lunes, 30 de mayo de 2011

Apuntando

Cuando la taza de café, hirviendo, se rompió, mi mente estaba detenida en el ave que volaba de un lado a otro. De norte a sur y de cordillera a mar, quizá buscando el lugar por el cual se ocultaría el sol esta vez. Nunca se sabe lo que vaya a suceder durante estos días y, en realidad, cualquier cosa sorprendente podía serlo y a la vez no, todo dependiendo del punto de vista. Fue por eso que decidí tomar el punto de vista de un niño pequeño que recién descubre el mundo y que, por lo tanto, todo le parece nuevo y sorprendente. Había nubes dispersas por el cielo en el momento en que vi el cometa que avanzaba, a toda velocidad, por la atmósfera: algunos de los que estaban a mi lado se pusieron de pie, perturbados por el ruido que hizo temblar las ventanas y caer más de alguna estructura. ¿Acaso se vendría un nuevo sismo? ¿Acaso una tormenta? Quizá, eso era lo único que estaba faltando. No me di cuenta que el café estaba avanzando por la mesa y que desde lejos se asomaba el garzón con un paño para evitarlo, sin que yo me diera cuenta de nada. 

Yo seguía pensando en el cielo celeste que a veces me despertaba. Seguía pensando en la lluvia que probablemente vendría. Estaba preparado para todo. Introduje la mano en mi mochila y vi que todo estaba en orden, solo faltaba el momento preciso. Miré mi celular: las 15.30. Entonces levanté la mirada y me percaté de que la taza de café estaba rota: yo no la había quebrado, pues estaba en el mismo lugar. Miré a todos lados y recién entonces entendí lo que estaba sucediendo. Corrí hacia el mini bar, pagué la cuenta -ante la mirada más que sorprendida de la cajera- y apunté con el revólver. ¿Dónde estabas? No te podía ver. Otro disparo que me rozó el brazo, que me rompió la ropa. 

Aferrado a la pared, con el arma en la mano, apuntaba a todos lados a la espera de ver la sombra y disparar de una vez por todas.