lunes, 10 de octubre de 2011

Nunca supe lo que pasó.

A veces quería tanto lanzarme a volar que tomaba el primer material que encontraba para poder fabricarme unas alas, acomodarlas a mi espalda y buscar la altura para poder planear. Era tan simple como estar un tiempo cortando el cartón -o el material que fuese- y luego pensar en lo que podría suceder: saltar desde 5 metros, tal vez desde 50 o 100. Era así como, en más de alguna ocasión, escogí el cerro Bellavista por la altura de sus subidas empinadas, por donde los vehículos circulaban con cierta dificultad. La vista a la Bahía de Valparaíso era hermosa y las luces de la noche la convertían en un espectáculo sin precedentes ni imitaciones. 

Fue así como llegué ese día con las alas puestas en mi espalda, luego de ascender por Ferrari. Fue así como abrí los brazos y observé a mi alrededor: los fantasmas del presente parecían alinearse para presenciar ese extraño momento. Les dije que me esperaran, porque en cualquier momento, quizá, podríamos vernos las caras sin mayor temor. Fue así como cerré los ojos y me lancé corriendo. Nunca supe lo que pasó.

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