domingo, 3 de abril de 2011

5. Espera


Camil se dirigía a la universidad como de costumbre, caminando por la Calle del Ángel. Era una travesía que le parecía agradable debido al silencio y al poco tránsito que encontraba cada día, situación evidente teniendo en cuenta que solía caminar a eso de las 8 de la mañana, así como también regresaba a eso de las 7 de la tarde. Aún era invierno y se oscurecía temprano por lo que, seguramente, la mayoría de los albaceteños preferiría ir a esconderse a sus pisos para cobijarse del frío. César le había dicho que durante la época de buen tiempo, era muy común ver gente por montones en las calles en busca de una buena caña fría para pasar el calor. Había pasado un mes exacto desde que había llegado a Albacete y no podía quejarse: vivía en un piso acogedor y se llevaba muy bien con Andrés, el lugar le parecía tranquilo y tenía el tamaño ideal para moverse a todos lados caminando, permitiéndole la vida saludable que nunca antes había logrado llevar. Sin embargo, de a poco, empezaba a sentir que ya extraña Barcelona.

Luego de pasar casi 4 horas entre clases diversas, respiró aliviado al ver que comenzaba su tiempo libre: era día jueves y ya podía darse por satisfecho de que sus clases de la semana ya estaban completas. Caminó de regreso a su piso, mirando el cielo que estaba nublado: había llovido bastante durante los últimos días. Se había inscrito para ir a natación y ya cumplía su primera semana; estaba muy motivado con la actividad que parecía darle más ánimo para continuar estudiando.

Abrió la puerta y se encontró en la soledad absoluta: Andrés había vuelto a ordenarse y asistía a clases con regularidad, cumpliendo con todas sus responsabilidades académicas. Se quitó el enorme abrigo que lo cubría del frío exterior al momento en que se lanzaba sobre la cama. Caminó descalzo hasta la cocina, con los pies un poco húmedos, y abrió el refrigerador. Era la hora de cocinar y había decidido comer carne. Preparó todos los ingredientes y cuando estuvo listo, fue en busca de un cuchillo para cortarla y poder freírla. Sin embargo, el cuchillo carnicero no estaba en ninguna parte. El desorden en el lugar era agobiante, por lo que no se sorprendería de encontrar el cuchillo en la ducha, aunque no tuviese la más mínima relación con la sala de baño. Sin hacerse mayores problemas, cortó como pudo la carne y comió feliz, una vez lograda la hazaña.

Era tarde y ya comenzaba a oscurecer: miró a través del balcón y vio que comenzaba a llover nuevamente. Había ordenado toda la casa, aprovechando que no tenía nada que hacer. Andrés no llegaba aún y ya le parecía extraño, porque normalmente, a esa hora ya estaba en casa viendo televisión y lanzándole una que otra broma. Fue a su habitación y encontró la puerta cerrada: golpeó la puerta y luego ingresó para comprobar de que no había nadie. Sobre el escritorio, había restos de un incienso: había encontrado la razón del olor que tanto le molestaba durante las noches. Pese a tener una muy buena relación con su compañero de piso, sentía que no conocía demasiado bien a Andrés y eso le entristecía un poco. Se sentó en su cama durante un instante para luego escudriñar entre los libros y apuntes que tenía esparcidos por todos lados: Andrés leía mucho y, por lo tanto, debía de ser muy culto. Ahí mismo, encontró muchas fotos en que Andrés aparecía con sus amigos y con su familia. Le sorprendió la gran cantidad de fotos que tenía con su hermano; era extraño el hermetismo que mantenía en torno a su familia.

