sábado, 20 de marzo de 2010

La nueva ciudad

Y era una danza silenciosa, de movimientos extraños donde las estructuras más sólidas parecían ceder ante una fuerza misteriosa. Nadie me creía nada de lo que yo decía: seguramente era mi aspecto tan endeble y enfermizo el que les causaba tanto temor, que los hacía huir de mí cual si fuese un caminante que anunciase la llegada de la muerte. Aún me cuesta hacerles entender que mis pisadas descalzas sobre la nieve no son el anuncio de la muerte, mi mirada ojerosa y cansada no es mal presagio. Me cuesta decirles que no soy una imagen sombría como ellos esperan. La nieve caía casi sin fin, casi sin inicio, sigilosamente en una eternidad incontable. Los relojes estaban congelados bajo la lluvia de los días anteriores; en las aceras, había gente desnuda que se congelaba de a poco mientras la nieve emblanquecía su figura, convirtiéndolas en un muñeco de hielo. Más de algún oportunista se acercó y los levantó con cuidado para llevárselos a un lugar cálido, para presentarlos en su museo de hielo... no saben que será ese mismo lugar cálido el que se transforme en el más frío lugar que la tierra haya visto.

Yo les dije lo que pude, pero no me escucharon. Seguramente era mi acento diferente al hablar ese idioma extraño: no, no puedo pronunciarlo de la misma forma, no, no puedo siquiera entender lo que me dicen. Fue entonces cuando los edificios comenzaron a hundirse, de manera lenta, pero ante la mirada ingenua de todos los que creían que sólo sería unos centímetros. Vi cómo la gente desaparecía a varios metros de profundidad; todos reían, estaban enfiestados. Y de pronto, la nueva ciudad aparecía con su resplandor de ensueño. Fue entonces cuando comencé a dormirme; estaba exhausto. Y era lo que ellos habían estado esperando: mi debilidad.

Cuando abrí los ojos, ya estaba encerrado en el silencio, en el olvido, con un frío cual si estuviese en el interior de un frigorífico a -20º. Mi cuerpo frío estaba iluminado por focos que parecían quemarme la piel: no podía ver nada. Sólo sentí cuando me ajustaban las cadenas en los tobillos, directo al hueso, con la sangre que caía al suelo.

1 comentario:

Nobody dijo...

A Mariana le gusta esto... jajajaja, además la foto es EXCELENTE!!!