viernes, 27 de enero de 2012

Albacete

Las horas de viaje desde Madrid lo mantenían en vela, cabizbajo, con los ojos a punto de cerrarse en un profundo sueño. El ingreso a una ciudad en medio del llano fue la alerta de que era poco lo que quedaba para acabar el viaje: el destino acababa en la estación de buses sombría y silenciosa por el invierno de -2º. La Calle de la Estación estaba ajena al mundo y los edificios se alzaban hasta las nubes que los sobrepasaban con creces. era el intento de crecer y llegar más lejos. Las ruedas de su maleta desaparecían en las baldosas que, en cualquier momento, se cubrirían de escarcha. La oscuridad de la noche le traía un vago recuerdo del pasado de una ciudad distante, en el otro extremo del mundo, y la sensación de la nieve parecía caer sobre sus mejillas frías.

Las calles pequeñas de un pueblo en crecimiento le dieron la bienvenida a un nuevo mundo, lejano, pero cercano al mismo tiempo. Mundo nuevo, pero conocido a la vez: una bienvenida, pero un reencuentro. Sonrió al ver a la gente avanzando por las aceras; sabía que pronto conocería esas historias que llevaba cada uno en la mirada, que daría tantas vueltas como fuese posible y que su cámara se agotaría de tanto retratar los rincones secretos. Sabía que llegaría el verano y que adoraría el calor, sabía que vería la nieve, que habría frío y primavera, sabía que el mundo enloquecería de pronto para hacerle huir de la realidad. Sabía que se mezclaría todo con la ficción. El bus se detuvo en la parada y su maleta descendió nuevamente a la acera: las luces de la noche congelada le invitaban a dormir.

Pronto comenzaría una historia paralela. Albacete pasaría del invierno al verano en un segundo y, sin saberlo, las historias emergerían desde los sitios más impredecibles.

1 comentario:

E dijo...

La sensación de conocer un mundo nuevo pero conocido es indescriptible