viernes, 27 de agosto de 2010

Cuando desapareció la ciudad.

Le decían una y otra vez su nombre, pero no sabía si realmente estaba escuchando. Había viajado casi 40 minutos en la misma micro y el trayecto aún no acababa: el tráfico estaba más denso que nunca y, al parecer, le esperarían unas 3 horas más sentado en el mismo asiento. ¿Por qué no levantarse y llegar caminando si, después de todo, iba a llegar más rápido? Miró el reloj y se dio cuenta de que 6 minutos se le habían pasado en un abrir y cerrar de ojos. "Las fotocopias" pensó, seguramente llegaría tarde y el local ya estaría cerrado. ¿Sería una buena opción recomendarle al chofer de que se apurase un poco, de que activara el sistema de vuelo del vehículo, que chocara o todo el mundo... o cualquier otra cosa? Lo único bueno del asunto, era de que ventana daba al mar.

Y desde allí contemplaba la voracidad de las olas que a veces llegaban hasta las barandas. La gente iba y venía, todos sonreían. Era un espectáculo extraño, pero parecía agradable. Se bajó de la micro; ya le importaba poco llegar a su destino. El tráfico parecía haber desaparecido -realmente, solo había sido un invento de su mente para bajarse- mientras sus pasos caminaban hacia el mar. Hacía tanto tiempo que esperaba un momento como ese, así, simplemente, quedarse mirando el horizonte. Era como si fuese la primera vez, como si las sirenas ocultas en el mar lo llamasen con su canto infrasónico.

No se dio ni cuenta cuando desapareció la ciudad, cuando desaparecieron las nubes, cuando el oxígeno se hizo líquido. Algunas de sus huellas quedaron en la arena, junto a sus zapatillas.

Fotografía: Mirando el mar desde la Avenida España, Viña del Mar.

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