Se alzó frente a todos el rey y, con voz solemne, anunció ante sus súbditos su determinación. Una determinación que, según todos, ya debía de haber tomado hacía mucho tiempo, pues era lo mejor para todos. Una solución que era decisiva para la continuidad del orden y el progreso. Una decisión difícil y, por cierto, bastante polémica de algunos grupos que buscaban sacar beneficio oportunista de cada situación que se les presentaba en la vida.
Anunció con voz enérgica: "¡Córtenles la cabeza! Acaben de una vez con sus vidas, acaben de una vez con sus palabras insensatas y deseos descabellados. ¡Acaben de una vez con sus mentiras! ¡Acaben de una vez con la falsa inocencia que aparentan! Pues ya han perdido la guerra y nosotros hemos sido lo suficientemente tolerantes con sus excentricidades carentes de fundamento. Arrójenlos al fuego, tortúrenlos, descuartícenlos y arrojen sus pedazos de carne a los perros de la calle que, sin lugar a dudas, parecen ser menos lacras que ellos".
La determinación causó inmediatos murmuros de la gente. Los reos estaban sentados en sillones de terciopelo, bebiendo champagne. La decisión les tomó por sorpresa: no podían creer que el engaño que habían mantenido por tanto tiempo, fuese a ser descubierto en algún momento. Porque todas sus excusas eran una mentira.
1 comentario:
me da un poco de miedo...
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