El cuchillo le tocaba la piel y Beatriz ya imaginaba lo que podría seguir: ¿cuánto tiempo tardarían en descubrir su cadáver escondido junto al cuerpo del otro muchacho muerto? Cerró los ojos y esperó, sin embargo, como por reflejo, lanzó un codazo contra Andrés. Fue un golpe de apariencia suave, casi por cumplir, como para demostrar que se defendía y que quería seguir con vida. Un golpe sin muchas intenciones de acabar con su enemigo. De pronto, el cuchillo caía al suelo junto con Andrés. Se volteó rápidamente para ver a su enemigo que retrocedía, sin poder equilibrarse, hasta golpearse con la puerta de vidrio que estaba abierta. Cayó al suelo, inconciente, cuando Beatriz aún no lograba reponerse del susto de lo que estaba sucediendo. Pero no perdería más tiempo: ya había arriesgado demasiado quedándose al interior de ese departamento putrefacto. No quería formar parte de la reserva de cadáveres para as fogatas de los pobres, durante invierno. Corrió hacia la puerta y la cerró de golpe, bajó las escaleras hasta llegar a ras del suelo y cuando al fin estuve fuera del edificio, respiró aliviada. Albacete estaba completamente vacío; después de todo, las pesadillas que la habían agobiado durante semanas eran un deja vú.
¿Dónde iba a huir en estos momentos? Su casa estaba un poco lejos como para correr inmediatamente hacia ese lugar y, además, corría el riesgo de que Andrés pudiera estar espiándola desde algún lugar, esperando cualquier descuido para soltar el disparo. Corrió por la Calle del Ángel hasta llegar a la Avenida de España, buscando algún autobús para despistar. Miró hacia el Corte Inglés: ¿hacía cuánto tiempo que no lo visitaba? Tal vez, sería un buen momento para reconciliarse y, de alguna forma, poder con él como un amigo, porque, realmente, se había dado cuenta de que lo necesitaba. Corría el riesgo de que él ya no quisiera verla, pues, hacía unas dos semanas que no le contestaba las llamadas. Agachó la cabeza y respiró profundo: no tenía otra opción en esos momentos.
Ingresó al edificio y fue inevitable recordar todo lo sucedido. La última discusión y “el no te quiero volver a ver nunca más”. Eran tantas las cosas que se habían dicho y que, particularmente, ella había dicho. Se acercó al ascensor y presionó el botón para subir. Tú tienes la culpa, tú eres quien no se ha dado más tiempo para mí, te la pasas todo el día con tus amigos. ¿No te he dado el tiempo suficiente? Mentiras, mentiras, mentiras. Creo que, en verdad, ya no te necesito. Tú no me necesitas y yo tampoco. Se abrió la puerta del ascensor y el sonido de sus tacones lo hizo tambalear ligeramente. Está bien, no debí decirte eso, en realidad… ¿qué? El ascensor se detuvo y se abrió la puerta. Beatriz caminó por el pasillo hacia la puerta que probablemente, iba a permanecer cerrada para ella. Se acercó lentamente y vio que la luz se reflejaba en las baldosas. Golpeó la puerta.
- César, soy yo…
No hubo respuesta. Golpeó nuevamente mientras rogaba que César se acercara a la puerta y le abriera. De lo contrario, tendría que pensar en alguna forma de salir corriendo sin que nadie se percatara de su presencia. No hubo respuesta, tampoco parecía escuchar los suaves susurros de voz con los cuales lo llamaba por su nombre. Golpeó nuevamente y la puerta se abrió ligeramente. Miró a todos lados e ingresó lentamente, cerrando la puerta.
- ¿César?
