jueves, 3 de junio de 2010

Desde el otro hemisferio

Cuántas veces me he despertado en la noche, enredado entre las sábanas, pensando que todo esto que está sucediendo solo es parte del más bello de mis sueños. Efectivamente es parte de un sueño, no obstante, este sueño ha adquirido matices de realidad... matices sensoriales que me hacen sentirlo en la piel, en el corazón, en la mente. ¿Cómo puede ser que todo eso que soñaste al firmar un papel comienza a cumplirse? ¿Es que acaso puede existir un contrato que pueda darte esta garantía de que va a cumplir todo... y te va a regalar mucho más? Quisiera que la vida fuese así y, pensándolo un poco, es muy factible de que así sea.

Una sola caminata por la ciudad, entre edificios, entre el calor estival que llegó para quedarse y entonces me doy cuenta que, de alguna forma, ya soy parte de esa cadena de luces que cuelgan en el cielo, que iluminan la ciudad por la noche y que dan ese aire de silenciosa nostalgia que admiro en cada lugar que tengo la suerte de visitar. Es inevitable regresar al pasado una y otra vez, pensar en que cada uno de los pasos que has dado para llegar a esto no han sido en vano y he ahí la gracia: creer a ojos cerrados en esta aventura que cruza oceános, que cruza fronteras, que es capaz de viajar desde un país perdido en el sur del mundo a un país que está en lo que yo llamo norte. Es inevitable viajar al futuro y pensar en todas esas historias que comienzan, que quedarán latentes y grabados como fuego en la piel. Miradas, abrazos y hasta besos, pero no cualquier beso. Un beso específico, un beso cálido, suave, húmedo, dulce, inicialmente casual... un beso mágicamente colorido. Sonrío y me emociono cuando me doy cuenta de que valió la pena la espera y que iba a encontrar eso que tanto buscaba, que sería necesaria viajar muy lejos. Y aunque no haya certeza de lo que vaya a decir el destino en cuanto regresemos a la vida real, sé que podré estar feliz toda la vida por haber vivido este momento, porque me ha enseñado mucho. Me ha hecho recordar que debajo de mi imagen, existe un corazón que puede latir tan fuerte como nunca antes creí. Sï, que puede sentir demasiado y que se alegra de sentirlo.

Me pierdo en el silencio, me pierdo en las caminatas nocturnas cuando me recuesto en la hierba a mirar el cielo. Años atrás, un niño se recostaba en la arena de una playa del Estrecho de Magallanes a mirar el cielo... a ver los satélites que recorrían el mundo y pensaba en que alguien estaría mirando el cielo junto a él desde algún lugar del mundo. ¿Acaso seré capaz de ver eso que los satélites pueden ver desde el cielo? ¿Acaso podré volar tanto y tan lejos que pueda ver las estrellas desde el otro hemisferio? La vida da vueltas inesperadas... sucede que un día, ese niño cruzó fronteras, cruzó océanos, ¡venció sus miedos!. Y un día de calor primaveral de fin de mayo -de esos a los cuales él está acostumbrado a tener, pero en diciembre-, se dio cuenta de que, efectivamente, ha sido capaz de ver mucho. Estaba mirando el cielo, desde el otro hemisferio.

Y sonríe, sonríe como nunca.

Fotografía: Calle Tejares, Albacete, España.

1 comentario:

Nobody dijo...

Ninguno imaginó que todo lo mágico podía suceder de esta manera, que bueno que tomamos esta decisión y que el destino nos tenía preparado toda esta aventura... un placer compartirla de pies a cabeza contigo.