jueves, 23 de junio de 2011

Cómodamente estúpido

Fake plastic trees. La nebulosa de alrededor es tan difusa como las palabras de aquel anciano sentado en la altura del cerro, a la manera de Dios. Lo que le sigue es una extraña figura parecida a la Esfinge -sí, la misma que venció a Edipo y que desató todos los males sobre la ciudad al abrir los mares con un bastón-, que parlotea en un idioma extraño, tal vez en antiguo egipcio. Solo veo jeroglíficos. El anciano cree ser un sabio: habla todo el día de literatura, de música, de la postmodernidad y sueña con encontrarse de casualidad con Berthe Trépat, caminando borracha cerca de algún bar de la subida Ecuador. Seguramente él ya lo ha hecho y, cuentan las malas lenguas, que se lo ha visto varias veces durmiendo cerca de las líneas del metro a la espera que un tren corte el último aliento de su alicaída existencia.

Pero, ¿qué sucedió con sus antiguos amores? Algunos dirían que se echaron al olvido, que se esfumaron: una luz extraña y desaparecieron. Se los tragó el cielo. Algunos dicen que se fueron a vivir a la luna, junto con los mayas... o aztecas, qué se yo. Yo no soy el creador de la historia, sino un mero narrador ficticio; mi consistencia es sola y exclusivamente de lenguaje, soy un ente volátil que vez que lo decodificas. Algunos dirán que soy un artista, yo solo diría, que soy una arista de las miles que tiene la mente humana... y la lengua. El anciano amaneció ese día frente al mar, con su vaso vacío, como siempre. Pues sus borracheras nunca habían sido de alcohol: era el sujeto más abstemio del universo, por muy extraño que pareciera. Solo que una noche, de casualidad, se encontró con Madame Trépat tocando guitarra en la micro y entonces enloqueció.

Era tan bella esta mujer que ya tenía bastantes noches en el cuerpo. Adoraba cada una de las arrugas sapienciales que se marcaban en su piel, en su mirada, en sus ojos tan brillantes que daban cuenta de tiempos antaños. Era preciosa, radiante. Pero ella no tocaba canciones clásicas. De su guitarra salía la melodía de Tomorrow Never Knows, Light my Fire y Comfortably numb. Qué delicia verla tocar las cuerdas y escucharla cantar: el placer más dulce del día. Perfecto, indescriptible, convexo, inconexo, secreto, somnoliento, soliloquio, lumía, mía, mía, Mimí como el gato de la señora Rebeca, golonrimas, altazores y todo lo demás. En definitva, un placer conocerle, nice to meet you.

Ella le sonrió y el anciano hizo que el mundo desapareciera en esa preciso segundo. No había espacio, ni tiempo, ni mundo, ni ruido, ni letras, ni, ni, ni, ni... nada. Solo notas musicales en un pentagrama interminable en el cual se posaban pajaritos, formando melodías. Le extendió la mano. Todo tan nebuloso en ese universo marcado por la atmósfera musical de los fake plastic trees y su melodía de ensueño, al momento en que la estatua de la Esfinge le sonríe. ¿Que no tenía que convertirse en piedra si le sonreía? ¿O acaso el telar de Homero era un regalo para Telémaco? A estas alturas, ya mañana nunca se sabe. El mundo se enciende en el fuego. Se sintió feliz. Cómodamente estúpido.

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