martes, 30 de octubre de 2012

9

Abro los ojos y los cierro, contando los segundos que pasan en el intervalo. Si retrocedo, pierdo el sentido; si me adelanto, no sé dónde voy. No sé qué es lo que sucede, no sé por qué he empezado a oír voces raras que me cuentan historias que no entiendo. No sé por qué soy yo al que se las cuentan, no sé por qué, en el fondo, las quiero oir. Y las siento en carne viva, las vivo, las disfruto, las entiendo. No sé por qué soy un sonámbulo que camina descalzo por adoquines milenarios que, congelados, harían resbalar a cualquier caminante confundido como yo. Pero todo es diferente, incluso la redacción y las palabras. El mundo gira de una manera diferente cuando la lluvia cae con estrépito en pleno verano e inunda las ilusiones de una fotografía calurosa y perfecta. Y divagamos una y otra vez en un desierto de flores verdes, coloridas, eternas. Divagamos en un mar que está lejos, cuyo brazo fluvial cruzamos corriendo a través de un puente iluminado de fiesta. ¿Dónde estamos? ¿Dónde vamos? ¿Qué es lo que estamos haciendo acá?

Corro otra vez, soy un fantasma, quizás. Corro en medio de miradas que me observan desde aquellos balcones, corro libre mientras otros aún mantienen las cadenas atadas a sus tobillos. ¿Acaso podremos todos volar? ¿Qué es esa luz que se ve del otro lado? ¿Qué son esas voces que provienen a través de la muralla? Veo un paisaje verde y húmedo, cubierto de niebla y de ensueño. ¿Somos acaso un sueño? ¿Somos una nueva creación literaria-lingüística? ¿Somos más que un simple verbo que da movimiento? ¿Somos un verbo de permanencia... o de lo que sea? ¿Somos una estrella fugaz que ilumina el universo a su paso? Somos esa voz suave de una melodía hipnótica que nos insta a escribir más y más historias, que nos llama a correr entre la hierba que nos recibe como niños que redescubren el mundo una vez más. 

Fotografía: Calles de Florencia, Italia.

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