lunes, 23 de julio de 2012

La ciudad de hielo

Fue cuando la niebla ingresaba con violencia por el este, por el norte o por dónde sea. En esos momentos, la noción espacial se difumina con el ingreso de esa masa de agua gélida que convierte en glaciar lo primero que encuentra a su paso para llenar la ciudad de estructuras de hielo como si fuese una competencia. Abrí los ojos asustado luego de aquel rugido ensordecedor del viento cuando congela a los transeúntes que lanzan su último respiro antes de convertirse en un hielo eterno que en miles de años más pasará a ser una estructura de algún museo contemporáneo. Me acerqué a la ventana de la logia, que daba a la calle, y observé que todos los edificios estaban cubiertos de nieve, de hecho, me fue bastante difícil poder mover la ventana producto del hielo que se había pegado. Me asomé desde el sexto piso y el aire frío me hizo regresar asustado, dándome tiempo para ver que absolutamente todo era de hielo: ¿acaso sería el único sobreviviente de aquella catástrofe?

La calle Piedra estaba cubierta por un metro de nieve, haciéndome caminar por encima de aquel manto blanco endurecido en el cual resbalaba de vez en cuando, chocando con más de alguna persona congelada cuya mirada aterradora me estremecía. ¿Habría alguien más con vida en ese lugar? No había otra forma de saberlo que continuar caminando en dirección a la Calle del Ángel para ver si es que había algo de vida en algún lugar de la ciudad. Dando varias vueltas llegué hasta el Paseo de la Libertad, donde los vehículos volcados adornaban las calles: todo, absolutamente todo, era de hielo. Caminé lentamente en dirección a la punta del Parque, pero el panorama no cambiaba demasiado. La desesperación me invadió por un instante en que me arrojé sobre la nieve, en medio de la calle, a la espera de algún vehículo que, en otro tiempo, hubiese cruzado a toda velocidad para hacerme volar contra algún edificio cercano. Los termómetros instalados en algunas calles marcaban -45º C cuando mis lágrimas se convertían en trozos de hielo que se me pegaban a la ropa: tenía tanto miedo porque sabía que tú podrías estar por ahí cerca. Más que nunca, hubiese añorado tener la oportunidad de volver a hablarte luego de aquella estúpida última discusión. 

Cuando ingresaron a mi casa, días después, encontraron la calefacción encendida al máximo: Albacete marcaba -14º C. Todos se sorprendieron al ver mi cuerpo convertido en una estatua de hielo, con una foto en la mano y un vaso quebrado a mis pies.

1 comentario:

Nobody dijo...

Cuándo no sé qué leer recuerdo que tengo un excelente escritor en mi ordenador :). Un placer leerte, como siempre!