jueves, 7 de agosto de 2014

Cuando todo se mueve

Cuando todo da vueltas, el cuerpo se convierte en un punto ínfimo, incapaz de permanecer demasiado tiempo a flote, incapaz de resistir la brutalidad con la cual la luz golpea cada superficie para suponer que es un color. Nos alejamos de la luz, nos convertirmos en un espectro, dejamos de ser masa, pasamos a ser inercia. El movimiento solo es una energía mal propuesta, las palabras se confunden entre ficciones bien consolidadas. Somos fantasmas de un futuro incierto, un pasado colorido y un presente que no sabemos. Somos todos, somos agua, somos ceniza, somos fuego. El ser y no ser se confunde con la espera de un remezón que se siente en el aire, que te inquieta... todo da vueltas. 

El cuerpo desaparece al ver las agujas que se acercan, los vampiros atacarán con furia para chupar toda la sangre, sobre todo si es sangre joven provista de mucha energía que las carroñas han perdido. El mundo se ha convertido en una carroña que mentes zombie quisieran dominar y hacer desaparecer, los segundos se confunden. Los colores no existen: solo son la demostración de que eso que ves, no lo es en realidad. Eso que crees que aparece, es lo que más se aleja de la realidad. Y el vacío nos demuestra la verdad, no hay gravedad, no hay aire, no hay roce, no hay electricidad. Pero sí la hay, la existencia es siempre afirmativa, la negatividad es casi un invento, una simple oposición que te remite al inicio. 

Cuando todo se mueve, el cuerpo se confunde con las paredes y pretende ser energía. Cuando el movimiento se detiene, todo vuelve a la normalidad, todo se tranquiliza, ya ha pasado, ya se ha detenido el revoltijo. Ya acabó. Pero el movimiento es el principio, es el origen de tantos otros...


Fotografía: Cielo de Quilpué, junio 2014.

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