Las aguas subirían en cualquier momento, repetía una y otra vez la gente que corría enloquecida por todos lados en dirección al cerro. No entendía nada: era como haberse despertado de un sueño extraño y, estando aún un poco dormido, ver que todo el mundo al que estaba acostumbrado podría desaparecer en cualquier momento. Cuando cruzaron la Plaza Sotomayor, comenzaron a sentirse un poco más tranquilos al ver que el mar aún no presentaba ninguna variación.
Lo llamó varias veces: su amigo era un poco terco y no quería huir, hasta que, finalmente, pillaron un bus juntos y comenzaron la huida. Era como un exilio que no entendía, pero acompañar a un asesino le hacía cómplice de todos sus delitos y, por ende, también debía escapar. Cuando llegaron a lo más alto del cerro, corrieron por el interior de un edificio, tomaron el ascensor pequeño y tenebroso de siempre: era inexplicable esa sensación de temor que le producían los ascensores, quizá, por alguna experiencia de encierro cuando era pequeño. Pero en esa ciudad, al parecer, era normal haberse quedado encerrado alguna vez en un ascensor. Subieron hasta el piso más alto y se asomaron al balcón: el mar comenzaba a descender, dejando libre un enorme bosque verde que jamás había visto antes.
- ¡Mira el mar!
De un momento a otro, el agua llegaba a los pies del edificio, situado en la parte alta de la ciudad. El oleaje era fuerte, salpicando algunas gotas de agua más allá del cerro. No tenía claridad si el agua era capaz de llegar a la ciudad inserta en el valle, pero era muy probable. El agua continuaba aumentando su nivel y debieron cerrar las puertas, correr hacia otra habitación contigua. Se asustó al ver la puerta de vidrio cerrada y el agua que llegaba hasta ese lugar; en cualquier momento, podría romperse la puerta y avanzar hacia ellos.
Caminar hacia otro balcón y observaron la Plaza Sotomayor: algunos edificios humedecidos por el agua y la locomoción colectiva ya volvía a circular con normalidad.
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