martes, 22 de septiembre de 2009

El sabor de la empanada de Pichidegua

Y, finalmente, sucedió. Lo que estuve esperando desde el domingo, desde esa conversación messengeriana y la invitación al Alejo Barrios a conocer mundos veloces y gritos ensordecedores cuando creías que, en cualquier momento, caerías al suelo y serías arrollado por la máquina eléctrica que te cortaría en mil pedazos y... no, nunca tanto. Ya es conocida la historia de nuestra amiga empanada de Pichidegua -"empaná" para los chilenos más amigos aún- que luego de un gran recorrido logró llegar a mis manos.

La historia continuó con el mensaje de Carolina indicándome de que sería terrible de que dicho alimento típicamente chileno no pudiese llegar, efectivamente, a mi boca y que acabara en el estómago de alguien más. Tenía pensado comerla durante el desayuno, pero anoche comí tanto que no tenía ni hambre. Me fui de la casa confiado de que volvería a reencontrarme con el refrigerador y el secreto que allí había guardado.

Pasó el día, la tarde y ya pronto comienza a hacerse de noche. Entonces recuerdo a mi empanada. Voy al refrigerador: un coro celestial de ángeles me recibe cuando abro el envoltorio y me la encuentro. Encendí el tostador y la dejé encima, esperando, esperando. Me di una vuelta, caminé por el mundo, recorrí mis pensamientos; esperando, esperando. Vine de regreso a mi pieza, escuché música, pensé en mis pensamientos (sí, valga la redundancia); esperando, esperando. Regresé para darla vuelta; esperando, esperando. Los segundos pasaban como si fuesen horas, esperando... Se me hacía agua la boca, espera... Quería comérmela de una buena vez y dejar de pensar tonterías, esper... ¡Caliéntate luego, empanada! esp... Tic tac, tic tac, tic tac, es... Y finalmente la tomé en un plato y luego comencé a degustarla.

El primer mordisco, el sabor exquisito de la masa, crujiente y típicamente de horno de barro. El pollo, muy sabroso, el huevo... ya no estaba esperando nada, simplemente disfrutaba de este gracioso invento de no sé quién. Me la comí de golpe, casi sin darme cuenta, para luego darme cuenta de que ya todo había acabado, como ese tiempo muerto que resulta al finalizar los fuegos artificiales en la celebración de año nuevo. Y ahí estaba, la empanada: ya no sólo en mi imaginación... sino que en mi interior y bastante ad litteram: en mi estómago.

Y así fue como la empanada acabó su historia, su recorrido. Como llegó a mí, cómo conocí su sabor. Fin de la historia.

(Agradecimientos a la auspiciadora oficial de la empanada de Pichidegua: Carolina González).

1 comentario:

pecas dijo...

:o
no te hizo mal?
jajjaj yo esperaba otra cosa :p
pero en fin ...
era solo una?
xDD

(esos días comí como cerda, fritas q me mandó mi mamá y de horno q compró P.)eso sí lamento no haber congelado algunas, ahora q leo lo de tu empana' ssssssss se me hizo agua la boca :p