Hace unos días me acordaba de la ceremonia de titulación, en octubre de 2012. Fue ese momento en que una de mis profesoras me hace la pregunta fatal. ¿Por qué no estaba contento de terminar el proceso? ¿Por qué, si se supone que esperé cinco años para llegar a esa etapa, no me veía realmente feliz de estar "lográndolo"? Quizás me estaba dando cuenta desde ese momento de que, en realidad, no había logrado absolutamente nada, que en solo un par de meses de ejercicio ya era el tiempo suficiente para tener claro que la apuesta no había resultado y que todos los planes que tenía para el momento de estar titulado se habían perdido en el camino. Promesas, sobre todo promesas, y falsas expectativas fueron las principales motivaciones para que ese momento no fuese una verdadera celebración sino más bien un trámite del cual quería salir lo más pronto posible. Sonreír para la foto, sentir algo de ansiedad y nerviosismo, tratar de engañar a mis padres para decirles que sí, que me estaba titulando de algo que quería hacer por el resto de mi vida. Sí, ustedes lo lograron, su hijo es profesional, los felicito, les agradezco el apoyo, pueden sentirse satisfechos de que todo el esfuerzo valió la pena... pero parece que su hijo, realmente, no está muy contento de hacer eso que dice su título.
Es super extraño tener este tipo de pensamientos cuando estás cruzando la calle. Todo va de maravillas, vives con tu novia, recibes un sueldo decente a fin de mes y te alcanza para vivir tranquilo. Eres "alguien" en la vida, como tantas veces te repitieron durante toda tu formación escolar. Soy alguien, claro, eso dicen los papeles, pero es inevitable sentirse completamente "nadie" durante tantas circunstancias en que tu figura se desvanece y desaparece, que es pasada a llevar de manera casi imperceptible, pero ante las cuales ya has agudizado -lamentablemente- tu sensibilidad. No era esto lo que yo quise, no era esto lo que yo soñaba: era otra cosa. No me veía perdiendo mi tiempo con gente mediocre que no ve más allá, no me veía peleando por imponer algo con lo que ni yo mismo estoy de acuerdo. No me veía frustrado, sintiendo que mi potencialidad se reduce a un papel impreso, un número, una firma y unas cuantas mentiras escritas en el registro.
Sí me veía escribiendo ficciones, eso sí, que no es lo mismo que mentiras. Me veía sonriente, pleno, disfrutando de hacer lo que me gusta, me veía creando. Me veía soñando, me veía enérgico, me veía en otra parte. ¿Dónde? Ese futuro que me había hecho, al fin y al cabo -ese, específicamente, ese- se me hace lejano y creo que es hasta para mejor. Pero, ¿el otro? Ya comienzo a dar unos pasos para acercarme, pero ¿por qué se hace tan lento? Se supone que si uno encuentra el destino, ¿no es el momento de que las señales te den pistas de cuál camino seguir y no solamente te alerten cada cinco minutos de que no vas por la vía correcta? El camino irregular está claro, creo que no necesito más advertencias porque lo sé. Y lo sé demasiado, al grado de la demencia. Lo sé y lo sé. A veces quisiera no saberlo tanto, de veras. Lo que quiero es encontrarme en medio de la calle el número de la persona a quién llamar, recibir un correo, encontrar la dirección exacta del lugar al cual acudir. Sí, sé que es exigente, pero en pedir no hay engaño. Creo que a la vida hay que pedirle en grande y es esa mi petición. Quiero que de una buena vez por todas nos dé algo que nos deje plenos y felices.
Han sido tres años y he aprendido muchas cosas, no lo niego, es más, lo agradezco. Me ha hecho ver el mundo desde nuevas perspectivas y hasta he logrado ser mucho más empático que antes, esas cosas no se olvidan. He obtenido una fuerza que ni yo mismo sabía que tenía y que, obviamente, quisiera aplicar, pero orientarla en algo positivo. Me deprimo al ver que mucho de ese potencial se pierde pensando prácticamente en la destrucción: admito que sí, que a veces la oriento en creación de material que prácticamente es una bomba de destrucción masiva y que, pese a la destrucción que lamento, me hace expiar algo de mi frustración. Que a veces se me olvida que la comunicación efectiva es en la que hay una respuesta favorable de parte del otro, creo que a veces paso por alto eso. El otro tampoco tiene la culpa, claro está, y eso es lo que me duele, provocar daño casi de manera gratuita. No quiero provocar daño, pero tampoco quiero ser dañado.
Nadie tiene la culpa... pero, ¿no se suponía que debíamos ser alguien?