No lo vio por ninguna parte. Dejó su abrigo sobre la pequeña mesa que había a la entrada y caminó por el pasillo que estaba lleno de polvo. Era cierto que se lo pasaba de fiesta en fiesta y olvidaba el detalle mínimo de ordenar su departamento de vez en cuando. Recorrió toda la casa, convenciéndose así misma de que su acción era psicopática, de una ex que vuelve a la casa a esperarlo. No estaba por ningún lado o se estaba escondiendo de ella. Al parecer, la paranoia de Andrés era contagiosa. Se resignó a que lo único que le quedaba era enfrentarse a la realidad. Regresó a la salida y tomó su abrigo, con tristeza. Vio, en el reflejo del espejo que estaba en la pared, que la puerta en donde César guardaba la ropa de abrigo estaba entreabierta. Abrió la puerta y un líquido rojo inundó el pasillo repleto de polvo, mezclando la suciedad que le llegaba hasta los zapatos. Se le llenaron los ojos de lágrimas: César era uno más de los abrigos, colgado por el cuello en uno de los ganchos que le atravesaba la garganta.
- ¿Cómo llegaste tan rápido, Beatriz?
Beatriz retrocedió asustada y chocó con la pared, palideciendo en la medida que se le aceleraba el corazón.
- ¿Qué has hecho, Andrés?
- ¿Tengo que explicártelo? No lo viste por ti misma, ¿o quieres que te cuente detalle por detalle, paso por paso?
- ¿Por qué? ¿Por qué a César?
Andrés apareció desde la cocina, con los brazos vendados y un parche en la cabeza. Tenía heridas en el rostro, lo que no impedía que sonriera. Se fue acercando a Beatriz, mientras ella retrocedía, avanzando hacia el salón. Lloraba de desesperación mientras chocaba con las cosas que encontraba en el camino. Andrés reía al verla.
- Qué genial eres, Beatriz, que puedes caminar de espaldas.
- Aléjate, Andrés, o te juro que te mato.
- ¿Tú me vas a matar a mí?
Beatriz vio que se acercaba al balcón. Estaba en el cuarto piso, por lo que no sería una buena opción la de saltar. Se aferró al vidrio y le lanzó las sillas que iba encontrando.
- ¿Sabes, Beatriz? Me dolió bastante el golpe contra el vidrio. Pero he soportado golpes peores. No sé si tú puedas soportar golpes como ese.
- ¡Aléjate!
- Nadie te va a escuchar, estás loca. Porque yo no existo. Soy una creación de tu mente.
Ahora era lo único que faltaba: hacerla parecer loca. Beatriz sintió rabia de no poder hacer nada para poder escabullirse, mientras veía que el precipicio estaba cada vez más cerca. Acabaría siendo un cadáver sobre la acera de la Avenida de Hellín, sumergiéndose en el cemento hasta desaparecer. Al verlo a su lado, se acercó hasta el balcón y cerró los ojos, antes de soltar su cuerpo. Pero una mano la detuvo.
- Tú no vas a ningún lado, Beatriz.
Sus pies volvieron a tocar el suelo, mientras la empujaba de regreso al interior del departamento.
- César, ¿todo bien? –la voz de un vecino se acercaba desde el pasillo-. He visto que tienes la puerta abierta y he querido decírtelo, pero…
Dos disparos en el pecho y el hombre cayó al suelo.
- Siempre supe que la única forma que tú pudieses ser mía, Beatriz, era acabando con César. He ahí el motivo de que lo haya hecho. Pero, al parecer, tú tampoco quieres estar conmigo. ¿Qué es lo que quieres que haga? Si al final, para lograr algo, siempre tengo que eliminar a mis enemigos.
Beatriz se puso de pie y lo abofeteó con fuerza. Fueron tantos los golpes que Andrés no pudo hacer nada para evitarlo, perdiendo el arma que tenía en las manos. Andrés retrocedió asustado, hasta llegar al balcón.
- Jamás voy a querer estar con alguien como tú. ¿Lo has oído? ¡Jamás!
Andrés, enfurecido, dio un paso adelante para golpearla por lo que le acababa de decir. Sentía la furia de la vergüenza, de haber hecho el ridículo todo ese tiempo y de haber creído en la extraña ilusión de poseer a esa mujer. Beatriz volvió a sentir el miedo al ver a ese hombre encolerizado que parecía hacerse más fuerte por el odio que sentía en ese momento.
- ¡Vas a morir igual que todo estos!
