El ruido de la sirena de una ambulancia lo hizo despertar sobresaltado: miró a través de la ventana que daba directamente a la calle y se percató de la oscuridad que se dibujaba en el cielo. Aún era invierno en Albacete y el cielo nublado no lograba darle el suficiente ánimo como para levantarse aún. Serían las 9 de la mañana y todo parecía indicar que, en cualquier momento, podría comenzar a llover como lo habían anunciado en el pronóstico de la noche anterior. Esa se convertiría en su mejor excusa para permanecer en cama, aunque, de todas formas, nadie vendría a sacarlo. Se acomodó nuevamente en su cama y quedó frente a frente a la pared de pasta muro, pintada de color azul: le recordaba el mar que tanto echaba de menos. No faltaba demasiado tiempo para que llegara el verano a Europa, por lo que no tendría que esperar demasiado para ir a bañarse a las playas de Alicante. En la pared colgaba una foto que le habían regalado sus amigos antes de partir y en su escritorio estaban las carpetas repletas de impresiones que debía leer.
No pudiendo conciliar el sueño, decidió levantarse a ver si se le ocurría algo: probablemente, al ver la poca gente que caminaba por la Carretera de Valencia, quisiese salir a correr antes de que comenzara la lluvia. Apoyó los pies en las frías baldosas de su habitación. Andrés observó la foto, que estaba sobre su escritorio, enmarcada nuevamente luego de aquel incidente que lo dejara con el pie vendado por casi 1 semana: lo único que había olvidado, era haberla colgado nuevamente en el lugar del salón que le correspondía. Asimismo, sería necesario volver a conseguir las pastillas, de lo contrario, acabaría incendiando el edificio por completo. Observó con cuidado la planta de su pie y observó que aún quedaban huellas de aquel incidente, aunque eran muy leves y ya no le producían ninguna molestia al caminar, salvo el recuerdo de uno de tantos arrebatos que ya había empezado a controlar.
El departamento parecía ser demasiado amplio para vivir solo y era algo que no le molestaba en absoluto: tenía la libertad de dejar la puerta del baño abierta así como de caminar desnudo desde y hacia la ducha. En más de alguna ocasión había caminado en ropa interior hasta el balcón, despertando el comentario molesto de una vecina anciana que tenía en los pisos de más abajo y cuya costumbre era la de observar todo lo que hacían los demás, buscando motivos para tener algo por qué discutir. Caminó hasta el salón y se arrojó sobre el sillón, con una taza de café hirviendo para empezar el día. Seguía esperando que la lluvia hiciera estallar las nubes en cualquier momento: el anuncio lo había mantenido en vela desde hacía una semana, en que vio el pronóstico a través de una página web. La tormenta era algo esperado y que, seguramente, no pasaría en vano.
- Sí, espero la tormenta. ¿Y tú?
- No, aún no. Creo que saldré a caminar un rato. ¿A qué hora crees tú que llegará?
- Yo creo que pasado el mediodía. Pero no quiero salir de casa. ¡Si me llega un rayo, madre mía!
- No pasará eso. Te lo aseguro. Si quieres, me podrías acompañar.
- No, gracias.
- Vamos, Beatriz. Solo un rato.
- Está bien, tío. Solo un rato. Espero que sea un buen panorama. El riesgo de morir electrocutada, al menos debe valer la pena.
- Sí, que lo valdrá. Ya verás lo electrificante que será para ti.
Andrés dejó el teléfono sobre el sillón con una sonrisa satisfecha: Beatriz había aceptado su propuesta y ese ya era el primer paso para lo que se venía. Se asomó a la ventana para ver qué sucedía: Albacete parecía un pueblo fantasma en que, de vez en cuando, la sombra de una u otra persona deambulaba cerca del Albacenter. Era tanto el silencio que hasta creía oír el paso de los trenes que llegaban y luego se iban, disminuyendo cada vez más la población de la ciudad.
