Siento nostalgia de Valparaíso y por más que pasa el tiempo, es algo con lo cual no puedo lidiar. No sé qué es lo que tiene esa ciudad, mi lugar natal, que me hace sentir tan ligado a sus calles, a sus historias, a sus paisajes confusos. Extraño esos atardeceres coloridos que observaba a través de la ventana y las veces en que, casi ilegalmente, caminamos por el techo para observar la ciudad desde su corazón. Extraño ese ruido, esa inquietud en el aire, esa humedad. A veces cierro los ojos y nuevamente me veo caminando por aquel departamento y me pierdo en las luces de los cerros. Vuelvo a la subida Ecuador a comprar empanadas de champiñón queso en "A destajo", vuelvo, incluso, a escuchar las voces de algunos alumnos queridos que quedaron en el Santa Teresa.
Es cierto. Laboralmente no fueron mis mejores momentos y actualmente no tengo nada de qué quejarme: sería de mal agradecido. Mi vida personal es espectacular, pero no logro superar el dolor que me significó poder vivir uno de mis grandes sueños y tener que dejarlo. Sé que todo tiene un motivo y que en algún momento se entiende, pero no entiendo por qué Valparaíso quiso alejarme. Siento una fuerza interna que me hace querer volver y que, en gran medida, no me hace perder las esperanzas de que podré volver a dormir en su regazo, a embriagarme con esa ansiedad que se respira en el aire.
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