miércoles, 26 de agosto de 2009

Los tubos intergalácticos

Habían tubos intergalácticos tirados por todos los alrededores después de la nevada improvisada que las nubes dejaron caer sobre la ciudad. Yo estaba volando sobre las nubes cuando vi este hecho tan extraño: nunca había visto caer nieve en mi ciudad y probablemente este sea la primera vez. Pero la primera de muchas, porque el cambio que han anunciado parece aferrarse firmemente a cada trozo de tierra. Los veranos ya no son tan cálidos y los inviernos congelan hasta los pensamientos: ya no me es extraño ver a grandes intelectuales congelados bajo los árboles o incluso ver palabras que caen al suelo y se quiebran por su debilidad. Decidí aterrizar, no podía seguir volando ante esta tormenta. Al descender, me encontré con los tubos de los cuales salía un olor extraño... vi que la gente caía al suelo luego de olerlos. Cuando me acerqué a ellos vi que estaban muertos.

La ciudad era más grande de lo que me imaginaba: Google Earth parece quedar pequeño para mostrar el mundo en toda su magnitud. Las luces parecían alcanzar los cielos, pues los faroles alcanzaban hasta las montañas más altas, desde donde se armaban las avalanchas. El avión explotó y ya me daba lo mismo: no hay más bencina en los alrededores y no es mi intención empujarla hasta algún lugar. Y los tubos cambiaban de color: entregaban mensajes que eran ilegibles, seguramente subliminales. El mar estaba congelado y los tubos que caían quedaban en la superficie.

La tierra ya llevaba varios días detenida, sí, sin rotación ni traslación. Pero como todo tiempo que se pierde debe volver, la tierra dio un golpe enorme y retomó la velocidad, produciendo un enorme chasquido que acabó con una grieta que partió en dos la ciudad. El temblor no duró mucho, pero el cambio parecía inevitable. Vi un enorme abismo que se avecinaba a mis pies mientras temía perder el equilibrio. De pronto, sentí una garra que se me clavaba en el tobillo y sin alcanzar a mirar, sentí que resbalaba dando un grito de dolor. Abrí los ojos y i una mancha de sangre sobre el hielo. Del lado izquierdo vi una garra que se me clavaba en el pecho y presionaba por atravesarlo, vi que mi sangre comenzaba a chorrear. Del lado derecho vi la ciudad majestuosa, pero con mi propia sangre que me reprochaba la huida.

Estaba el abismo: no sabía si lanzarme o quedarme, de todos modos me tenían atrapado. Entonces recordé lo de los tubos integalácticos y el olor que adormecía. Me dio sueño, tengo sueño, tengo sueño, sueño, sueño...

1 comentario:

pecas dijo...

primero, quiero uno de esos tubos ( en una de esas :p) siempre es bueno andar aperado

segundo, que buena frase:
"los inviernos congelan hasta los pensamientos: ya no me es extraño ver a grandes intelectuales congelados bajo los árboles o incluso ver palabras que caen al suelo y se quiebran por su debilidad."