lunes, 30 de marzo de 2015

Oportunidades

Es cierto que a veces uno ruega por tener oportunidades que tardan mucho tiempo en llegar, incluso, a veces no llegan. Es cierto que en esos momentos lo único que haces es reclamar por todas las cosas malas y se te olvida que, al fin y al cabo, la vida es lo suficientemente sabia como para entregarte lo que necesitas en el momento justo. Creo que a veces lo peor es tener demasiadas opciones, porque siempre que optar por algo tienes que, obligatoriamente, dejar otra cosa de lado, lo que te deja el inevitable cuestionamiento de qué hubiese sucedido si hubieses elegido ese camino.

Este año, según he leído, será un año bastante intenso: el año del infinito, el año de cambios, el año de los deseos. Creo que lo he notado desde un principio, al haber cumplido varios sueños desde un comienzo. Incluso he sido lo suficientemente atrevido como para pedir cosas de manera desesperada con la convicción de que iba a ser escuchado y, nuevamente, salgo sonriente. Comencé el año sintiendo que se avecinaba un cambio: había una serie de coincidencias que hacían que mi estado actual no calzara. Algo estaba mal y no había caso, no quería resultar. Fue el momento de que se encendiera un deseo fuerte y de recuperar la confianza; fue el momento en que se gestó un cambio tan rápido que apenas tuve tiempo de asimilar. Un cambio que merecía, sin lugar a dudas. No se trata de jactarse de un supuesto poder, sino que se trata de recuperar la confianza. Pensar en cambios trae a la mente una serie de fenómenos que pueden ser, incluso, un poco violentos: terremotos, cambios de clima o cualquier otra catástrofe natural. Pensar en cambios también significa dejar que el pasado se quede en donde está para poder mirar hacia el futuro: el futuro es la oportunidad, hermosa y desconocida. Pero lo mejor de todo es sentir que tienes la capacidad de ser tú mismo quien ejerza dichos cambios, o al menos que puedes formar una parte importante en la gestión de los mismos. ¿Quién puede cambiar tu vida si no eres tú mismo? 

Creo que el destino no se ha cansado de enviarme señales potentes de lo que puedo hacer, de lo que soy capaz. Más allá de un ser en potencia, es hora de comenzar a ejercer la acción: el movimiento. Podemos modificar nuestras circunstancias si queremos, es más, es casi nuestro deber llegar más lejos. Cerrar los ojos y ver mucho más allá, sentir que los pies dejan el suelo y alcanzan esas alturas que parecían imposibles. La sensación es realmente gratificante cuando, pese a que tienes algunos puntos negros externos que empañan tu tranquilidad, haces el balance y ves que todo sale a favor: la suma es positiva.

Ahora, el problema es el tema de las oportunidades que aparecen en tu horizonte. ¿Qué pasa cuando, luego de que encuentras la estabilidad, aparece algo que hubieses querido con ansias en otro momento de tu vida? Está en tus manos ejercer el cambio, pero algo en ti te dice que no, que no es el momento o, más bien, que no quieres. Por un instante quieres descansar y detenerte, poner los pies en el suelo por un tiempo para poder respirar y recargarte de energía. Hay mucho por hacer, está claro, pero vamos de a poco. Y ese es el momento en que decido que no, que dejaré pasar una oportunidad que podría ser buena. ¿Cuál es la razón? El corazón. Pensar con el corazón me ha traído muy buenas consecuencias, me ha traído las mejores oportunidades. Es difícil estar en ese momento en que vislumbras un escape que anhelabas, pero tu corazón te dice que aún no. Sé que eres sabio, corazón, tienes una sabiduría infalible, sé que vislumbras algo mucho más allá.

jueves, 26 de marzo de 2015

Vivir en el silencio

Las luces de la ciudad se iluminan cada noche y son tantas las almas que deambulan sin saber por qué. ¿Por qué despertarse a las seis de la mañana, por qué levantarse, por qué tomar transportarse, por qué trabajar? ¿Por qué? Argumentos que a veces no se entienden, argumentos que, incluso, muchas veces siquiera existen. Volver a ver las mismas caras que amas y odias a la vez, resignarte a que quizás estás encontrando algo bueno. Sentir que vas bien, pero te da miedo pensar que las cosas pudiesen ser aún mejores.

Soñar con cruzar el oceáno, otra vez, soñar con escapar definitivamente. Vivir en el silencio como un ser que pasa desapercibido, sentir que tienes un sueño que parece no tener espacio. A veces me deprimo. Sí, claro que me deprimo pensando que me ilusioné demasiado con ciertos proyectos que si bien están funcionando, no lo hacen de la forma que quiero. Es que acaso soy un inconformista y que siempre quiero reclamar por algo, o acaso todavía siento que falta algo que me sigue provocando un corto circuito. ¿Por qué será que nos da miedo estar en un buen momento, por qué siempre pensamos que no va a durar? Creo haber aprendido a invocar los cambios, a saber pedirlos y valorarlos cuando se transforman en algo bueno para ti, cuando al fin ves que las cosas empiezan a repuntar. 

Vivir en el silencio huyendo de los miedos que a veces viven a pocas cuadras de ti, ¿es necesario escapar? Es difícil recuperar la confianza, pero no imposible. Es dificil volver a creer y a recuperar la tranquilidad, pero se puede. ¿Acaso también es difícil pedir algo que vibra en tu pecho, pero que aún se niega a señalar el camino? Quizás no lo he recorrido por completo, pero siento que algo ya se ha trazado: siempre es importante cada paso. Me doy ánimos pensando que falta menos que en un principio, que ya hay semillas y que de a poco empezarán a dar frutos. El problema es que, a veces, me cuestiono la valoración que tengo de mi mismo. Creo que es normal. A veces creo que puedo y otras, no. Vivo en silencio, pero, en realidad, no quiero vivir en silencio. Tengo muchas cosas que dejar plasmadas, muchas huellas que marcar. 

