domingo, 12 de agosto de 2012

Santiago a las 7 p.m.

El mar se acelera a la velocidad de un huracán y los gritos de los navíos que naufragan acaban convirtiéndose en el indicio de una tormenta que está próxima a comenzar. Todo se convierte en un revoltijo de naves que vuelan por los aires y de peces que luchan por identificarse dentro del cardúmen que yace inserto dentro de la red que los mueve por inercia con dirección al vacío. Las torres de alzan hacia el cielo con las luces que proyectan su majestuosidad vertical y horizontal, de norte a sur y de este a oeste: de mar a cordillera en el caos sonoro. Y la urbe crece; las historias, también. Donde las luces se acaban ya comienza un nuevo mundo que se mezcla, que se confuden, como los rostros de las personas que a las 7 p.m. caminan agotadas luego de una semana de trabajo con la intención de escapar hacia algún lugar. 

El mar de gente camina de oriente a poniente, luchando por llegar primero. Al final, la noche es una distorsión total.

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