Cuando Beatriz soltó el cuchillo, tenía las manos y la ropa manchada se sangre. Se quedó en el suelo, agitada, sin poder hacer nada más que angustiarse ante lo que acababa de suceder: ante lo que ella misma acababa de hacer. Lo había hecho en defensa personal, sí, eso era, él la había querido atacar y ella se había defendido, no hay ningún crimen en intentar defenderse de una persona loca que intenta atacarte. ¿No es así? Andrés estaba en el suelo, inconciente, con heridas en todo el cuerpo y su ropa manchada. Estaba en un gran lío: huir en ese preciso instante, pero entonces pensarían que ella habría sido la asesina; llamar a la policía y decir lo sucedido, pero arriesgarse a ir a la cárcel ante lo inverosímil que resultaría la historia. Despertar a Andrés a golpes, cortar su cuerpo en pedacitos pequeños –estando él aún vivo- hacerlo desaparecer en algún basurero y decir que jamás había conocido a alguien con ese nombre, a lo más, que se trataba de un compañero de clase con quien no conversaba mucho por encontrarlo un poquito extraño.
Dejó el cuchillo en el suelo y fue directo hasta la cocina para lavarse las manos. Vio su ropa manchada: al menos traía una chaqueta con la cual cubrirse para que nadie sospechara de lo que había sucedido. Lo que más le causaba temor era el hecho de que nadie iba a creerle, después de todo, no sería la primera vez que tenía un conflicto un tanto violento con un hombre. Se sentó sobre las baldosas de la cocina –que estaban bastante sucias, al parecer, no las habría limpiado en unas cuantas semanas- y se echó a llorar de desesperación. Se acercó a una ventana y vio a un vecino que colgaba ropa, sin prestarle mayor atención. Era mejor que nadie se diese cuenta de que ella había estado ahí, así sería mucho más fácil desaparecer. Sintió pasos que la hicieron levantarse asustada y pegarse a la pared, mirando a todos lados: Andrés podría aparecer desde cualquier punto. Por el pasillo, vio una sombra que se acercaba, una mano que se apoyaba en la pared en la medida que un cuerpo extraño, sin rostro, iba apareciendo. Sintió temor.
- Tranquila, Beatriz. Yo ya estoy muerto.
- ¿Quién eres?
La silueta difusa avanzó hasta la cocina y cerró, de golpe, la ventana. Beatriz permanecía en su lugar, aferrada a la pared, buscando algún objeto con qué defenderse: a la vista, solo habían unos cuantos platos sucios que podría lanzar, tal vez, infructuosamente contra su enemigo. Pero este no parecía ser enemigo, ni mucho menos, parecía poder hacerle algo. Era difícil determinar qué era. Vio que su mano le indicaba que lo siguiera, pero ella no se movió de su lugar. Sentía el sudor frío que le recorría el cuerpo y el latido del corazón que le agitaba el pecho. La silueta desapareció y, entonces, pudo reincorporarse.
- ¡Quién eres, joder!
Se acercó al pasillo y vio huellas marcadas sobre las baldosas. Se armó de valor y siguió el camino, cruzando el salón sobre el cual yacía Andrés. Las cortinas que daban a la terraza estaban abiertas y pudo ver que los ventanales estaban entreabiertos. Era la primera vez que se percataba de que existía ese lugar que había pasado desapercibido en un primer momento. Pasó al lado de Andrés, casi corriendo, y llegó hasta ese lugar que le llamaba la atención de manera extraña. Corrió el ventanal e ingresó a ese lugar: el olor era muy fuerte. Había algo que se estaba pudriendo en su interior. Observó que la puerta de la despensa estaba abierta: unas cuantas botellas de alcohol estaban derramadas y el líquido goteaba hasta el suelo. Desde lejos observaba todas las reservas de alcohol que guardaban.
- Este hombre es un borracho –pensó.
El viento comenzaba a soplar con fuerza sobre Albacete y los ventanales temblaban. Nubes negras avanzaban hacia la ciudad y, nuevamente, comenzaría una tormenta. Beatriz se acercó hasta la despensa y corrió lentamente la puerta hasta que, de pronto, sintió que algo pesado le impedía seguir avanzando. Introdujo la mano para correrlo y retrocedió asustada. No fue necesario continuar abriendo la puerta para que el cuerpo casi desnudo de un muchacho cayera de bruces sobre las baldosas. Beatriz dio un grito, horrorizada ante este nuevo hallazgo.
