Cuando me senté a esperarte, ya barajaba en mi mente las distintas opciones del caso: podrías salir de pronto, sonriendo, a saludarme con un abrazo cariñoso como esos que siempre nos damos. También podía suceder de que siquiera te acordaras de mí, que pasaras a mi lado como si fuese un transeúnte más. O, quizás, correrías hacia mí para darme un beso apasionado como el de una película hollywoodense. ¿Quién sabe realmente lo que puede suceder? Son tantas las ideas que pasan por mi cabeza en el momento en que espero verte salir por esa puerta, con el aura iluminada y tu sonrisa, tu voz tan suave y esas ocurrencias extrañas que se te vienen a cada momento, dejándome sin palabras y haciéndome sonreír a cada rato.
Se me venían a la mente todos esos paseos por las calles de la ciudad. Nos lanzábamos sobre el cesped, bajo las palmeras, a mirar el cielo y pensar la longitud de los cables del tendido eléctrico, que tantas veces te dije que debiese ser subterráneo. Mientras yo pensaba en las nubes, tú mirabas la luna que comenzaba a aparecer. Mientras yo oía el canto de los pájaros, tú oías los latidos de mi corazón. Mientras yo miraba tus ojos, tú también mirabas los míos. Mientras el sol se hundía en el Pacífico, teníamos nuestras manos tomadas al mirar el espectáculo de luces y colores que se desplegaba frente a nosotros, de manera gratuita. Caminábamos por las calles nocturnas, sin dejar de hablar, sonriendo, queriendo que las horas no acabasen para poder estar el uno al lado del otro.
Cuando me senté a esperarte, despertó en mí el temor de hablarte de eso que tantas veces te he querido hablar y que aún no he sabido cómo decirte.
Se me venían a la mente todos esos paseos por las calles de la ciudad. Nos lanzábamos sobre el cesped, bajo las palmeras, a mirar el cielo y pensar la longitud de los cables del tendido eléctrico, que tantas veces te dije que debiese ser subterráneo. Mientras yo pensaba en las nubes, tú mirabas la luna que comenzaba a aparecer. Mientras yo oía el canto de los pájaros, tú oías los latidos de mi corazón. Mientras yo miraba tus ojos, tú también mirabas los míos. Mientras el sol se hundía en el Pacífico, teníamos nuestras manos tomadas al mirar el espectáculo de luces y colores que se desplegaba frente a nosotros, de manera gratuita. Caminábamos por las calles nocturnas, sin dejar de hablar, sonriendo, queriendo que las horas no acabasen para poder estar el uno al lado del otro.
Cuando me senté a esperarte, despertó en mí el temor de hablarte de eso que tantas veces te he querido hablar y que aún no he sabido cómo decirte.
Fotografía: Vista del plan de Valparaíso desde el Cerro Polanco (26 de septiembre de 2009)
3 comentarios:
me da la impresion q te salio del alma xD
ta bn xd
xau
ahhhh.....
que terrible ese miedo, yo lo viví mucho tiempo, y peor que el miedo fue, después de vencerlo, darme cuenta de que nunca debí hacerlo y de que en realidad el miedo era una advertencia :´(
hay algo?? cuenta cuenta!
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