Fue una noche en que dije adiós, en que la oscuridad duró más de 14 horas y el verano, en un breve instante, pasó a ser invierno. Cerré los ojos y dejé que mis alas volaran hacia su destino: ver el océano desde lo alto, ver las olas oscuras y siniestras de un Atlántico extranjero, una vez más. Fue una tarde en que, de pronto, vi pasar ante mis ojos la vida que había sucedido de manera reciente. Vi todo, en un segundo, tal vez en menos de un segundo cuando se cerró la puerta y todo desapareció.
Pero, por las noches, mientras duermo, nuevamente estoy ahí. Nuevamente estoy recorriendo callejones antiquísimos por donde han de haber pasado tantas historias. Cada noche un nuevo destino, cada noche un nuevo misterio. De Valencia a Toledo, de Albacete a Venecia, de Barcelona a Lisboa y el camino es una ruta sin fronteras, donde el transeúnte divaga casi sin darse cuenta.
¿Puede ser que un lugar tome cuerpo y camine? ¿Puede ser que sea un fantasma que te visite y te produzca añoranza? Puede ser como el eco de una vivencia que vuelve, que se repite, que no se olvida.
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