedó observando la bandera griega que había en el edificio de al lado. Recordaba la vez en que había visto la primera gran tormenta eléctrica en Albacete, aquella que le parecía el fin del mundo. Aunque luego descubriría que el sonido de la lluvia es el mismo en todas partes, aunque la magia sí que depende de la perspectiva. Observó a Beatriz que permanecía sentada en el sillón, con el vaso en la mano: era una mujer tan bella, tan atractiva y que, al fin, había conseguido traer hasta su departamento. Solo quedaba convencerla.

-         ¿Beatriz? ¿Lo has pasado bien conmigo?
-         ¡Vaya, qué te sucede, tío! Si hasta has cambiado tu acento.
-         No sé, son cosas del momento.
-         Estás bien loco, Andrés. Todo lo que te rodea, lo que te sucede. Tu vida. ¿Cómo puedo saber que eres de confianza?
-         Bien, estamos entrando en el terreno del interés.
-         No entiendo a lo que te refieres –Beatriz comenzó a incomodarse.
-         No importa, no importa.

Beatriz sintió que se mareaba de pronto. Al momento de ponerse de pie, notó que no podía, que todo se estaba moviendo. El vaso se le cayó de las manos y se quebró en el suelo, ante su rostro pálido y nauseabundo que observaba a todos lados con desconcierto. Andrés, mecánicamente, tomó la escoba y recogió los restos del vaso que habían quedado sobre las baldosas, sin decir nada más. Las ventanas estaban abiertas al momento en que Beatriz caía sobre el sillón, sudando frío y tiritando.

-         Ya habrás notado que mi interés por ti es mucho más allá de la amistad. ¿Verdad, Beatriz?
-         Andrés, estás confundiendo las cosas. Quiero irme de aquí.
-         ¿En ese estado? Estás loca, espera a que se te pase un poco. Mientras tanto, escúchame.
-         ¡No! Tu voz me produce aún más dolor de cabeza. Cuando me vaya de aquí, no volveré nunca más. ¿Entiendes? Nunca más.
-         Claro, eso si es que puedes salir de aquí.

Andrés avanzó en dirección hacia la cocina, dejando a Beatriz en el sillón, retorciéndose de dolor. Este tipo está loco, me quiere matar. Le ha puesto algo a mi zumo, es seguro. Es evidente. Me siento fatal, no entiendo cómo pudo llegar a hacer esto y como no he notado sus intenciones. Desde un principio que me he percatado de su locura, pero no he pensado que era cierto. ¡Fatal error! La puerta del salón quedó cerrada mientras caminaba hasta la cocina y guardaba la caja de jugo en el interior del refrigerador. Cerró con tapa el frasco con pastillas blancas y lo guardó en la despensa: aquí no ha pasado nada. Regresó hasta su habitación por el pasillo, observando, desde la puerta, a su visita: estaba en el mismo lugar, en silencio, aunque bastante inquieta. Era extraño cómo había logrado su objetivo de traerla hasta su departamento.

-         ¿Beatriz? ¿Estás bien?
-         ¿Qué ha sucedido? ¿Por qué estoy aquí?
-         Tranquila, tranquila. Te has quedado dormida en el sillón, está todo bien. ¿Quieres tomar algo?
-         No, no. Estoy bien. Solo quiero irme a casa.
-         ¿Por qué quieres irte?
-         ¿Acaso me estoy volviendo loca?
-         Cómo lo voy a saber si no me dices lo que te está pasando.
-         Ah… entonces… solo fue un sueño. ¡Joder! No entiendo nada.

Beatriz se puso de pie y sus zapatos pisaron un objeto que le pareció extraño. Agachó la mirada y se quedó en silencio, a la espera de que Andrés fuese hacia otro lugar. Le sonrió durante todo ese instante, suponiendo que no pasaba nada, pero sin moverse de su lugar. Estaba tensa y fría como una piedra. Un extraño ruido provenía desde una de las habitaciones.

-         ¿Qué ha sido eso? –preguntó asustada, advirtiendo, inmediatamente, que era el momento para librarse del dueño de casa por un momento.
-         Tú quédate aquí, ¿ok? Yo iré a ver.

El aire gélido inundó las paredes que, por un momento, parecieron llenarse de hielo. Beatriz se dio cuenta de que salía vapor de su respiración y que el cambio de temperatura había sido considerable: ya era primavera en Albacete, época de temperaturas muy superiores al hielo. Bajo su zapato se encontraba el mango de un cuchillo, cuyo filo se encontraba bajo el sillón. Miró a todos lados para asegurarse de que Andrés no venía y luego se agachó para retirarlo de ese lugar.

