jueves, 24 de febrero de 2011

Bona Nit (3era parte)


La Plaça de Catalunya era lo único que podía divisarse entre la naturaleza salvaje, en su estado más puro y natural. Las estrellas en el cielo estaban colgados por hilos que tambaleaban la más mínimo ruido desde el centro de la tierra. Permanecía inmóvil en su lugar, con los pies en el suelo y la mirada hacia lo alto en busca de flashes de tiempos paralelos que explicaran lo inconciso de los acontecimientos. Inhaló el aire frío y exhaló con fuerza, produciendo movimiento en las estrellas que colgaban sobre las nubes. El ruido fue estridente cuando un astro comenzó a caer en dirección hacia aquel observar en medio de la plaza iluminada en plena noche. Esbozó una enorme sonrisa en su rostro al momento en que se desabotonaba de golpe la camisa para percibir el aire frío que comenzaba a desordenar el cabello. Empezó a reír.
- ¡Bona nit!
Las nubes descendieron desde lo alto, transformándose en una densa capa de niebla que cubría los alrededores, incluso su propio cuerpo. Recordó el jugo de arándanos en la terraza, mirando lo alto de las montañas nevadas y deseando ser cubierto de hielo. La niebla le impedía levantarse, como si se tratara de manos que lo presionaran contra el suelo. La tierra se movía y sentía el calor que le quemaba la espalda, transmitiendo energía que recorría el metal de su cadena. Empuñó la mano y levantó su brazo hacia el cielo, pero la niebla lo empujó nuevamente hacia el suelo con un golpe que lo hizo hundir algunos centímetros en la tierra.
El líquido verde abundaba a su alrededor y el extraño olor le producía náuseas: una mezcla de menta, desechos varios y goma quemada que se le iba pegando a la piel. Estaba hundido alrededor de 20 centímetros, lo suficiente para que el líquido cubriese una mayor parte de su cuerpo. Echó a reír mientras sentía el calor que le atravesaba la piel, haciéndolo retorcer de vez en cuando a causa de la reacción química a la que estaba expuesto. De pronto, todo se detuvo y sintió miedo: el líquido verde se secó de golpe y se convirtió en una superficie lisa que reflejaba lo que estaba ocurriendo en el cielo. Respiraba agitado y su pecho subía y bajaba, cada vez con mayor dificultad por el cemento verde que mantenía su piel fija contra le suelo. Parte de sus pies permanecían en la superficie, pero ya sería imposible algún mayor movimiento.
Un astro enorme avanzaba hacia la tierra, rompiendo las barreras fabricadas en el cielo para proteger la superficie terrestre de posibles impactos. Las nubes comenzaban a arder y el ruido de un avión que estaba próximo a aterrizar hizo temblar la tierra. El avión aterrizó unos pocos metros fuera de la plaza y avanzó por la superficie verde, lanzando fuego bajo sus ruedas y quemando todo el camino a su paso. Al detenerse, justo en el centro de la plaza, emitió una extraña sirena y luego desapareció en el aire, dejando todos los alrededores en llamas. Vio que su cuerpo era combustible para el fuego que salía desde su boca y de su propia mirada.
Marcelo estaba recostado en el suelo y sentía la vibración de las ruedas al avanzar por los rieles. Abrió los ojos y vio luces encendidas en el pasillo mientras el color café lo escudriñaban por completo. Sus blancas manos le recorrieron el rostro: sus uñas de color violeta lo encandilaron mientras ella se acercaba a sus oídos y movía sus labios lentamente. El tren continuaba en movimiento y no se detenía en ninguna estación que, por lo demás, estaban completamente vacías y manchadas del verde que goteaba hacia los andenes, dificultando el recorrido en algunos tramos. Lo besó en los labios, sentándose sobre su cintura mientras le acariciaba el cabello. La miró a los ojos: era una mujer hermosa y que aún no lograba recordar dónde la había visto por primera vez. Le pasó un dedo en los labios en señal de silencio: sus ojos cambiaron a verde cuando parpadearon las luces y se detuvo el tren en medio del túnel. Sus manos agarraron la cadena de Marcelo, aumentando la corriente que circulaba por el metal. Los labios nuevamente se acercaron hasta sus oídos.
- Bona nit.
Marcelo cerró los ojos al ver la uña violeta que se le clavaba en el ombligo con tanta fuerza que pudo ir abriendo su piel hasta atravesarla por completo. No estando satisfecha con esto, introdujo su mano para luego regresarla llena de una sustancia amarilla; sus uñas estaban de un rojo oscuro que nunca antes había visto. El tren era de color verde y la mirada de la mujer era blanca, rojiza, amarilla y verde en un interminable tornasol que lo dejaba ciego e indefenso a la constante actividad de destrozarle la piel con los dedos. Sintió sus pies descalzos y pudo divisar a alguien que caminaba con las que habían sido sus propias zapatillas y una camisa como la suya, pero un tanto rota. Podía ver a través de los ojos de la mujer al momento en que comprobó que ese muchacho llevaba los implementos que le habían sido quitados a él mismo. La sonrisa de la mujer tiró de sus labios y luego de su lengua, con los dientes, como queriendo arrancársela. Marcelo cerró los ojos mientras todo alrededor se desvanecía al igual que su piel. 

 
            El reloj de un edificio cercano marcó la medianoche en la Plaça de Catalunya. El pasto verde estaba vacío y cubierto de agua: la lluvia reciente no había pasado desapercibida y las calles estaban desiertas. En medio del camino, una cadena extendida ardía en llamas de color verde que despertaba el interés de algún fotógrafo que tampoco podía evitar los encantos de aquella muchacha de ojos pardos que luego lo tomaría de la mano para  descender a alguna estación de metro cercana. 
 
Fotografía: Plaça de Catalunya, Barcelona. 

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