Desde el balcón de su departamento, la noche asomaba tras los llanos eternos que desembocaban en algún lugar lejano, cerca del Mediterráneo. Tan solo 2 horas separaban Albacete de la orilla del mar y, pese a la distancia, nunca le fue demasiado difícil cerrar los ojos y dar un paso adelante para ver que el agua le llegaba hasta más arriba de los tobillos. La brisa marina fresca que se perdía en un horizonte celeste y un cielo que, en cualquier momento, se cubría de nubes para dejar caer una gran tormenta.
Las luces de la ciudad se alzaban por la carretera, alrededor de Chichilla de Montearagón. Cada noche caminaba desde su habitación hasta el balcón para observar la ciudad que dormía temprano en invierno y que en verano parecía no tener detención. La Carretera de Valencia solía ser silenciosa cuando los 40º se quedaban más allá del mediodía y las almas huían del calor a esconderse por allá donde los gitanos aparecían de vez en cuando. La ciudad era pequeña, pero las historias eran inmensas.
El amanecer llegaba hasta el balcón cuando las ojeras de una noche sin dormir se marcaban en un rostro sonriente de volver a ver un nuevo día, desde el centro mismo de las llanuras interminables por las cuales habría caminado alguna vez, perdido, el Quijote.
2 comentarios:
La sensación de tiempo detenido con 40° se siente
La sensación de tiempo detenido con 40° se siente
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