domingo, 2 de octubre de 2011

Un, dos, tres.

La pelota se le ha escapado de las manos, 
un, dos, tres:
los polos del mundo se han alterado
y nadie sabe a qué hora llegará el tren.
La estación está en llamas, 
los rieles se desorden en un vaivén de sensaciones extrañas
y nadie entiende nada,
nadie es capaz de pronunciar una sola palabra. 

Los edificios tan altos se esconden en las nubes
y desde las alturas se lanzan, glorificados,
se destruyen las estatuas de los santos de cemento,
se destruye la guadaña que les corta la cabeza en un instante. 
Huye por donde puedas si es que alcanzas, 
huye hacia el cerro que revienta el mar. 
El cielo está en llamas y la tierra se fragmenta:
otra vez llora el celeste de temporadas pasadas,
otra vez tambalean los planetas alrededor.

Un, dos, tres,
el niño que jugaba desaparece hacia el cielo:
es un cometa, un astro que viaja a la velocidad de la luz. 
Los andenes están vacíos, 
los ventanales reflejan el vacío:
el centro de la tierra está inactivo. 
Se acaban las estructuras de pies de barro,
se acaban los pensamientos enjaulados, perdidos de su centro,
tambalean las pisadas y se corroe el infierno. 
Primavera, verano, otoño, invierno. 

No hay llamadas, solo desvíos.
Un, dos, tres,
no hay caminos, solo laberintos.
Un, dos, tres.

Un golpe contra las baldosas,
sudor sobre la piel asustada.
La ventana abierta, el aire nocturno
y un zancudo que ya pronto muerte. 
La pelota era un juego de infancia que ya se ha ido,
son las 4 de la madrugada y todos siguen aún dormidos. 

1 comentario:

E dijo...

apocalipsis!

vamos a moriiiiiir!