Sus zapatillas negras resbalaron en las baldosas blancas de la terraza: la sangre de los cadáveres se había pegado a su calzado, llenando de huellas rojas el suelo. Beatriz lo vio alzar los brazos para aferrarse de las puertas, pero el vidrio no era lo suficientemente fuerte como para soportar su peso. Su espalda tocó la baranda de la terraza. Lo último que alcanzó a ver, fue la suela de sus zapatillas, manchadas de rojo, mientras desaparecía en el aire. Cuando Beatriz llegó al balcón, observó un cuerpo que yacía en la avenida de Hellín que estaba desierta bajo las luces de los faroles.
El departamento se llenó de gente que tomaba fotografías: los flashes iban y venían. Beatriz permanecía sentada en el sillón, al lado de un policía que intentaba tranquilizarla. No hablaba. Solo se la vio llorar al ver que recogían el cuerpo de César, para cargarlo sobre una camilla que luego cubrirían con una manta mientras era sacado del edificio, ante la sorpresa de algunos vecinos que comentaban lo extraño que le parecía el silencio de las últimas semanas por parte de ese muchacho. Nadie lo había visto en mucho tiempo, pero nadie había tenido la idea de lo que había sucedido.
- ¿Qué harán con el cadáver del otro?
- ¿Qué otro cadáver? ¿Ha asesinado a una tercera persona?
- Acá no. Deben ver en su piso. Pero él ha caído por el balcón. Su cuerpo está en la avenida de Hellín.
- Debes tranquilizarte, Beatriz, que ya le encontraremos.
- ¡Pero si está ahí! Yo mismo lo vi caer –corrió hacia el balcón y miró hacia la calle, pero el cadáver no estaba en ninguna parte.
Beatriz se llevó las manos a la cabeza, mientras el policía le ponía una mano en el hombro. Salieron del edificio y subieron al vehículo policial. Al fin podía sentirse relativamente segura. Miró a todos lados, buscando encontrar el cadáver que quizá alguien habría arrojado a un basurero al pensar que estaba perturbando el normal tránsito de los peatones, pero no había rastros de nada. El policía encendió el motor y partieron rápidamente, en dirección al Parque Lineal. De pronto, dos disparos quebraron el parabrisas del vehículo: el conductor cayó sobre el volante, sin detenerse, mientras se dirigían contra un farol. El copiloto logró controlar el automóvil.
- ¿Todos están bien?
- ¿Qué ha sucedido?
- ¡Es él! –exclamó Beatriz, ocultándose de las ventanas-. Va a volver, está cerca, va a continuar disparando.
El copiloto no tuvo tiempo a reaccionar, cuando un muchacho se acercó a su ventana y dio cinco disparos. Beatriz salió por una ventana y se escondió tras el vehículo, escapándose de los disparos de Andrés, que provocaron la histeria colectiva de todos los transeúntes que deambulaban tranquilamente, hasta ese entonces. El pavimento se llenaba de balas que caían una y otra vez: al parecer, el joven venía preparado para una guerra y no descansaría hasta ganarla.
- ¿Qué te parece si hago volar el cochecito policial, Beatriz?
Beatriz cruzó la calle y se escondió tras un edificio, al momento en que el vehículo se incendiaba ante la mirada estupefacta de todos. ¿Qué estaba sucediendo en Albacete? Echó a correr en cualquier dirección, siquiera sabía el nombre de la calle ni dónde la llevaría. ¿Acaso sería una calle sin salida? ¿Acaso acabaría cayendo en la trampa? Corría, corría sin rumbo, doblando en cualquier esquina, asegurándose de que se alejaba de la Avenida de Hellín. Se detuvo de pronto: tenía una pistola que le tocaba directamente la frente. Sintió el sudor frío que le corría por el cuerpo. Se oyó un disparo que espantó a una bandada de pájaros que anidaba en un árbol cercano. La sombra de un cuerpo se desvaneció en la pared donde se reflejaba el sol de mediodía: la primavera en la ciudad ya comenzaba a ser calurosa.
Fotografía: Avenida de Hellín, Albacete, España.
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