jueves, 17 de febrero de 2011

Una noche en que no me dejaste dormir.

Y todo sucedió tan de golpe que casi no pude entenderlo: eran casi las 6 de la mañana y yo permanecía despierto a tu lado, oyendo ese extraño sonido que ningún otro ser viviente es capaz de emitir. Por más que te decía que ya no más, tú insistías en volver a mi lado una y otra vez, acercarte a mi piel y hacerme despertar de sobresalto. ¿Por qué te escondías cuando te buscaba para acariciarte? ¿Por qué hacías como que no estabas y que todo era parte de una más de esas estúpidas ilusiones que se me ocurren cuando duermo? Pero no estabas ahí y por más que encendía la luz y te esperaba, no hacías otra cosa que ocultarte. Nunca entendí esa timidez de tu parte de no mostrarte, si ya ambos sabíamos que habías mordido mi piel en varias ocasiones y que, seguramente, te habría gustado tanto que volvías una y otra vez mientras intentaba dormir.

Apagué la luz un sinfín de veces y, cada 30 minutos, volvía a sentirte cerca. Extendí mis manos hacia todos lados para ver si lograba coincidir contigo, tocarte y saber que estabas ahí. Porque, aunque no lo creas, yo también quería saber cómo era tu piel, acariciarte y apretarte de la manera más brutal. Pensaba en tratarte con violencia, quizá eso te agradaría. Pensé en que lo tuyo sería los golpes y entonces me preparé. Encendí la luz de mi velador y esperé por tu llegada, pero no aparecías. De vez en cuando creía oír tu voz que se asomaba en las paredes y, por lo tanto, te busqué en cada rincón de mi habitación para descubrir cuál era tu escondite y, de paso, cuál había sido tu vía de ingreso a mi dormitorio. Cuando te tuviese en mis manos, te haría algo que no olvidarías jamás y que, probablemente, sería tan violento que no querrías contárselo a nadie. A esas alturas de la noche y después de todo lo que ya habías obtenido de mí, me importaba poco si esto te iba a causar placer.

Me acerqué cuidadosamente hasta la blanca pared y entonces te vi, cerca de una imagen. Ahí estabas, insecto del demonio, observándome y atento a mis movimientos, esperando que volviese a la cama para volver a picarme en el brazo, en la frente o en cualquier parte del cuerpo que quedase descubierta. Tomé mi calzado y lo planté en la pared, pero huiste. Abrí el mentolatum, pero no fue suficiente para amedrentarte. Me cubrí por completo y fue así como sentí tus zumbidos que se acercaban a mí, pero infructuosamente, sin poder atacarme.

Una vez más, zancudo inepto, me has comprobado que eres la más estúpida de todas las criaturas de este planeta. ¿Cómo tanta estupidez en tu configuración, que no seas capaz de atacar sin que tu víctima se dé cuenta? Espero que esta noche no sea lo mismo: software repelente de mosquitos, mentolatum, insecticida, incienso, sesiones de espiritismo y agua bendita... ¿serán suficientes para volver a dormir en paz?

2 comentarios:

E dijo...

Exceleeeeeeeeente xD
Me acordé de los zapatos Gaga versus los zancudos.

Nobody dijo...

jajajajajajajajajaja ¡¡¡qué bobo!!! jajajaja