lunes, 21 de septiembre de 2009

La odisea de la empanada de Pichidegua

La empanada fue concebida un día cuyo nombre no recuerdo y es probable que no pueda recordar. Sólo su dueña es capaz de descifrar este misterio que, de momento, no nos incumbe en demasía. Lo que importa es lo que, a continuación, mis queridos lectores, querrán saber. ¿Cómo es que el harina, el pino y un horno pueden hacer una maravilla? Pregúnteselo a un cocinero, a mí no; yo sólo disfruto del saber típicamente chileno que me hace decir ¡Viva Chile, mierda! una vez al año. Todo por culpa de una empanada que ha viajado kilómetros para llegar a mis manos, envuelta y muy bien oculta de los protocolos del alto mando del ILCL.

Día domingo 19 de septiembre, mientras hablo con Carolina por MSN, comenzamos a hablar de las fondas, de las empanadas y del famoso parque Alejo Barrios, tan típicamente porteño. Y entre conversa y conversa, me dice si quiero una de sus empanadas traídas directamente desde Pichidegua, 6ta Región. Y como definitivamente no estoy a dieta, sonriendo -messengerianamente- le respondo con un "siiii xD". Me dice que la vaya a buscar, que iba a ir a Alejo Barrios en la tarde. Lo pensé un poco; tenía que estudiar y me habían dejado cuidando la casa (de "Boby" como dice la Caro, en honor a todos los perros guardianes que ostentan ese nombre tan cariñoso). Finalmente accedí. He de confesar que por un error de cálculo en el tiempo, acabé gastando $900 en llegar a Valparaíso, un trayecto por el cual sólo debí haber pagado $350 en mi condición de escolar de día festivo (nótese, y los santiaguinos reclaman porque según ellos encuentran su transporte caro). Llegué, acabamos juntándonos cerca de las 7 de la tarde con ese exquisito viento de Playa Ancha que no deja en pie ni al mejor de los peinados. Llega la Caro y me dice que se le olvidó la empanada. No hay problema. Me las llevarás el día lunes.

Día lunes. Alrededor de las 12 del día recibo un ring en mi celu: Caro. La llamo y me pregunta dónde estoy: en mi casa. Me habla de la empanada y me río. Me dice que me la va a dejar y yo ya me imagino llegando al Olimpo del ILCL para pedirle a la directora mi empanada. "Profe, ¿me puede pasar la 'empaná' que me dejó la Caro?" Y ahí empezaban los cuestionamientos de si también le trajo a la directora y los posibles conflictos en caso de que esto no sucediese... Llegué a la u antes de las 3, corriendo para devolver un libro y que no me cobraran multa. Todo ok. Subí al 10mo y aparece la Caro con una sonrisa, con la empanada en la mano. Yo pensé "exceleeeeeente", robándole una de sus expresiones características. Me cuenta de que tiene el bolso -¿o mochila? no me acuerdo, en fin...- pasado a empanada, porque la tuvo escondida toda la mañana. La guardé con una sonrisa y le dí las gracias. Pero no puedo comérmela fría, tiene que pasar por el tostador. Ok.

Son las 23.09 de la noche y mi empanada está escondida en el refrigerador para que nadie ose interrumpirme con una mordida improvisada. Será mía, sólo mía, mi último sabor dieciochero no-dieta, lo que tampoco significa de que vaya a empezar una dieta después de esto. Próximamente podré contar cómo fue la odisea de percibir el sabor, la teoría de la recepción del sabor en las papilas gustativas y no sé que más. No creo que sea muy interesante referir lo que sucede a lo largo del proceso digestivo... para qué. Para eso, vea un libro de biología y dese la lata de entender lo que son la enzimas y todas esas patrañas.

Y, finalmente, la empanada está en mi poder. Esa fue la odisea de la empanada de Pichidegua, de cómo hizo un viaje de kilómetros para llegar hasta Quilpué... y próximamente a mi estómago. No se pierda el próximo capítulo. ¡Buenas noches!

2 comentarios:

La Maga dijo...

Finalmente, la empanada será inmortal, jajajaja

pecas dijo...

xDD
sin leer la entrada siguiente me imagino una indigestiòn por lo añeja q ha de estar la empanada ( sin contar que ya se ha roto la cadena de frío) bueno sigo...