viernes, 4 de enero de 2013

El valle del infinito.

Todo es silencioso en el valle que desemboca hacia el mar. Todo es sereno cuando la lluvia que ha caído se ha transformado en el río que avanza hacia nuestro camino para hacer sumerger nuestros pies, donde correremos descalzos y felices para dejar nuestras huellas marcadas en esa arena iluminada por la luz de la noche. Navegan las luces en el horizonte acuático donde las sirenas bailan y hacen rituales con los que invocan las bondades del cielo: el universo se alínea y los planetas sonríen al alero de una lluvia de estrellas que recorre la atmósfera coloreada de un atardecer que comienza a cubrir el orbe. 

Cierras los ojos y tu cuerpo se eleva. Cierras los ojos y tus brazos alzados son las alas con las cuales recorres el mundo en un segundo, tu pulso se acelera a la velocidad de la luz en el momento en que das un grito y te das cuenta que todo comienza una vez más. Es un viaje que acaba cuando tú decidas. Mientras vas moviendo las ramas de los árboles que avanzan sobre ese sendero de la arena que se va quedando en la planta de tus pies, mientras ves las huellas que decoran ese pasado que comienzas a vislumbrar cada vez más distante: vienes de lejos, has caminado mucho y la noche no acaba, pero has llegado hasta ese presente bajo una luna que ilumina ese valle que se alza hasta la inmensidad.

Cierras los ojos y eres como el viento que recorre mil lugares a la vez, como esa voz silenciosa que va contando nuevas historias, como una metáfora construida por el sonido del agua al correr entre las rocas.


1 comentario:

E dijo...

Me dieron ganas de ir a algún bosque perdido donde caiga agua (no me malinterpretes :p)