El tren se detuvo en la estación y las puertas se abrieron: vi gente que entraba y otras que salían. Para algunos, ese era el final de su destino y para otros, simplemente, el comienzo. Yo era un pasajero más dentro de todo ese tumulto de viajeros con las miradas perdidas tras la ventana. El paisaje de la ciudad era algo inspirador, casi como el mejor dibujo extraído de las pinturas de la mente. Probablemente, algo así como un sueño que se cumplía a gotas, a gotas que caían sobre una enorme laguna que se iba formando a mis pies. Las gotas que corrían por mi piel fría, que se pegaba al vidrio, dejándolo humedecido. La pareja de viajeros que iba frente a mí me miraban sin entenderme: hablaban en inglés, pero no sabían que yo también entendía su conversación secreta.
Y fue en ese preciso instante en que me detuve, mirando mis zapatillas gastadas por todo el camino. La suela estaba llena de tierra y hojas; me recordaba la juguetona caminata por las praderas, huyendo de los guardias que nos querían recordar a la fuerza que no estaba permitido caminar por el cesped. Daba igual. Nosotros éramos niños recorriendo un mundo nuevo. El tren seguía en la estación y las baldosas trazaban un camino de huellas que se perdía más allá de un enorme macetero trizado, a punto de colapsar. Las avenidas no eran las mismas que en el pasado, ahora parecían tener más vida. Parecían tener más historias. Algunas de esas historias las dejé plasmadas cerca de las líneas del tren, en esa juventud prematura, antes de volver a nacer. No recuerdo cuál era mi nombre, pero eso ya ni importa. Cerré los ojos frente al vidrio and we don't care about the young folks, talking about the young style.
Fue en ese momento que me di cuenta que los kilómetros que había viajado significaban más que un número de 5 cifras. En ese momento comencé a entenderlo todo, casi todo.
Fotografía: Estación de tren, camino de Sintra a Lisboa.
Y fue en ese preciso instante en que me detuve, mirando mis zapatillas gastadas por todo el camino. La suela estaba llena de tierra y hojas; me recordaba la juguetona caminata por las praderas, huyendo de los guardias que nos querían recordar a la fuerza que no estaba permitido caminar por el cesped. Daba igual. Nosotros éramos niños recorriendo un mundo nuevo. El tren seguía en la estación y las baldosas trazaban un camino de huellas que se perdía más allá de un enorme macetero trizado, a punto de colapsar. Las avenidas no eran las mismas que en el pasado, ahora parecían tener más vida. Parecían tener más historias. Algunas de esas historias las dejé plasmadas cerca de las líneas del tren, en esa juventud prematura, antes de volver a nacer. No recuerdo cuál era mi nombre, pero eso ya ni importa. Cerré los ojos frente al vidrio and we don't care about the young folks, talking about the young style.
Fue en ese momento que me di cuenta que los kilómetros que había viajado significaban más que un número de 5 cifras. En ese momento comencé a entenderlo todo, casi todo.
Fotografía: Estación de tren, camino de Sintra a Lisboa.
3 comentarios:
Y qué sería ese "todo", querido Cristian?
Muchas, muchas, demasiadas cosas que uno comienza a darse cuenta, recién, con el paso del tiempo. Y entonces lo agradeces :)
siempre felicitando por el gran escritor que eres y siempre suspirando y recordando con cada palabra que leo de tí!
Publicar un comentario