lunes, 3 de mayo de 2010

Un escape al mediterráneo.

El tren viene con retraso de 8 minutos y a nadie parece importarle mucho, solo a mí que me fijé en ese pequeño detalle que mi exceso de puntualidad mental me hace indicar con rojo, como un error del sistema. Pero llega el tren y me subo en el vagón 2, ya no recuerdo el número del asiento, solo que pude irme sentado a la ventana. Dormí un instante -y creo que Mariana pudo ser feliz de no oirme conversarle todo el camino- y luego me fui observando el paisaje. La Estació d'Alacant (Estación de Alicante) nos esperaba con un tumulto de gente descendiendo del tren. Calor, un taxi y el Hotel H3 donde nos quedaríamos durante las 2 noches que pasaríamos en este balneario de la costa meditearránea de España.

En busca de comida y de aventuras, nos llevamos caminando toda la tarde por esta bella ciudad que se alza frente al mar mediterráneo, azul y profundo que te invita a sumergirte en sus aguas y a cruzar las fronteras que no existen. Acompañado de Mariana, Claudia y Lavinia, recorrimos la costa y la playa, donde a veces volvíamos a nuestra infancia. Fue un día corto ese viernes de finalización de abril.

La playa no se hizo esperar: el sábado por la mañana nos vería en la arena, al sol. Yo no quise esperar demasiado para meterme al agua -¿a qué se va a la playa si no es a meterse al mar?- y en pocos minutos ya me veían nadando. Era extraño, porque se podía caminar a lo menos unos 30 metros sin que la profundidad fuese demasiada. Fue por ello que pude adentrarme lo suficiente como para aislarme del mundo y quedarme flotando al sol, mirando el cielo. Sí, esa era una de las sensaciones que siempre quise tener: mirar el cielo celeste, ver los aviones pasar y sentirte lejos del mundo, en un lugar que nunca pensaste que ibas a estar. Estaba bañándome en el mismísimo Mar Mediterráneo. Nos escapamos a tiempo de una lluvia sorpresiva que debe haber sido divertido de haber encontrado en la playa misma, incluso con truenos.

El día domingo, nuestro último día antes de regresar a Albacete, aprovechamos para ir al Castillo de Santa Bárbara, ubicado en uno de los cerros principales de la ciudad, en plena costa. Desde allí, se podía ver la ciudad en su totalidad: inmensa y magnífica. Con un sol esplendoroso y un mediterráneo azul deslumbrante, se destaca un atrayente e impecable Alicante... lugar que me gustaría volver a recorrer. No se me olvidan lo paseos costeros, el encuentro con vendedores chilenos, la buena comida y todos los buenos momentos al sol.


2 comentarios:

Nobody dijo...

Siempre que describes un lugar que te gusta lo haces refiriéndote a Chile, no sé si es bueno o malo, pero lo es. Siempre fiel a tus escritos: tu esposa.

Andrea dijo...

Padrinillo...he decidido mostrarme al mundo de la escritura, aunque mis creaciones son simples, me gustaría compartirlas contigo...he leído tus publicaciones y me han agradado muchisimo y me gustaría que opinases sobre mis publicaciones y que me recomendaras con otros lectores...debo mejorar mi lado creativo, así que espero que seas el primero en ver lo que he hecho.


Y no estoy de acuerdo con el comentario anterior, creo que lo importante es esa similitud que encuentra en cada lugar con nuestro país... rescatar lo semejante y lo simple aunque te encuentres lejos de el.