Eran las 8 de la noche y Andrés no aparecía, por lo que ya comenzó a inquietarse. Encendió la televisión para pensar en otra cosa, teniendo el teléfono móvil a mano en caso de recibir una llamada en cualquier momento. No quería llamarlo, porque le daba un poco de vergüenza que su compañero de piso se sintiera controlado. Sentía cierto afecto por él, por lo cual, le preocupaba lo que pudiese haberle pasado. Golpeaba suavemente las baldosas con el pie, mientras miraba la hora y, de vez en cuando, se levantaba para ver el movimiento de la calle. Luego recordó que era día jueves y que, seguramente, se habría ido de tapas con algunos amigos de la universidad, aunque esa situación ya la parecía extraña porque normalmente también lo invitaba. Si daban las 9 y aún no llegaba, lo llamaría para poder quedarse tranquilo. De todas formas, tomó su teléfono y marcó el número de César para ver si es que él sabía algo, ya que se veía permanentemente: el teléfono marcó dos tonos y luego se cortó de improviso. Marcó nuevamente y el teléfono estaba apagado.

Eran las 9 de la noche y Camil tomó su teléfono para llamar a Andrés. Marcó durante un instante, pero Andrés no contestó. Marcó nuevamente y no hubo novedades. Se sentó en el suelo con las manos en la cabeza, pensando qué iba a hacer: a quién llamar para pedirle ayuda en caso de que hubiese sucedido algo. Lo más probable era que estuviese pasándose historias que en realidad no eran y que, en cualquier momento, Andrés llegaría como si nada al piso. Trajo su computador desde su habitación y se conectó en el salón, mirando hacia la puerta de entrada para poder permanecer tranquilo. Eran las 9 y media cuando sintió que abrían la puerta: se puso de pie rápidamente y respiró tranquilo al ver que Andrés ingresaba a la habitación, empapado por la lluvia.

-         ¡Andrés! Qué bueno que llegas. Me he preocupado bastante porque no sabía dónde estabas, hombre.
-         Lo siento, Camil. Se suponía que iba a llegar temprano, pero, bueno…
-         Te he estado llamando al móvil y tampoco me has contestado.
-         ¿En serio? No lo sentí –revisó el teléfono que llevaba en su bolsillo-. Cierto. Perdona y gracias por preocuparte.

Andrés se dirigió hasta su pieza y dejó la puerta entreabierta. Camil lo observaba desde lejos aún con un poco de angustia. Al verlo llegar, había notado algo extraño en su semblante: se veía agotado, como si hubiese estado realizando algo que no le hubiese agradado. Además, ese extraño silencio de no haber dicho nada más y de encerrarse en su habitación. Lo vio de espaldas al salir de su habitación con una toalla amarrada a la cintura.

-         Deja que me cambie de ropa y te cuento –sonrió Andrés, cerrando la puerta del baño.

Camil se acercó al balcón y vio que llovía con mucha fuerza, por lo que fue necesario que cerrara la ventana o el agua ingresaría hasta el salón. Cerró las cortinas para evitar que ingresara la brisa, aunque la temperatura siempre era agradable en esa sala. Sintió que una fuerte brisa ingresaba desde el techo, como si hubiese una grieta. Revisó por todos lados y vio que todo estaba en perfecto estado, pero tenía frío. Corrió hasta su habitación a ponerse calcetines y pantuflas. Regresó al sofá con una manta para cubrirse, mientras se sentaba a ver los programas de la televisión. Se sentía visiblemente más tranquilo. Sintió a Andrés caminar hasta la cocina y abrir el refrigerador en busca de comida.

-         Gracias por ordenar, Camil. Te me adelantaste.
-         Verás que no he tenido nada más que hacer así que lo he hecho. ¿Qué tal todo hoy?
-         Me invitaron a caminar y dije que sí. Pero tú ya sabes como soy yo, me pongo a conversar, se me pasa el tiempo y no me di cuenta de nada. Luego se puso a llover y fue un desastre. Me tuve que venir corriendo porque de ahí a pillar un autobús y acertar en su recorrido, me iban a dar las 10.
-         Yo ya pensaba que te había pasado algo.
-         Yo pensaba que tú no estabas acá, por eso no te avisé.
-         Bueno, está bien. No tienes por qué avisarme. No soy tu madre para estar controlándote –rió Camil.

