miércoles, 12 de enero de 2011

Estío, tormenta, sismo y descontrol.

Serán interminables días de estío en que el silencio de la tarde se entremezcle con las figuras provenientes del mar, donde la Pincoya y el Caleuche quizá sean capaces de deambular por todo el Oceáno Pacífico y a atacar a Sydney. Quién sabe lo que puede suceder, cuando se den vueltas las olas desde el cielo, observando la quietud del mar. Todo en un increíble e interminable torbellino de apocalipsis mal escrito, mal traducido y muy mal interpretado por una institución que se cae a pedazos con un sismo grado 1, en que se caen los pedazos de adobe con que fueron construidos sus pilares más fundamentales: se desmorona un edificio y ya a nadie le importa.

Será una mezcla extraña de escarcha y temperaturas sobre 45º en un cielo pintado de color verde, en un mar seco y explosivo por el cual puede caminar un transeúnte sin mayores esfuerzos, sumergiéndose en el calor y evaporándose lentamente entre miradas de horror. Allá a lo lejos alcanza a ver el horizonte y lo que hay más allá: sí, ve la línea, ve cuál es esa línea dibujada imaginariamente, ve el mar: solo ve mar, agua, corrientes, tormentas... tormentas de nieve con temperaturas sobre los 50º C. Estío, tormenta, sismo y descontrol.

Abre los ojos en una tormenta celeste... todo se pierde en el valle escondido más allá de las montañas. Nadie sabe lo que realmente hay en ese lugar. Es un lugar entre el espacio y el tiempo, no se sabe si realmente existe. Pero, ¿qué es lo que realmente existe?

  

Fotografía: Un atardecer de invierno, Quilpué

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