Podría escribir de los sueños extraños que a menudo me atacan por las noches, de las extrañas alucinaciones que tengo cuando estoy sentado cerca del mar o en los andenes de la estación del metro. Podría decir tantas y tantas cosas que las mismas palabras se me harían pocas y, en más de alguna ocasión, tendría que inventar alguna palabra para poder establecer, infructuosamente, la silueta de aquella idea que tengo en la punta de la lengua. Podría poder, pero muchas veces, todo se queda en condicionales extraños que, como condiciones, se limitan a detener cualquier otro avance. Todo acaba en difusas intenciones de ser algo que no se sabe qué es, que cambia, que muta constantemente como algún virus extraño que puede destruir o construir a la vez. Pero a la vez que acaba, vuelve a comenzar.
Porque eso que acaba nunca está acabado del todo: no hay nada más falso que un punto final.
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