Andrés avanzó lentamente por el pasillo en dirección a la habitación desde la cual venía el ruido. Observó que su propio dormitorio estaba completamente desordenado: el escritorio en medio todo, las frazadas enrolladas contra la pared, la almohada deshecha, sus zapatos arrojados por todos lados y la ropa derramada en el suelo. Sus apuntes estaban todos rasgados y arrugados: la ventana entreabierta daba paso a una brisa fría que mantenía en el aire algunos de sus objetos. Ingresó rápidamente para cerrar la ventana, al momento en que la puerta de su habitación se cerró. Sintió una fuerte punzada en el costado que le produjo sobresalto. Los latidos del corazón se le aceleraron al momento en que vio que la ventana se empañaba. Su polera estaba rasgada producto de la punzada, sin embargo, no tenía ninguna herida sobre la piel. Tropezó contra los objetos que estaban dispersos sobre las baldosas, mientras se dirigía hasta la puerta. En un abrir y cerrar de ojos, el escritorio le impedía salir. Asustado, miró a todos lados y corrió hacia el cajón de su escritorio: el cuchillo no estaba en su lugar.

-         ¿Qué coño hace esto aquí?

No era tan simple quitarlo de su lugar: parecía haber estado en ese lugar por algún tiempo y, producto del peso del sofá, parecía estar perfectamente acomodado. Luego de tirar por algún instante, Beatriz logró sacar el cuchillo y tomarlo en sus manos. Lo soltó, asustada, al ver que estaba ensangrentado. Solo entonces se percató de que el sofá, en su parte baja, tenía manchas de sangre.

-         Fuiste tú, Jaime.
-         Deja de culpar al resto de tus propios errores.
-         ¡Fuiste tú!
-         No.
-         ¡Déjame salir de aquí!
-         ¿Para qué? ¿Para que tus arrebatos ataquen a otra persona y que, luego, te ampares en que fue solo un momento de descontrol?
-         Tú deberías estar de mi parte.

Jaime apareció delante de Andrés. Su cuerpo ensangrentado y herido aun expelía el mismo olor a muerte con el que se había encontrado al momento de su regreso a casa, luego de esa fiesta. Andrés, al verlo, sintió que recordaba esa vez en que había subido caminando por Almirante Montt, en dirección hasta su casa, sin pensar que iba a encontrarse con un espectáculo como ese. Aunque sí recordaba, y le pesaba bastante, el hecho de haber salido sin haber tenido el momento para conversar con él y disculparse por la última discusión.

-         Andrés, córtala con la lesera. Ya te dije que no.
-         Lo único que haces es pensar en ti. Eres un egoísta de mierda.
-         Ya te dije que no lo he podido pensar. Estoy lleno de cosas importantes, tengo que elegir qué cresta voy a estudiar y tú no me ayudas en nada. El egoísta eres tú. Y, más encima, interesado. Lo único que quieres es la plata. ¡Quédate con tu mierda de plata! No me importa.
-         Así no vas a solucionar las cosas.
-         Ándate. Tengo otras cosas que hacer.
-         ¡Tú no me vienes a hablar así!

Andrés se acercó rápidamente hasta su hermano y lo golpeó, violentamente, contra la pared. El golpe hizo estremecer la habitación por completo. Jaime lo miró a los ojos, con temor, y en esa mirada sintió una extraña sensación de culpa. Sin embargo, lo empujó nuevamente, con más fuerza aún.

-         ¿Qué? ¿Ahora me vas a matar?
-         Eres un pendejo de mierda.

Se apartó de su hermano y se retiró del lugar, golpeando la pared con su puño. Se alejó por el pasillo, enojado, pero luego se detuvo. No debía de haber golpeado a su hermano: nunca antes una discusión había llegado a los puños por parte de ninguno. Rápidamente, se quitó el calzado y caminó en calcetines para que Jaime no lo escuchara caminar de regreso hasta su habitación. Se acercó hasta la puerta y observó en silencio: su hermano estaba en el suelo, llorando. En su espalda, tenía la marca del golpe que se había dado en la pared: sangraba. Se alejó, rápidamente, arrepentido de todo lo que había hecho. Jaime se sentó en el escritorio, dando la espalda a la puerta. Normalmente, su escritorio estaba en otra posición, pero su hermano la había cambiado al momento de ordenar la casa. Estaba tan apenado por la discusión que ya no tenía ánimos de cambiar nada.

-         Eres un pendejo de mierda, Jaime.

