Creo que desde el año 2006 que le he estado dando vueltas a uno de los asuntos, quizá, más trascendentes de toda mi carrera profesional: la práctica final. Y, como todo en la vida, esas etapas que veías tan lejanas comienzan a ser alcanzadas: el tiempo avanza tan rápido y apenas te das cuenta de que han sucedido muchas cosas hasta situarte en una de esas posiciones que pensabas que eran tan lejanas e inalcanzables. Era un tema que me tenía inquieto, pero una inquietud stand-by que, en algún momento, iba a transformarse en algo más grande al ver que comienza el momento en que debo dar algunos pasos hacia ello.
La primera charla de práctica final resultó ser menos terrible de lo que pensé, aunque el estrés de los otros alumnos me produjo cierto nerviosismo, ¿será que me estoy tomando muy a la ligera algo que es para considerar con un poco más de cuidado? Hablaron la cantidad de horas y, lentamente, vi que mi horario para el próximo semestre comenzaba a armarse en mi imaginación: visualizaba las claves, las cosas que debía hacer. A la noche siguiente, incluso, soñé con parte de ese futuro, aunque era un poco extraño, pero en fin. Nos pidieron tener lista la decisión lo antes posible y decidí agendar el día en que debía acercarme al establecimiento, ese día era hoy viernes.
Salir del Gimpert en dirección a la Avenida Argentina es algo muy poco frecuente y, durante algún tiempo, este camino se convertía en algo inexplorado y extraño: un lugar totalmente diferente de mi camino dentro de la ciudad. Hace algunos años, caminar desde la estación Barón hasta la mitad de la avenida Argentina era algo completamente normal. Caminé por una de las principales vías de Valparaíso hasta llegar al que fuese mi colegio por 4 años: el Salesiano de Valparaíso. Fue extraño realizar el mismo camino de antaño, pero desde una óptica totalmente diferente: vestimenta, forma de ver el mundo y la cantidad de experiencias que jamás imaginé que llegaría a tener en tan solo 5 años. Y lo vuelvo a repetir: ¡5 años! Que a veces me pesan un poco, pero qué son 5 años de una larga vida por vivir. Avancé por el pasaje hasta ingresar y ver que los años no pasan en vano, tanto así, que me perdí dentro de aquel lugar por el cual caminaba como uno más, sintiéndome parte de una institución que, si bien, nunca quise del todo -por las constantes incongruencias que un adolescente crítico encuentra hasta en lo que no tiene ningún error-, creo que me llevo gratos recuerdos de mi formación.
Fue un mundo diferente: es inevitable volver e intentar recordar a la misma gente de antes, quizás encontrarse con algún amigo, pero no, el mundo siguió y todos están muy lejos. Lo más probable, es que nadie quiera volver por esos lados. La palabra "ex-alumno" pesó bastante y para bien. Los lugares parecían ser los mismos, pero todo estaba diferente y no soy el indicado para juzgar si para bien o para mal. Lo importante es que sentí una buena acogida de aquel lugar al cual, de una u otra forma, sabía que iba a regresar, tal vez por el deseo de recuperar historias que ya no volverán.
En algún instante, quise salir corriendo y retroceder, decir que no, que no era el lugar ni el momento. Que no me siento preparado para concluir mi carrera y, por lo tanto, quedarme 10 años en la carrera para convertirme en un eterno estudiante más. Que he aprendido bastante, pero siento que puedo aprender aún más... que quiero aprender aún más y que no sé nada de la vida, ni del mundo. Que no sé nada, pero que debo ser el que sabe más y que debe enseñar. Sentí que tengo una responsabilidad importante y que, evidentemente, quiero hacer bien. Me di cuenta que esa proyección comienza a tomar forma y que el momento ya no es en el futuro lejano, sino que un presente que toma más y más forma un poco más allá de las colinas de febrero de 2012.
1 comentario:
Da cuco, pero ya es hora de que llegue...
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