Sentado frente a frente, observa esa figura enredada en las paredes, como si estuviese observando la televisión que en estos momentos está apagada. No mira lo que dice, no piensa lo que escribe, no habla consigo mismo ni con nadie. Solo se pierde, vuelve la mirada hacia esos pasos que se quedaron plasmados en la playa. El mar, el mar, las olas, el ruido del mar... esa extraña penumbra y esa misteriosa nostalgia que se cuelga de cada uno de sus pensamientos. Pensamientos, situaciones del pasado, proyecciones de ese pasado que calan en un momento cuando comparan lo que sucedido. ¿Qué es lo que ha sucedido? se pregunta una y otra vez, no entiende, no entiende, no quiere entender.
En el suelo están tiradas las copas de la noche anterior, probablemente en el otro cuarto esté el cadáver del asesino frustrado que acabó siendo la propia presa de sus emociones descontroladas. Y es que nadie podría pensar que un tiro podría rebotar en la pared en el momento en que el objetivo estaba precisamente en la mira. Son tantas las cosas que pasaban por su cabeza en el instante del disparo que le dio al espejo... La gente de los alrededores duerme, duerme sumida en el cansancio de un día de trabajo. Alcohol, algunos beben alcohol, mientras otros intentan esconder el cadáver o pensar qué es lo que van a hacer con él. ¿Lanzarlo por la ventana desde un 3er piso? ¿Lanzarlo a la basura? ¿Cortarlo en pedacitos y freirlo para el almuerzo familiar del día domingo? ¿Disecarlo y convertirlo en una de las estatuas de la plaza de la ciudad? Alguien se ha levantado descalzo, con resaca, para comprobar que el vidrio de las copas, efectivamente, corta: una gota de sangre queda en el suelo; una mancha de sangre cubre la habitación donde se oculta el suicida involuntario.
Allá abajo está el mar que ha cruzado la ciudad, de pronto. Ha dado un enorme salto y ha alcanzado las olas de 2 metros que rompen en la orilla con violencia. Allí flotan los cadáveres, allí flotan las copas de vino de la noche anterior, allí flotan las extremidades que ha cortado a los inocentes, allí flotan sus mentiras, allí flotan miradas. Allí flota su propio cadáver. Desde allí puede ver todo: en el mar flota su propio cadáver.
En el suelo están tiradas las copas de la noche anterior, probablemente en el otro cuarto esté el cadáver del asesino frustrado que acabó siendo la propia presa de sus emociones descontroladas. Y es que nadie podría pensar que un tiro podría rebotar en la pared en el momento en que el objetivo estaba precisamente en la mira. Son tantas las cosas que pasaban por su cabeza en el instante del disparo que le dio al espejo... La gente de los alrededores duerme, duerme sumida en el cansancio de un día de trabajo. Alcohol, algunos beben alcohol, mientras otros intentan esconder el cadáver o pensar qué es lo que van a hacer con él. ¿Lanzarlo por la ventana desde un 3er piso? ¿Lanzarlo a la basura? ¿Cortarlo en pedacitos y freirlo para el almuerzo familiar del día domingo? ¿Disecarlo y convertirlo en una de las estatuas de la plaza de la ciudad? Alguien se ha levantado descalzo, con resaca, para comprobar que el vidrio de las copas, efectivamente, corta: una gota de sangre queda en el suelo; una mancha de sangre cubre la habitación donde se oculta el suicida involuntario.
Allá abajo está el mar que ha cruzado la ciudad, de pronto. Ha dado un enorme salto y ha alcanzado las olas de 2 metros que rompen en la orilla con violencia. Allí flotan los cadáveres, allí flotan las copas de vino de la noche anterior, allí flotan las extremidades que ha cortado a los inocentes, allí flotan sus mentiras, allí flotan miradas. Allí flota su propio cadáver. Desde allí puede ver todo: en el mar flota su propio cadáver.
Fotografía: Cartagena (Murcia), España.
1 comentario:
Me lo adjudico como uno de mis favoritos!!!
Por cierto, gracias por ayudarnos con las maletas y todo, te adoro Mauricio =P!
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