Muchas huellas extendidas en un camino que se pierde a lo lejos.

Fotografía: La Barceloneta, Barcelona, España (febrero 2015)

martes, 24 de marzo de 2015

Encuentro

La observación persistió durante algunos instantes, era necesario captar cada detalle por muy pequeño que fuese. Se mantuvo en silencio a la espera de cualquier movimiento que, durante un tiempo prolongado, se remitía al vaivén del diafragma que se proyectaba tras su sombra. Era inevitable poner atención al extraño e inusual tatuaje en la planta del pie, algo que pocos se atreverían a hacer. Tuvo la intención casi instintiva de tomar un teléfono y llamar al resto del equipo para avisarle de que estaba próximo a cumplir la misión, pero el resto del equipo no existía. La soledad era su más fiel compañera en cada una de sus incomprendidas andanzas. Siempre era difícil lidiar con uno mismo.

Un movimiento encendió el estado de alerta al instante en que la sombra se levantaba y sacudía la toalla. Observó con más detalle el cuerpo de la víctima: era perfecto. Pensó en la carne, en los huesos, en los músculos, en las venas y en el flujo de sangre. Sus miradas coincidieron varias veces de improviso, sin darse cuenta. La sombra se alejó, dejando huellas que desaparecerían rápidamente tras la espuma. Se acercó corriendo, sin darle tiempo a decir nada. 

Cuando abrió los ojos, yacía sobra la mesa de disección junto a un paraguas roto y una máquina de coser a medio funcionar, a punto de clavar sus púas sobre la piel blanca y limpia cuya inusual marca se reflejaba en el espejo.


miércoles, 18 de marzo de 2015

Rodalies

La estación era gigante, mucho más de lo que pude haberme imaginado en un primer momento, casi como una visión surrealista. Caminamos, caminamos sin saber hacia dónde, sin saber por cuánto tiempo. Quizá esperábamos algo, pero lo que sí es seguro es que estábamos en busca de algo: eso que solo tú y yo sabemos denominar, aunque todo el resto ya se ha dado cuenta de una u otra forma. Caminamos por ese pasillo y conversábamos de la vida, de nuestra historia, del futuro. El pasillo blanco reflejaba la excelente iluminación de un sitio que parecía salido del futuro. Pero no: el futuro es diferente según los lugares en los cuales te encuentres, pues en algunas zonas el futuro llegó hace rato y, en otros, el pasado no se quiere ir jamás. 

Estábamos en el piso 9 y había que llegar hasta el primero. Nunca entendí cómo podía haber tantas líneas superpuestas en todos esos niveles. ¿Cómo aguantaba el peso? ¿Cómo no se caía? ¿Acaso en algún lugar se encontrarían en una misma línea recta? Solo pensé en el vértigo de una caída libre: la modernidad es acelerada en cada detalle de sus acciones. La cápsula descendió rápidamente, casi sin darme tiempo a sujetarme o a digerir ese anterior pensamiento. Llegamos al lugar y el bullicio era inexistente. No estabas a mi lado y no sé por qué, pero sabía que ya estabas por llegar. Quería que te apuraras antes de que el tren partiera. Rodalies. Eran diferentes a lo que me había imaginado, más bien parecía un antiguo vagón de tren parecidos a los del metro de Nueva York, según lo que muestran las películas. Estaba un tanto distante del andén, aunque eso no parecía ser razón suficiente para escuchar el melódico "tenga cuidado de no introducir el pie entre el coche y el andén". Llegaste, ingresamos de un salto. No sé por qué, pero recuerdo tus zapatos negros. Saltamos juntos antes de que la puerta se cerrara y el tren comenzara el viaje.


miércoles, 11 de marzo de 2015

Huir

Huir no.
Moverse, volar, abrir las alas.
Mirar el horizonte desde lo alto,
cruzar el mar a toda velocidad.

No quiero huir.
No tenemos motivos,
no hay nada de qué escapar.

Soñar con las cimas más altas
y alcanzar más plenitud,
sí, alcanzar lo mejor,
lograr nuevas metas,
lograr ese sueño que no nos deja dormir.

Huir, no.

Si es necesario romper vidrios, los rompemos.
Si es necesario no dormir, nos mantendremos despiertos.
Si es necesario hacer locuras, enloqueceremos.
Si es necesario irse lejos, prepárate para el viaje.

Huir, no.

Moverse, abrir las alas, volar...
Soñar, cambiar...

Pero huir no.
No escapamos de nada,
no hay nada de qué temer.

El Sol está de nuestro lado.


Fotografía: Cielo de Madrid, España (febrero 2015)

jueves, 5 de marzo de 2015

Haber

He debido romper la realidad un par de veces. He debido dar saltos, recibir y provocar heridas, seguir adelante, saltar y vivir el riesgo de caer. He sentido la adrenalina al oír el rugido del motor de un avión a punto de despegar y luego he volado sobre las nubes: he visto el cielo azul desde ultramar. He soñado, he pedido, he atraído.

No ha sido fácil, no, las decisiones siempre son difíciles. Partir implica dejar algo, pero también es ver un horizonte nuevo. Comenzar de cero cada vez quizás no sea sano, pero me resulta necesario de vez en cuando. Que difícil es sentirte parte de algo, que difícil es creer. Que difícil es saber que eres el motor de tus propios cambios.

Son tantos sueños. Es tanta la esperanza.  Hoy, quizá mucho más que en varios momentos, siento que algo grande está por suceder.