La imagen de su hermano se fue desvaneciendo lentamente, en la medida que la habitación de iba inundando, cada vez más, del aire gélido que congelaba hasta las paredes. Andrés seguía en el suelo, intentando librarse de todo el desorden de objetos derramados por toda la habitación.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Locuras



...confieso que me dejaste loco con tus palabras. Y, de verdad, sí, me sonrojé, no mentía. Y me doy cuenta, nuevamente, que me encanta estar cada vez más loco.

lunes, 9 de mayo de 2011

Cuando...

Cuando la angustia da vueltas a tu alrededor y te quita el sueño, el pensamiento. Cuando estás ahí en medio de todo, pero no formas parte de ese lugar. Cuando la ciudad gigante te hace sentir aún más pequeño e indefenso y corroboras los pensamientos de Barthes.Cuando no encuentras respuestas a esa nebulosa que te ataca una y otra vez, que vuelve y que se niega a desaparecer....

¿Qué más se puede hacer?

domingo, 8 de mayo de 2011

10. El ruido de una pesadilla


Y a lo lejos, divisaba la silueta perfecta de Beatriz que caminaba con ese toque sensual que tanto le quita el sueño. Andrés permaneció sentado en la Plaza del Altozano, mirando la fuente que lanzaba chorros de agua hacia el aire y que, en más de algún momento, acabó humedeciendo su ropa producto de las ráfagas de viento que comenzaban a rodear la plaza. Ahí estaba la tienda donde hacía algún tiempo había comprado algunos cuchillos para renovar los cubiertos del departamento, con turistas comprando recuerdos típicos de aquella desconocida ciudad de los llanos. Los rayos de sol que a ratos se escapaban de entre las nubes le hacían desear volver a encontrarse con los copos de nieve que le caían sobre la cabeza, como en la Estación Méndez Álvaro, en Madrid. Ansiaba volver Albacete cubierto de blanco, como en sus sueños.

Beatriz se veía radiante como siempre. Llevaba unas botas café y un abrigo rojo que destacaba su figura, el color de sus ojos que parecía intensificarse producto de la luz. Se saludaron y comenzaron a caminar.

-         Te noto un poco preocupado, Andrés. ¿Está todo bien?
-         Sí, tranquila –rió-. Estoy mejor que nunca. Es verdad, hacía tiempo que no me sentía tan bien.
-         Me alegro de verte así. Supongo que algún día me vas a contar eso que te está sucediendo.
-         Lo que pasa es que acabo de asesinar a cien personas y no sé qué hacer con sus cuerpos. Eso era lo que me preocupaba.
-         ¡Qué cosas dices, hombre! –Beatriz comenzó a reír.
-         Bueno, yo ya te dije lo que me había pasado y tú no me quieres creer –ambos sonrieron.
-         ¿Vamos a por un café o algo?
-         Excelente idea.

Mientras caminaban hacia una cafetería, Andrés no podía dejar de pensar en Beatriz y en la fuerte atracción que estaba sintiendo hacia ella, sensación que iba en aumento cada día. Los dos besos en la mejilla eran el incentivo suficiente para despertar todas sus fantasías, en que los besos se tornaban más osados y originales. Ella lo tomaba de la mano y le sonreía.

-         ¿Por qué me miras así, Andrés?
-         Me pareció haber visto algo extraño sobre ti…
-         ¿Qué cosa?
-         Algo así como un marciano que bajaba lentamente, desde tu cabello y se posó sobre tu mirada. Por eso te miraba con tanto interés.
-         ¡No hay caso contigo! –Beatriz sonrió nuevamente, en un gesto que alegró a Andrés.

Se sentaron en una mesa y pidieron café, que rápidamente llegaría a sus mesas con una columna de humo que parecía detenerse en el tiempo, al igual que todo el resto del local, al momento en que Beatriz comenzó a hablarle de su vida, de todas las cosas que había estado haciendo durante la época de los exámenes, cuando no había podido reunirse con él. La relación con su novio había terminado hacía algunas semanas, pero ella estaba bien y dispuesta a continuar su vida: recapacitar en torno a todo y ver qué oportunidades encontraba en el camino, después de todo, aún quedaba mucho por vivir. Andrés se sorprendió con el ruido de una sirena que se acercaba desde algún lugar.

-         ¿Oyes eso? –interrumpió de pronto, la historia de Beatriz, que había escuchado atentamente durante tanto rato.
-         Sí, es una sirena. ¿Te asustan?
-         Me aterran. Es como el ruido de una pesadilla.

