Descendí por uno de los ascensores que encontré disponibles para el uso de la gente. No había nadie cuando cerré la puerta y empezó el descenso. La ciudad crecía ante mi mirada de adolescente vivaracho y atento, cuando la luz se apagó de pronto y todo se transformó en oscuridad. Todo, todo era oscuridad y no conseguía verme la mano que tenía pegada a los ojos. No me atreví a golpear el suelo producto de mi enojo; podría caer desde esa altura y ya no había electromagnetismo para rescatarme y mecerme en sus brazos se encendió una vela en el suelo, estaba tan cerca que casi me quemó un pie. La llama crecía, crecía y llegaba casi hasta el techo: pude ver a través del vidrio que la ciudad entera estaba oculta en esa extraña oscuridad que nunca antes he vuelto a ver. ¿Acaso habrá sido un sueño?
Muy probablemente, sí.
Me quedé dormido alrededor de la llama, pegado al suelo tibio que flotaba a varios metros de altura, suspendido entre el espacio exterior y los gritos de transeúntes que recorrían las calles. La luz se encendió con un ronquido y desperté pegado al techo, para luego golpearme contra la lata que nuevamente estaba fría.
2 comentarios:
un dato:
el uso prolongado del "que" marea
Es un surrealismo realmente agradable y simpático de leer. Me gustó bastante ese escrito. Por lo demás, ya te comenté el resto en nuestra conversación jajaja!
Tengo dos publicaciones seguidas, asi que aproveche de dejar su huella. Sí, son dos, no estás leyendo mal... sólo que una es el relato de La Campana. Les debo la historia de nuestro descubrimiento allá... podría ser bueno publicarla por capítulos, pero todavía no sé que nombres colocarle a los personajes.
Nos vemos! Saludos!
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