Beatriz le producía una extraña atracción desde el momento en que coincidieron en la temática que iban a exponer en la cátedra, situación que pasó desapercibida por los demás estudiantes pero que para Andrés resultó una buena excusa para acercarse a conversar. Fue ese el día en que afuera hacía tanto frío que ya pensaba que se pondría a nevar, dándole la bienvenida a la fría Europa, sin embargo, solo se quedó en unas cuantas plantas escarchadas y la coincidencia de ser el segundo día de clases en Albacete. De vez en cuando, observaba las últimas fotografías que había tomado antes de partir de Chile y pensaba que, cuando hubiese pasado el tiempo, invitaría a Beatriz a conocer Valparaíso para ver cómo se reflejaba la magia de la Joya del Pacífico en los ojos verdes de esta mujer tan misteriosa que un día le habló tan suave y le dio los dos besos en las mejillas que fueron suficientes para dejarlo encantado.
¿Acaso le gustaría el chocolate o acaso solo sería necesario invitarla a tomar un café en la Avenida de España? ¿Quizás llevarla a tomarse algunas cañas mientras se les desenredaba la lengua y conversaban por mucho tiempo? Eran tantas las ideas que se le ocurrían en el momento, pero lo único que pensaba era en cómo agradarle como algo más que compañero de clase, sin ser demasiado cargante como para aburrirla en el acto. Ese sería el primer paso que ya estaba próximo a lograr. Si era capaz de conseguir un beso, la invitaría directamente a su departamento para continuar con sus planes. A veces pensaba que estaba un poco demente y eso le producía un poco de gracia, aunque no dejaba de darle cierto temor.
Cuando sus zapatillas negras cruzaron frente al Eroski, no pudo evitar observar ese supermercado en el cual pasaba casi todas las semanas comprando alguna cosa. ¿Acaso sería un buen paseo para Beatriz o sería demasiado monótono y cotidiano? Definitivamente, lo mejor sería llevarla fuera de Albacete cuando el tiempo permitiese hacer más cosas. Seguramente, ella conocería Madrid, por lo cual podría pedirle que lo guiara a conocer sus lugares más turísticos. Llevaba una enorme bufanda sujeta al cuello y empuñó la mano en el bolsillo para revisar si llevaba lo que más le importaba: estaba bien envuelto, pero estaba en el lugar preciso. Eran las 10 de la mañana y habían quedado de reunirse a eso de las 11 de la mañana en la Plaza del Altozano, por lo que aprovecharía el tiempo para caminar tranquilamente por una ciudad que parecía un fantasma que huía de la tormenta atmosférica. Cerró los ojos por un instante y sintió la voz suave y gélida de Beatriz que, por un instante, se apoderaba de él y lo seducía. Abrió los ojos nuevamente, asustado, percatándose de que, afortunadamente, nadie había sido testigo de su extraña y demente ensoñación.
Al pasar por la Avenida de España, se percató de los diarios que estaban publicadas y observó, con cierta desilusión, que la tormenta parecía postergarse por al menos 30 horas, hasta el día siguiente. Sin embargo, ya parecía sentirse una extraña sensación en el aire que le daba la energía para volver a las pistas. Era extraño volver a sentirse así, pues parecía que, en un vago recuerdo, esa energía ya lo había llenado en algún momento. Continuó caminando, sonriente, sabiendo que iba a ser capaz de hacer, una vez más, lo que ya había sido capaz de hacer. Y no tenía nada que perder: no estaba haciendo nada malo, simplemente se estaba dejando llevar. Pronto Beatriz estaría con él en su departamento, donde todas las fantasías podrían convertirse en realidad.
-¡Beatriz!
-¡Andrés! Me he enterado de que se ha retrasado la tormenta así que estás a salvo. Podremos estar aquí toda la tarde, si quieres.
- Por mí no hay ningún problema.
- Por mí tampoco, a no ser que me llame mi novio para que lo vaya a buscar. ¿No te molestas, verdad?
- ¿Tu novio? No, no te preocupes.
