miércoles, 26 de enero de 2011

Echarse a volar.

Hace un año, todas mis certezas estaban reducidas a cero y mi vida estaba destinada a la aventura. No sabía nada de lo que iba a pasar, salvo una que otra predicción que luego podría o no acertar en su resultado: lo que sí le acertó todo el mundo, era que la incerteza iba a ser lo mejor de todo, un aprendizaje mirado de cualquier punto de vista. Tan simple como el hecho de aprender a sobrevivir a un vuelo de más de 10 horas sin aburrirse en el intento: crear técnicas para dormir, buscar la mejor posición para quedar cómodo en el asiento clase turista de un avión enorme (2 pisos) que cruzaba el Atlántico en una noche oscura de verano. Algo así como un sueño de una noche de verano que acabaría en un mediodía de invierno. Pero eso no lo sabía en ese momento, solo me lo imaginaba.

 Aeropuerto Arturo Merino Benítez (SCL), Pudahuel, Santiago. 
Recuerdo la llegada al aeropuerto de Santiago, Arturo Merino Benítez, SCL para todo el mundo. Recuerdo esos 33º C que había en ese momento y mi ropa tan veraniega. Recuerda las miradas de todos, ese extraño deseo de partir pronto para no hacer más difícil el momento. Despedirme de mi familia, decirles que no los vería en casi 6 meses y que podían confíar en mí, de que sabría cuidarme por mí mismo: que todo lo que me han enseñado durante la vida lo podría poner en práctica y podrían estar seguros de que estaba listo para eso. Aunque no sé si uno, alguna vez, está listo para vivir la vida; lo que importa es saber arriesgarse y entender que la vida no espera a que estés preparado para ella, sino que te prepara en el camino. Y así fue como les dije adiós, un enorme abrazo y lentamente comencé a hacerme la idea de lo que estaba pasando. Crucé la Policía Internacional y esperé a abordar, con una hora de retraso si mal no recuerdo. Adiós Chile, dije. Me subí al avión, ubiqué mi asiento y miré a través de la ventana. Me dio vértigo pensar en lo que estaba haciendo: no estoy preparado, no estoy seguro, ¡qué mierda estoy haciendo!, me quiero bajar, me quiero devolver. Partió el vuelo y las lágrimas de emoción me llenaron: adiós, pero volveré diferente, prometo que creceré.
 
Nubes en la Cordillera de los Andes.

Ver las nubes en el cielo y "no poder tocarlas" como diría la canción de Inverness. Ver que cruzábamos Chile, ver que salía de mi país para llegar a Argentina y luego despejar hacia Madrid. Ansiedad, nostalgia. Alrededor de una hora de espera para el embarque. Y volamos nuevamente, con otra hora de retraso. Despegamos: adiós Buenos Aires. El cielo es una pista interminable que te lleva a donde quieras: solo abrir las alas y echarse a volar. Hace un año que abrí las alas y pude empezar a cumplir un sueño.

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