Así como un fantasma que aparece entre el silencio y se esconde en la bruma, han quedado marcadas unas huellas descalzas en el cemento aún fresco. Por allí donde caminaba la muerte, por allí donde caminaba la novia vestida de negro cantando el himno de Darth Vadder. Sí, con luces de neón, luchando contra los árboles que quería cortar y desmayándose en el intento fallido. La novia dejó sus huellas descalzas en el cemento, porque ha perdido el zapato: una Cenicienta de la noche nubosa.
Y se oyen los relámpagos a lo lejos. La novia corre con su vestido negro, sucio de un color extraño que no se distingue en la oscuridad, pero ríe. Ríe con tal fuerza que huyen los cuervos asustados. Ríe de ese vestido sucio de tierra, sucio de barro. Ríe, porque sabe que ese vestido lleva manchas de sangre. Corre con el cuchillo que aún sigue goteando la sangre que va quedando en el camino y, escondido entre la hierba, el cadáver del cura que oficiaba un fallido rito: porque el cura, también, era el novio.
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