Andrés comenzó a reaccionar. Le dolía la cabeza y el cuerpo, luego de un golpe que no lograba recordar bien. Apoyó las manos en el suelo y se clavó los vidrios de la mesa que, solo entonces, se percató de que había roto al momento de caer. Vio que sus calcetines estaban enrojecidos y entonces se percató de las heridas que tenía en el cuerpo. ¿Dónde estaba Beatriz? Todo le daba vueltas en la cabeza. Levantó la mirada y la vio tras la ventana.
- ¿Qué estás haciendo ahí, Beatriz?
Beatriz, al oírlo, retrocedió asustada, dejando el cadáver en el suelo y saltando hacia el salón con rapidez. Observó a Andrés, mientras buscaba el cuchillo con la mirada. El muchacho logró ponerse de pie y se quitó los vidrios que se le habían pegado a la piel, dando muestras de dolor al sentir las nuevas heridas que se le iban formando.
- ¿Por qué me miras así, Beatriz? Al menos dame una explicación de todo esto.
- Estás loco, hombre. ¡Estás loco! ¿No te das cuenta de lo que has hecho? ¿Qué significa eso? –apuntó al cadáver arrojado sobre las baldosas-. No me importa, en realidad. Solo me iré de aquí.
- Cuando puedas salir, claro.
Andrés se levantó y fue en dirección a la terraza. El cadáver estaba de boca al suelo: eran evidentes las marcas de cuchillos en su espalda. Lo volteó para ver su rostro: era Camil. Sonrió al verlo nuevamente, ya que hacía tiempo que no sabía nada de él: había sido tan extraña su desaparición que, reencontrarlo como cadáver le daba una sensación de alegría de saber en qué había acabado. Tenía el rostro marcado por golpes, los labios rotos y los ojos morados.
- ¡Lo encontraste! Yo pensé que ya nunca más iba a saber algo de él.
- Eres un asesino, Andrés.
El aludido echó a reír. Examinó el cuerpo que yacía en el suelo y comprobó lo que era evidente: estaba muerto. Introdujo los dedos en algunas heridas para comprobar que fueran certeras, ya no había sangre. Su piel estaba seca.
- No sé qué habrá sido de ti, amigo Camil. ¿Por qué te fuiste, así de la nada? ¿No sabías defenderte de la vida? Eras como un hermano para mí, tal vez, por lo mismo, nunca supe entenderte. Te parecías tanto a Jaime que era como si fueras él, reclamándome por todas las cosas que hacía.
- ¿Qué estás diciendo?
- Déjame hablar con Camil, ¿no te das cuenta que no lo veía hace mucho? Al menos, tengo que despedirme de él. Espérame un poco que ya seguiré contigo.
Las palabras de Andrés le helaban la sangre. Tomó su teléfono móvil, guardado en su bolso, y apretó números sin saber qué hacía. Andrés se puso de pie y arrojó el teléfono por la ventana.
- No vas a llamar a nadie, ¿entiendes?
Beatriz retrocedió asustada. Andrés continuaba observando el cadáver con interés, sintiéndose feliz de aquel hallazgo. ¿Habría sido él quien lo había asesinado? ¿Quién sería su próxima víctima? Observó al muchacho muerto sobre las baldosas: le parecía haberlo visto alguna vez, a la pasada, mientras se dirigía a la universidad. Lamentable final para él. Andrés tomó el cuchillo que estaba en el suelo.
- ¿Cómo puedo asegurarme de que no vayas a ir por ahí diciendo lo que has visto, Beatriz? ¿Cómo me voy a asegurar de que esto no se sepa?
Tomó a Beatriz y, acercándole el cuchillo hasta el cuello, la mantuvo prisionera. El olor a muerte que había en el departamento ya había pasado a ser invisible.
- ¿Tú ya sabías la verdad, no es cierto?
- ¿Qué verdad?
- De esto. Por eso también habías visto a Jaime.
- ¿Qué estás diciendo?
Beatriz sintió el cuchillo que se le acercaba la piel. Era inminente que el filo se clavara en su piel para luego convertirse en otro cadáver más que, seguramente, acabaría guardado en la despensa junto al otro muchacho, como una reliquia, a la espera de que algún visitante los encontrara de improviso, para convertirse en uno más, en la eterna cadena de silencio.
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