sábado, 11 de diciembre de 2010

Un día en Santiago

Hacía algún tiempo, la idea de ir a Santiago me causaba mucho temor: ahogarse con el smog de la urbe más poblada de Chile, pelear contra 3 millones de habitantes que luchan por subirse al metro y que viajan apretados y morir de calor con los más de 30º que suelen haber, me parecía una idea un tanto aventurera. No digo que esa percepción haya cambiado mucho, pero he de confesar que admiro la inversión tecnológica que se está gestando en la capital aunque, siendo fiel a mi carácter de 'provinciano', me gustaría mucho ver ese tipo de inversión en otras partes del país. Excesivo centralismo que por mucho tiempo me hizo rechazar esa ciudad tanto por su estilo de vida y por la falta mar (con la consiguiente falta de oxígeno).

Pero en el último tiempo, lentamente mi percepción ha comenzado a cambiar y no solo por el hecho de que me he dado el tiempo de recorrer las comunas más acomodadas de la capital, sino por el hecho de que he encontrado muchos lugares que me parecen interesantes. Ayer caminábamos por Providencia y por algunos sectores de Santiago Centro, donde nuevamente admiré la belleza que adquiere la ciudad con el cableado subterráneo y que me hace insistir en la necesidad de que hicieran lo mismo en Valparaíso por la peligrosidad que implica tener 20.000 cables flotando al aire libre que fácilmente caerán con el viento o con un próximo terremoto (en Chile, terremoto puede considerarse un sismo sobre 6 grados, si es de menor intensidad, es simplemente un sismo que casi ni se percibe). No hacía tanto calor y la temperatura era como de unos 25º, lo cual es bastante agradable para caminar durante casi todo el día.

He de confesar que dimos no sé cuántas vueltas en círculo, pero que, finalmente, llegamos a algún lugar que me pareció muy interesante y poco conocido. Se trata de la ribera del Mapocho, en el sector donde se está construyendo el que aspira a ser el rascacielos más alto de la Latinoamérica: la Torre Costanera Center. Actualmente, a pocas cuadras se encuentra la Torre Titanium, el rascacielos más alto de Chile hasta ahora. Es una zona muy moderna y tecnológica que contrasta con otros sectores de la metrópolis, como en muchas otras grandes ciudades. Cruzamos el puente del río Mapocho y llegamos a un sector marcado por las áreas verdes, lleno de árboles y con un aire muy agradable, de ese que se extraña en Santiago a mitad del año cuando el smog es la niebla que cubre hasta los edificios. 

Torre Titanium, vista desde el Mapocho.

Unas cuadras más hacia el poniente, estaba el Parque de las Esculturas, un parque inaugurado en el año 1982 luego de las inundaciones que afectaron a ese sector tras el desborde del Mapocho, producido por una fuerte temporal que causó estragos en la ciudad. Una gran iniciativa la de aprovechar ese espacio para la cultura y para fomentar el cuidado del medio ambiente, en una ciudad que parece olvidar la naturaleza entre tanta invasión de concreto. Nunca había paseado tanto por Santiago y, por tanto, no había tenido la oportunidad de darme cuenta de la gran cantidad de parques que posee, al menos en el sector oriente. Continuamos caminando y luego encontramos el Parque de la Aviación, cerca del edificio de la Telefónica (con la peculiaridad de tener la forma de un celular antiguo). Una enorme pileta inserta en una plaza muy verde, en que el viento salpicaba de agua al caminar, acción que agradecí bastante debido a que me estaba dando calor.

 Parque de las Esculturas.

Parque de la Aviación. 
 

Y, finalmente, encontramos una estación de metro en el lugar donde pensamos que nunca encontraríamos una. O bien, nunca supimos a ciencia cierta donde estábamos ya que nunca llevo un mapa cuando voy a Santiago: simplemente, voy al lugar al cual tengo que ir y listo. Nuevamente, envidié la rapidez con que pasaban los trenes (cada 1 minuto como máximo, incluso menos a veces). Regresamos a estación Universidad de Santiago, para tomar el bus de regreso, donde dormí casi todo el trayecto producto de lo cansado que ya me sentía.

En definitiva, he redescubierto la ciudad que por mucho tiempo me causaba tanto temor, sobre todo por el ritmo acelerado de vida y por la monstruosidad que me significa una ciudad tan enorme. Luego me pondría a pensar que el Gran Valparaíso tampoco es tan apacible como uno piensa, su conurbación ya es cercana a los 2 millones de habitantes y, muy probablemente, aspire a convertirse en una metrópolis tan grande como Santiago de aquí a unos 100 años (espero que no antes). Lo que me parece importante de tener en cuenta es que el crecimiento de una ciudad no debe ser al azar, sino que debe mantener cierta armonía con la naturaleza y, por lo tanto, incluir la creación de áreas verdes y parques en el cual uno pueda lanzarse sobre el pasto a mirar el cielo. Eso le hace tanta falta a Quilpué, que solo es un dormitorio y un polo potencialmente económico en el Belloto, pero le hace falta naturaleza y algún lugar atractivo.

2 comentarios:

E dijo...

Todavía me duelen los pies de tanto caminar en círculo jaja

Interesantes los datos... creo que una buena opción de trabajo para ti sería de bloggero de emol.

Fue un paseo bastante descontaminado entre esos parques... para que veas que Chile es lindo xD

pecas dijo...

y yo????
:(
ninguna mención honrosa para la que te orientó con la cordillera, la alameda, la torre entel, etc...