La sirena se acercaba cada vez más y todo alrededor estaba detenido: incluso pensó que sería una buena oportunidad para escapar del local sin pagar, pues, probablemente, nadie siquiera se habría dado cuenta de que en algún momento se había sentado a tomar un café. Las puertas se abrieron de golpe y tres hombres de azul y dos de verde ingresaron con chalecos antibalas, protegidos como si fuesen a encontrarse con un criminal. Andrés sintió que se le helaba la sangre y miró a Beatriz, que continuó su conversación con la más completa normalidad, como si no hubiese pasado nada.

-         ¿Puedes ver lo que yo estoy viendo, Beatriz? –preguntó con una voz que, sin darse cuenta, no era la suya propia. Era una voz suave, oculta, una voz que se difuminaba tras las pisadas que se iban acercando hasta su mesa.
-         ¿A qué le tienes miedo, Andrés? ¿A esos hombres armados? ¿A tu vida? ¿A lo que eres? ¿Qué? Seguramente, le tienes miedo, también, a las preguntas.
-         No tengo miedo.
-         ¿Seguro? Yo diría que sí – Beatriz sonreía, mientras llevaba la taza de café humeando hasta sus labios pintados de un fuerte color rojo que marcaban la taza -. ¿Por qué me miras así? ¿Ahora te estoy mintiendo?

Beatriz sonrió mientras se acomodaba el cabello castaño que le caía sobre los hombros. Los hombres se sentaron en la mesa que estaba al lado y no hicieron otra cosa que observar a los únicos clientes que había en el local a esa hora del día. Andrés vio esas miradas que lo escudriñaban con seriedad, aunque no sabía bien lo que iba a pasar. Hizo un gesto con la mano para ver si ellos reaccionaban, pero nada. Uno de ellos se puso de pie y se situó frente a Andrés, con su figura imponente, pero sin decir una sola palabra.

-         Dime –dijo el mozo.
-         ¿Qué? –preguntó Andrés.
-         Me has llamado.
-         Cierto, ando con la cabeza en miles de lados. ¿Me puedes traer un vaso de agua, por favor?
-         Pues, claro.
-         Gracias.
-         ¿Y qué piensas tú?
-         ¿Qué pienso de qué?
-         Hombre, pues de lo que te he estado hablando todo este tiempo.
-         Es que es bastante complicado porque desde tu postura, las cosas tienden a verse un poco difíciles, pero podrías considerar analizarlo desde otra perspectiva para ver si consigues más opciones. Por mi parte, consideraría verlo desde otro punto de vista y, probablemente, las cosas se hagan un poco más simples.
Beatriz lo miró con una sonrisa y asintió.

-         Sí, creo que tienes razón, Andrés.

Al salir de la cafetería, el cielo estaba nuevamente cubierto de gris y el viento hacía pensar que en cualquier momento volvería a llover sobre la ciudad. Andrés pagó la cuenta y luego de asegurarse de que no había nadie más en el interior de la cafetería, respiró aliviado. En la acera de enfrente, estaba una patrulla de policía estacionada. Le parecía extraño haber sentido una sirena ya que, en todo el tiempo que llevaba en la ciudad, jamás había oído de algún robo, alguna persecución o algo parecido. Un policía hablaba por radio, con la vista fija en él y su acompañante.

-         Vámonos de aquí.

Caminar por la calle Tejares, en dirección hacia el campus de la Universidad de Castilla La Mancha. Ya no había exámenes que rendir, pero era una excusa para poder seguir conversando de la vida: después de todo, Albacete no tenía, precisamente, demasiados lugares para ir de turista. Durante todo el camino, Andrés se volteaba para ver que nadie lo estuviese siguiendo, pues sentía pasos tras los suyos. Incluso vio una mano que se le posaba en el hombro. Beatriz se detuvo de pronto.

-         Andrés, ¿qué te ha sucedido en el hombro?
-         ¿Qué?
-         ¡Mírate!

Andrés vio que tenía una gran mancha de sangre sobre su polera blanca. La tranquilizó, que no era nada, que seguramente se habría golpeado sin darse cuenta. Beatriz lo observaba con preocupación desde hacía un rato en que también se detuvo a observar los supuestos pasos que los seguían.

-         Creo que tú también has notado lo mismo que yo.
-         ¿Nos han estado siguiendo?
-         Vámonos de aquí lo antes posible, hay que esconderse en algún lugar –dijo Beatriz.
-         Mi departamento. Tomemos el autobús para despistar.
-         Vamos.