Estuvieron conversando respecto a las clases y la universidad. Entonces, aprovechando el momento en que entraban en confianza, Camil aprovechó de preguntarle respecto a su familia y a la foto que colgaba en la pared. Andrés se mostró un poco incómodo con la pregunta, sin embargo, fue accediendo a contar toda la historia que hasta entonces, lo mantenía muy complicado. Camil escuchaba atento, satisfecho de estar estableciendo confianza y, posiblemente, amistad con Andrés.

-         No te lo había contado antes porque, no sé, no es algo que llegue y comente. ¿Me entiendes?
-         Pues, claro, no es un tema muy agradable de hablar. Al menos ya sabes que cuentas conmigo, con César y con tus amigos de la universidad para que no te sientas solo.
-         Gracias, hombre, eres una buena persona. En cierta medida, me recuerdas a mi hermano.

La lluvia continuaba y el viento estremecía las hojas de los árboles. Algo extraño había en la mirada de Andrés y Camil continuaba notándolo: estaba demasiado serio y, al hablarle, esquivaba la mirada. Parecía estar un poco enfermo, como que algo le dolía y no quería decirlo.

-         ¿Estás bien, Andrés?
-         Sí, ¿por qué?
-         Te veo un poco extraño.
-         No es nada. Me duele un poco la cabeza.

Camil aprovechó que tenía su computador en el salón para preguntarle a Andrés si quería ver una película que acababa de comprar. Fue así como se les pasó una noche que en otro momento hubiesen ocupado para irse de tapas; les dieron casi las 4 de la mañana conversando y viendo videos divertidos en la web.

Camil estaba acostado, mirando hacia la ventana, adormecido por el ruido de la lluvia que pegaba en el cristal. Sintió pasos que se acercaban hasta él y entonces se volteó: la puerta estaba abierta y un hombre cubierto de negro le puso las manos en el cuello de manera tan rápida que no alcanzó a reaccionar. Las manos estaban cubiertos por unas guantes cuya textura era de puntas, por lo cual, sentía que se le clavaban en la piel y la sangre comenzaba a ahogarlo. Era imposible quitárselo de encima y se le acababa el aire.

-         ¿Quién eres tú? –le preguntó la sombra a Camil, manteniéndolo inmóvil.
Camil no podía hablar, solo intentaba librarse de las manos que lo asfixiaban. De pronto, sintió que lo liberaban un poco y pudo volver a respirar, al momento en que salía disparado de su cama en dirección a las baldosas del suelo. Sintió un pie que lo aprisionaba, impidiéndole levantarse. Solo pudo divisar la sombra que se proyectaba en la pared y, por alguna extraña razón, no podía articular sonido alguno para pedir ayuda. Andrés estaría durmiendo o quizá ya había sido atacado. Sintió angustia de no saber qué había sucedido, qué sucedía ni qué iba a suceder.

La sombra lo tomó del cuello nuevamente, para arrinconarlo contra la pared. Sintió las manos de púas que le aprisionaban el rostro mientras oía su respiración suave y rítmica. No pudo divisar su rostro y, luego, se percató de que la sombra flotaba. Entonces sintió una clavada en el abdomen: sintió que la sangre tibia comenzaba a fluir hacia abajo. Luego otra clavada y cayó al suelo, de golpe.

Cuando abrió los ojos, vio la mano ensangrentada que estaba a su lado. Oyó la risa suave de ese personaje desconocido que se preparaba para volver a atacar. Y, sin comprender, estaba a la espera de lo que pudiese suceder porque, de una u otra forma, no podría hacer nada contra ello. La extraña sombra tomó el cuchillo ensangrentado con una mano, avanzando hacia él, preparando una nueva clavada de la cual, la sangre ya comenzaba a fluir por su piel. 

 Fotografía: Carretera de Valencia, Albacete, España.

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