- Gracias. Qué comprensivo eres. ¿Dónde vamos?
- Tú deberías recomendarme algo, porque eres de aquí, ¿no? – río Andrés-. Creo que me gustaría ir a caminar por el Parque Lineal.
- Muy bien. Después de todo, acá en Albacete no es mucho lo que se puede encontrar –rieron en conjunto.
Mientras caminaban por el Paseo de la Libertad, Andrés observó la oscuridad que reinaba en el cielo y en el ambiente de toda la ciudad: el color del invierno parecía apoderarse hasta de las sombrías edificaciones que esperaban el paso del tiempo y que, seguramente, al mejorar el clima, también mejoraría su color. Era el otoño más frío desde hacía mucho tiempo y el primero que pasaba fuera de Chile. Conversaban de la vida o de cualquier cosa que se las pasara por la cabeza y Andrés empezó a darse cuenta de que, efectivamente, podría pasar días enteros conversando con esta muchacha tan bella. Pudo observar que Beatriz también se sentía cómoda conversando con él y que, incluso, lo presentó a las diferentes personas conocidas con las cuales se fue encontrando en el camino.
Caminaron durante horas y observaron que el cielo comenzaba a despejarse de pronto, pese a que el frío parecía no querer retirarse en ningún momento. Andrés pensaba en invitarla a almorzar a su casa y prepararle alguna comida diferente, inventar algo, con tal de causarle agrado. Sin embargo, pensó que sería demasiado pronto y que, lógicamente, le diría que no por no conocerlo lo suficiente. Prefirió aguardar sus pensamientos y continuar en la conversación mientras regresaban a la Calle de la Estación.
- Acabo de recordar que debo comprarle un pasaje a mi hermano. ¿Me acompañas a la estación?
- Vamos
Recorrer esa calle, en dirección a la estación, le traía extraños recuerdos del momento en que había llegado a Albacete, hacía ya casi 1 mes y medio cuando el frío en el ambiente le recordaba la nieve que había visto caer en Madrid. Lo invadió un ataque de nostalgia mientras recordaba los copos de nieve que le caían sobre la cara en ese momento en que lágrimas tibias se encargaban de derretir el hielo. Tuve una sensación de mareo que lo hizo tambalear.
- Hombre, ¿te sientes bien?
- Estoy un poco mareado. ¿Podemos sentarnos un momento? No será mucho tiempo, en serio.
- No te preocupes.
Andrés tenía la mirada fija en el pavimento que mantenía formas regulares desde el Parque Lineal hasta la Estación en construcción. Sus zapatillas negras en el suelo se difuminaban de pronto y todo alrededor parecía transformarse en un gran torbellino. El cielo se despejó por completo y, levemente, comenzaba a subir la temperatura. La tormenta se alejaba y, extrañamente se sentía tranquilo. No entendía por qué en un principio quería ver la tormenta y ahora se sentía tan relajado de que esto no sucedería. Era como si estuviese dividido en dos partes que a ratos se peleaban entre sí y no lograban conciliarse. De sus zapatillas comenzó a emanar un líquido negro que avanzaba por el pavimento en dirección hasta Beatriz, que permanecía sentada a su lado, observándolo con preocupación. El líquido negro se acercó hasta Beatriz y estando a pocos centímetros de ella, se sumergió bajo el cemento sin dejar más huellas. Andrés estornudó.
- Hacía tiempo que no me pasaba esto.
- ¿Qué cosa?
- Tanto escándalo por un estornudo –río.
- ¿Te sientes mejor?
- Sí, gracias. Sigamos caminando.
Al llegar a la Estación, Andrés se dio cuenta de que Beatriz le producía algo extraño: le gustaba y era algo mucho más fuerte de lo que hubiese sentido antes. Tenía una tarea difícil por delante si quería conquistarla. Pero estaba dispuesto a hacer todo lo que fuese necesario para estar con ella. Sonrió ante la idea que ya consideraba un hecho.
Fotografía: Paseo de la Libertad, Albacete, España.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario