martes, 6 de agosto de 2013

Escribir

Sabemos que ningún trabajo tiene el 100% de cosas buenas, sin embargo, hoy tuve la oportunidad de vivir una de esas cosas que hacen que sea un poco más entretenida: fuimos al Teatro Municipal de Valparaíso a presenciar una adaptación de La Celestina, a cargo de la compañía Tranvía. Siempre me resulta interesante ser espectador de teatro debido a la cantidad de signos que se pueden observar a través del movimiento, del lenguaje, de las luces, etc. Me parece un acto comunicativo bastante complejo que logra capturarme y que, claramente, estremece mis sentidos (y no exagero cuando digo que, muchas veces, me ha producido unas catarsis geniales).

Y entre esa divagación de ver a los personajes en "las tablas", recordé que alguna vez yo también fui parte de un grupo de teatro, en el cual disfruté mis últimos momentos de estudiante secundario: ya van 7 años de aquella época en que escribimos obras dramática que, posteriormente, tomaban vida y que nos hacían reír y llorar. Obras dramáticas que se transformaban ese teatro inexperto, principiante, pero que nos dejaba tantas satisfacciones al ver que la gente vivía la emoción que buscábamos. Recuerdo la encarnación memorable de ciertos personajes que escribí en mi escritorio, cuando por mi vida los cuestionamientos existenciales propios del adolescente me tenían en una faceta creativa que, a veces, extraño. 

Recordé, por sobre todo, que decidí seguir la carrera que seguí como un medio para profundizar mis habilidades en la escritura y heme aquí, con cada vez menos tiempo para escribir. ¿Qué es lo que está sucediendo? ¿Será un seña de la vida para decirme que quizás ese no era mi camino? Si fuese así, ¿quién me explica por qué siento que mi cuerpo completo se estremece cuando imagino una historia y la veo tomar forma a través de palabras? Quiero ordenarme, volver a escribir... necesito tiempo, necesito orden: confío en que ya retomaré el control.

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