lunes, 20 de junio de 2011

El baile bajo la lluvia

El baile bajo la lluvia, el baile bajo las estrellas. Ellas bajan las escaleras corriendo, con su sonrisa de siempre. Ella sonríe, corriendo, subiendo por las escaleras interminables de los cerros de Valparaíso, hacia la cima, hacia las fronteras infranqueables por el cielo celeste de antaño que se nubla de la tormenta que está próxima a hacer que el verde y el café se hagan aún más profundos. Mirar las luces de los cerros, ver el reflejo en el mar, ver el reflejo en el cielo... la ciudad. Sentado en el andén a la espera de ver pasar el tren que no viene nunca, que la frecuencia es mala, que no llega, que si llega y ya no sé. Cae la lluvia, me nubla la visión, salpica de emociones extrañas que humedecen mi ropa y se me pega el cuerpo: sensibilidad a flor de piel, el viento cala en lo profundo, de mis huesos, de mis sentimientos, de mis sueños, de todo, de mis neuronas incluso. 

Y las olas se salen de su lugar, el cielo se cae junto al vendaval. La máquina se mueve de un lado a otro, el sonido de su canto que recorre los edificios, que rema en contra en el pasaje Melgarejo en el lucha por un vuelo contra la corriente. Alza el vuelo, se pierde en el cielo, no avanza, se detiene, quiere volar, no puede, no puede, mas no se detiene. Como un Juan Salvador Gaviota, pero con los pies en la tierra. Como la nave que divaga en el mar a la interperie, a la deriva del oleaje de cuatro o cinco metros, ya no sé. Locura, locura, locura, locura. La locura lo cura. ¡Cúralo, locura! 

Cruza la ciudad, cruza la calle y las bocinas le atacan en su camino. Salta las barandas y sus pies hacen chispas en los rieles de un tren que avanza, pero que no lo alcanza. Salta la reja, corre al cemento, encuentra el dolor de un golpe en sus rodillas, no se detiene, no se detiene. Tampoco se va a detener. El viento en contra no le detiene en el momento en que ve que se acaba el camino, que vuela en el aire, que se detiene suspendido en ese espacio detenido del tiempo. No hay más pavimento. Solo el rocío del mar que le roza suavemente el rostro. Solo la brutalidad silenciadora de las olas que se alzan hacia el cielo.

1 comentario:

E dijo...

Quiero lluvia!
Antes odiaba el invierno, pero después de este junio, lo necesito.

Creo que podríamos seguir las recomendaciones de Pereira... 1313