Tomaron el autobús en dirección al departamento de Andrés y Beatriz no se despegó en ningún momento de su lado. De cuando en cuando se daba vuelta para observar qué pasajeros se subían y quiénes se bajaban, si es que había alguien conocido entre los presentes y si alguno había permanecido demasiado tiempo cerca, como observándolos. Andrés se cubrió la cabeza y miró al suelo: sus zapatillas estaban manchadas de rojo. Cerró los ojos y respiró profundo, intentando olvidar todo lo sucedido. Recordaba las palabras de César que le decía que era el momento de retomar el tratamiento y tomar pastillas, aunque no le agradara. Maldita paranoia que le hacía tergiversar todo, de hacer que la locura del planeta se tornase aún más laberíntica de lo que ya era en sí misma. Tomaron el recorrido en la dirección contraria a la que debían, para sentirse un poco más tranquilos aunque, luego, la sensación de vulnerabilidad era algo con la cual ya no podían lidiar más.
-         Ya falta menos, Beatriz. Ya vamos a llegar.
-         Eso, espero, Andrés. Ya debí haber sabido que era eso lo que te preocupaba tanto.
-         ¿Qué cosa?
-         Las persecuciones. Vi esa figura que caminaba detrás de ti, con el cuerpo herido y ensangrentado. Creo que hablaba, pero no pude entender lo que decía.
-         ¿Estás segura?
-         Sí, varias veces se abalanzaron sobre tu espalda. Te hirieron, pero la herida cicatrizó tan rápido que no tuviste tiempo siquiera de darte cuenta de lo que había sucedido.
-         Albacete se está volviendo loco.
-         Tú lo volviste loco, la ciudad nunca ha sido así. ¿Qué es lo que estás escondiendo, Andrés?

Andrés se quedó en silencio, apoyando la cabeza en el respaldo del asiento que estaba delante. Se sentía mareado y rogaba que el autobús llegase pronto al paradero para poder descender. Cuando volvió a pisar el suelo, no pudo contener el vómito que ensució la acera ante la mirada sorprendida de algunos transeúntes que no estaba acostumbrados a este tipo de intervenciones urbanas. Beatriz lo tomó del brazo, mientras él le indicaba el camino hacia el edificio.

-         Está ahí, estamos cerca.
-         Muy bien. Aguanta un poco. Apúrate, que los veo venir nuevamente.
-         ¿Dónde?
-         ¡Detrás de ti! ¡Están armados!

Entonces pudo divisar las siluetas que se formaban en la pared y que inundaban de rojo a los transeúntes que no percibían este fenómeno. O bien, ambos estaban locos, o el resto de los seres humanos del planeta carecían de la facultad de tener visiones surrealistas sin sentido. ¿Sin sentido? Algo debía de haber escondido.

-         ¡Andrés!
-         ¡Ven aquí! ¡No huyas!
-         ¡Te vamos a encontrar de todas formas!
-         ¡Si no somos nosotros, serán otros!
-         No creas que te vas a escapar siempre.
-         ¡Beatriz, apúrate, por favor! –Andrés, pálido, sudaba frío, mientras tambaleaban junto con su amiga, con quien caminaba lo más aceleradamente posible para poder entrar a su edificio.

Beatriz cerró la puerta del edificio y percibió una extraña energía.

-         Andrés, no puedo entrar aquí.
-         ¿Qué estás diciendo?
-         Lo siento, es que no…
-         ¡Ya viste todo lo que yo he visto allá afuera! ¡No quiero que te pase nada malo!

La puerta se estremeció producto del golpe invisible de un ser que clamaba por entrar y que, claramente, no sería bien recibido. Beatriz lanzó un grito al ver la figura de un muchacho que empezaba a marcarse en el vidrio.

-         ¡Andrés! ¡Andrés! ¡Andrés! ¡Déjame entrar!
-         ¡Vete de aquí, Jaime!
-         ¡Déjame entrar! – se oía enfurecido.
-         ¡Tú ya estás muerto! ¡Te… vi muerto con mis propios ojos!
-         ¿Qué? –Beatriz retrocedió asustada.

El ascensor abrió sus puertas y subieron rápidamente, dejando atrás los golpes en la puerta. Cuando entraron al departamento, Andrés cerró la puerta con llave y puso una mesa para obstaculizar la salida. Beatriz se sentó en el sillón y cerró las cortinas.

-         ¿Qué eso que estabas diciendo allá abajo? ¿Quién es Jaime?
-         Es mi hermano, que murió poco antes de mi viaje a España. No ha dejado de penarme su presencia desde el momento en que llegué acá. Supongo que es mi cargo de conciencia por lo que sucedió.
-         ¿Cargo de conciencia?
-         Exactamente.
-         ¿Qué culpa tienes tú?
-         Porque yo sabía que iba a suceder.